El Alcázar Real de Toledo

El palacio real o Alcázar de Toledo, puesto sobre la más alta cima de la montaña que sirve de asiento a esta ciudad centro de España y rodeada por el Tajo, es uno de los edificios más emblemáticos del país, y de los más cuajados de leyendas, personajes y vicisitudes, porque desde su inicio guarda una imagen de símbolo, de poder, de capacidad rectora, de eje de todas las cosas en una ciudad que a su vez fue eje de una nación entera.

El Alcázar de Toledo está situado sobre un eminente espacio desde el que se domina la parte oriental del cauce del río Tajo y el puente de Alcántara, que fue el único acceso a Toledo durante muchos siglos. Desde tiempos inmemoriales, posiblemente desde la dominación visigoda, o incluso antes, hubo en este emplazamiento una fortificación de carácter vigilante y defensivo; ya el rey Alfonso X recogió algunas leyendas en este sentido. Una de esas leyendas, dice que allí existió una cueva que sirvió de morada a un tal Rocas, el cual construyó sobre ella una torre. Al morir, sus dos hijos tuvieron desavenencias, y uno de ellos quedó en la torre, mientras el otro, Silvio, levantó otra torre en el espacio que actualmente ocupa la Iglesia de San Román. Tiempos después, al llegar a España en su periplo de heroicidades, el héroe griego Hércules, vio la grandiosidad de aquellas dos torres, tan altas, tan dominantes sobre la montaña y el río, y decidió fundar en ese lugar una ciudad. Otra más, fundada por Hércules, para dar signo de victoria y marchamo de mitología a la ciudad que llegaría a ser capital de un gran imperio terrestre.
Los primeros datos fiables de la existencia de una fortaleza en este emplazamiento son de época romana. Las investigaciones realizadas sobre el terreno confirman la existencia a comienzos de nuestra Era de un recinto amurallado que partía desde la construcción superior, defensiva, y seguía en línea recta hacia Zocodover y el Miradero para unirse de nuevo a él a través del Puente de Alcántara.
En la época de dominación musulmana, este espacio amurallado se convirtió en una alcazaba en la que residiría el Cadí o gobernador, así como lo más selecto de la guarnición militar. Aquí en Toledo a este espacio se le denominó al-Hizam, o ceñidor por su característica forma. La alcazaba árabe toledana, ya con características de potente y articulado conjunto de edificios defensivos, fue mandada construir por Abderramán III en el año 932, para evitar que la población, que comenzaba a ser numerosa y potente, se revelara contra Córdoba. Aunque no nos ha llegado ningún dato concreto que nos permita suponer la estructura de este edificio, es muy posible que ocupara ya el espacio del actual alcázar, pues este es concretamente el más elevado y vigilante de toda la ciudad. Sería de planta cuadrada o rectangular, flanqueado por torres de planta cuadrilátera, como otros palacios omeyas, y su construcción sería a base de barro prensado, la clásica tabiya de los omeyas. De la etapa musulmana sólo se conserva un arco embutido entre construcciones de distintas épocas, y que se supone es de fecha anterior al siglo X, perteneciente a la reconstrucción de la alcazaba que mandara hacer Abderramán III. Está situado en la parte sur y mide 1,86 m. de luz entre las jambas, y 3,38 m. de altura.

