El libro de García Marquina para saber todo sobre el eterno viaje de Cela. 
 

Ana de Mendoza y Enríquez

Medina de Rioseco, 1554 – Guadalajara, 1633
Duquesa [sexta] del Infantado

Fue la primera mujer tutular del cargo de duquesa del Infantado, uno de los títulos más importantes de la aristocracia española. Hija del quinto duque, don Iñigo López de Mendoza, y de doña Luisa Enríquez de Cabrera, se preparó su casamiento con su propio tío, don Rodrigo de Mendoza, hermano de su padre, y se verificó en 1582, llegando este caballero que llevaba con anterioridad fama de vividor y mujeriego, con dos hijas naturales al matrimonio, a las cuales doña Ana siempre cuidó y quiso como propias. Del matrimonio nacieron cuatro hijos, que fueron Luisa de Mendoza, primogénita, a la que casó en Valladolid con el segundo hijo del Duque de Lerma, por lo que se dice de este que alcanzó altos grados de satisfacción al nacer su nieto, Rodrigo, en 1614, y que sería con toda seguridad duque del Infantado, como así llegó a ocurrir.
Los otros hijos de doña Ana fueron Iñigo, que murió niño, Magdalena, también muerto a poco de nacer, y María de Mendoza, que casaría con García de Toledo, marqués de Villafranca y duque de Fernandina.

Cinco años después enviudó, pasando a vivir una etapa de intensa religiosidad, llevando las ideas y normas postridentinas al máximo. El padre Pecha, en su biografía, nos cuenta en detalle tantas anécdotas a este respecto que generan una imagen de cierta alienación personal. Su padre el duque, viendo que podría peligrar la descendencia de la casa del Infantado, obligó a Ana a casarse de nuevo, también con un familiar directo, don Juan Hurtado de Mendoza, que era hijo de la tía paterna de su padre y del tercer marqués de Mondéjar. Llevaba este señor fama de ser también muy piadoso, con lo que se entendieron mejor, y de este matrimonio nacieron dos niñas (Mariana y Ana) de las que solo la segunda alcanzó la madurez. Se celebró la segunda boda de doña Ana en 1594 y se cuenta que, poco antes, y tratando de evitar este nuevo matrimonio, doña Ana se cortó el pelo como una monja, diciéndole su padre que "la falta de cabello se curaba con el tiempo".

Llegó a enviudar por segunda vez, en 1624, siendo ya duquesa, y manejó las bodas y compromisos de hijas y nietos con total soltura y apoyo del monarca Felipe IV, con quien los Infantado tenían gran familiaridad. Durante largos años vivió con la Corte, en Madrid, cerca del palacio real, en un gran palacio que construyó en la calle de Don Pedro, junto a la iglesia de San Francisco. Hoy pueden verse las armas mendocinas en el portón principal de dicho palacio, que ha sido residencia de los Infantado hasta tiempos muy recientes.

Accedió al título de duquesa a la muerte de su padre, ocurrida en 1601. Desde ese momento, la casa del Infantado se vio inmersa en un pleito (que duró tres décadas) con sus parientes los marqueses de Valmediano, en la persona de su primo don Diego Hurtado de Mendoza, señor de Fresno de Torote. Ello supuso gastos cuantiosos a ambas casas, con la consiguiente ganancia de abogados, procuradores y gentes de “voy y vengo con papeles”. Esencia de una España medular, pleitista, eterna.

En 1630, viéndose mayor y enferma, decidió volver a vivir en Guadalajara. De esos años es la amistad con el padre jesuita Hernando Pecha, que en la ciudad del Henares había consolidado la fama previamente adquirida de hombre sabio y ascético religioso, y en ese tiempo maravilló a todos con sus ejercicios de piedad, que alcanzaron un grado excesivo y causante del asombro general, como también por la generosidad en sus limosnas, el apoyo a los conventos y a sus moradores, siendo de su iniciativa, entre otras cosas, la creación de una cripta mortuoria para la familia Mendoza bajo el presbiterio de la iglesia del convento de San Francisco, o la fundación de un convento de monjas carmelitas descalzas en unas casas que compró en la calle de Barrionuevo, y que se fundó con el nombre de San José, todavía hoy existente.

A su muerte en 1633 el padre Hernando Pecha escribió una “Vida de la duquesa doña Ana” que tras haber permanecido perdida ha sido hoy recuperada y editada. En esa obra resplandece con detalle y asombro para el lector el tren de vida que llevó esta mujer, que apartó las oportunidades de poder económico, siendo dadivosa con pobres y religiosos, y ejercitando ella misma una serie de virtudes cristianas, en un grado de exceso que hoy asombra. Su interés fue el de dejar bien equilibradas las cuentas del ducado (a pesar de la sangría que supuso el pleito eterno con los Valmediano), y a sus hijas y nietos bien colocados en el contexto del poder aristocrático de la época. Su biografía está ampliamente anotada y comentada en la obra de Hernando Pecha “Vida de la Excelentísima señora doña Ana de Mendoza, sexta duquesa del Infantado” y en el tomo III de la “Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI” de Francisco Layna Serrano.

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aache@ono.com - febrero 12, 2011