Según se desprende de los documentos de las capitulaciones de la conquista de Toledo por Alfonso VI en 1085, esta alcazaba existía en buenas condiciones, en lo alto de la gran ciudad. En esas capitulaciones se establece el permiso dado a los musulmanes para que siguiesen usando sus casas, aprovechando sus haciendas, disfrutando sus fueros y practicando su religión, pero que deberían entregar el Alcázar, los puentes, las puertas y la Huerta del Rey. El Rey castellano, a partir de ese momento, mandó fortificar puertas y puentes, iniciando la construcción de un nuevo alcázar, construyendo, además, una muralla que iba desde los llamados palacios de Galiana (actual Museo de Santa Cruz) hasta el castillo o alcázar. También el rey Alfonso X acometió obras de mejora en el alcázar, construyendo de piedra parte de sus barreras, y ampliando la edificación con andamio de la parte de fuera, e las almenas contra la cibdad, e ficieron en él torres.
Durante el siglo XIV cumplió su función militar dando hospedaje a doña María de Padilla y a los caballeros toledanos fieles al Rey don Pedro, en su lucha fratricida contra don Enrique de Trastamara. Ya en el siglo XV el Condestable don Álvaro de Luna mandó renovar sus aposentos, construyendo una gran salón para ser utilizado por la Corte de Juan II. La llegada al trono castellano de Isabel I la Católica, supuso la realización de amplias reformas, despojando al edificio de su antiguo aspecto castillero y militar, para comenzar a ser transformado en un auténtico palacio sede de la Corte real. Estas obras se iniciaron en 1502, abriendo una gran plaza ante su fachada norte, y un salón en la torre del suroeste.
Tantas reformas sucesivas habían dejado al alcázar toledano hecho un heterogéneo edificio de aspecto indefinido en el que sólo primaba la imagen de fortaleza. El joven rey y emperador Carlos de Habsburgo decidió no solo reformarlo, sino hacerlo nuevo. Ahí acaba la historia multisecular de un magno y capital edificio palaciego y militar, y se inicia la vida de otro, que hoy vemos aún en pie, hecho para residencia de reyes, para sede de un gobierno nacional, para eje de un imperio, y sobre todo para mostrar la imagen de un poder real incontestable. Posiblemente la crisis de las Comunidades, y el posterior triunfo de la tesis centralista del emperador Carlos y sus consejeros, hicieron tomar la decisión de construir este Alcázar de Toledo, y darle la imagen y el simbolismo del poder total. Es en 1537 cuando Carlos I decide esta reconstrucción, y el 21 de diciembre de ese año nombra como maestros arquitectos de los nuevos alcázares reales a construir en Toledo y en Madrid, a Alonso de Covarrubias y a Gaspar de Vega. Decisión que cambiaría en 1543, destinando a Covarrubias para ocuparse exclusivamente de las obras de Toledo, siendo ayudado en ellas por Luis de Vega.

AACHE Ediciones de Guadalajara

En ese proyecto se decide ya lo que hoy es el Alcázar: un cuadrado de 60 metros de lado, flanqueado en los ángulos por torres cuadradas que salen de los frentes y los superan en altura; todo él sería labrado en piedra, excepto los entrepaños de la fachada sur, que son de ladrillo. Es de notar el hecho de que las cuatro fachadas son diferentes, tanto en estructura como en decoración.

La fachada oriental es la más antigua, pues data del siglo XIII, de la remodelación que mandara hacer Alfonso X haciendo nuevo todo el alcázar. La fachada occidental pertenece a una de las ampliaciones que mandaron hacer Juan II y los Reyes Católicos, siendo de muy sólida cantería sin ornamentos, y en la que Covarrubias ya en el siglo XVI colocó una cornisa y enmarcó con formas platerescas los vanos. En el centro existe una puerta que daba entrada a las caballerizas que había bajo las galerías del patio.

Las obras de la construcción actual comenzaron en 1538, por la fachada norte, en la que está la puerta principal. Esta fachada está dividida en tres plantas, las dos primeras decoradas por ventanas y la tercera concebida como una galería, con unas ventanas‑balcones separadas por un fuerte almohadillado. En ese detalle de colocar el almohadillado rústico en el cuerpo superior en vez de en el inferior, se ha querido ver la neta influencia del manierismo serliano en la obra del arquitecto toledano.

Ante esta fachada se abre una amplia plataforma que le da dimensión al edificio, y permite observar el entorno en una gran distancia. En esta fachada, el primer cuerpo muestra en su parte central la gran portada, que talló en sus detalles materiales el maestro Enrique de Egas en 1548-51, mostrando un gran arco con entablamento almohadillado y dos columnas jónicas con pedestales a cada lado que reciben la cornisa, donde está inscrita esta leyenda: CARº.V.RO.IMP.HISP.REX.MDLI. (Carlos V Emperador de Romanos, Rey de las Españas, 1551), alusiva al nuevo carácter del edificio. Sobre la cornisa se levanta el frontón decorado por pilastras y en el centro un escudo imperial tallado y escoltado de dos severos reyes de armas. Esta portada da acceso a un vestíbulo, diseñado como elemento intermedio entre el patio y la fachada. El patio se compone de una doble arquería apoyada en columnas corintias; está todo él labrado en piedra granítica, y su única ornamentación es el águila imperial con las alas desplegadas que aparece en las enjutas del nivel inferior. La estructura de este patio se debe a Covarrubias, habiendo sido realizado materialmente por Villalpando, Hernán González de Lara y Gaspar de Vega entre 1550 y 1556.
La escalera principal se abre en el centro de la galería sur, a través de tres arcos, según lo decidió personalmente el rey Felipe II. La obra fue ejecutada por Villalpando, ayudado por Gaspar de Vega, entre 1553 y 1559, siendo en este momento que se interrumpieron las obras, al llevar solamente hecho el primer tramo. Poco después murieron Covarrubias y Villalpando, quedando todo paralizado durante algún tiempo, aunque luego se prosiguió y terminó la obra.
La fachada sur es la última que se construyó de este suntuoso Alcázar toledano. Se comenzó en 1568, con ideas aportadas por Felipe II, que desde su subida al trono llevó un control personal y estricto de la construcción de este edificio. Esta fachada se terminó por adelantarla para que las torres ya existentes se enrasaran con ella. La construcción de esta última parte del palacio la dirigió el arquitecto Juan Bautista Bergamasco, pero en 1571 tomó la dirección el constructor de El Escorial, el arquitecto montañés Juan de Herrera, quien ayudado por Diego de Alcántara, terminó esta parte del edificio. La escalera se concluyó en 1589, quedando finalmente grandiosa, con una caja de más de 30 metros de largo por 15 de ancho. Finalmente, la conclusión del edificio se hizo en 1620 con el remate de los cuerpos superiores de las torres del sur.

Por otra parte, la fachada meridional se acabó en 1613, bajo la dirección de Juan Bautista Monegro, estando formada de cuatro cuerpos de piedra de granito con entrepaños de ladrillo. En el primer cuerpo se ven diez arcos de medio punto, muy elevados, y en el segundo la estructura se hace con pilastras muy anchas almohadilladas, ocupando los huecos con balcones, y en el tercer cuerpo se colocan pilastras más pequeñas y ventanas entremedias; la parte superior se decora con arquitos redondos entre pilastras. Asentada la Corte real ya definitivamente en Madrid, aunque este alcázar toledano fue concebido para ser la sede de la monarquía hispánica, quedó sin uso concreto, y en 1643 fue destinado a prisión de Estado.

En la Guerra de Sucesión de comienzos del siglo XVIII, el alcázar sufrió serios desperfectos, pues en octubre de 1710 las tropas del Archiduque Carlos, bajo el mando del general Staremberg, ocuparon Toledo y en el alcázar se instaló un cuerpo de ejército con más de seis mil hombres de infantería y dos mil de a caballo, lo que lo agravió enormemente, sufriendo finalmente, al marcharse este ejército en retirada hacia Zaragoza el 28 de octubre de ese año, que lo prendieran fuego, y quedara muy seriamente dañado.
Finalizando el siglo XVIII, y tras pasar este periodo en el más absoluto abandono, el rey Carlos III concedió al arzobispo Lorenzana, en 1771, la cesión del edificio para instalar en él la Real Casa de Caridad, que había fundado este prelado para acoger en él a tantos indigentes como había en Toledo y su comarca, abrigando la idea de crear allí una gran fábrica de tejidos de seda. Así se hizo, y la reconstrucción fue dirigida por el arquitecto real Ventura Rodríguez, que la terminó en 1775, llegando a trabajar hasta 700 obreros en aquella gran fábrica.

También en el siglo XIX, y en la otra gran guerra que sufrió España a inicios del mismo, sufrió el Alcázar muchos destrozos. En 1810 fue ocupado por el ejército francés al mando del general Dupont, que estableció allí el Parque de Artillería. Cuando los franceses se retiraron, en ese mismo, año, volvieron a incendiar el edificio. Esta vez fue tan grave la destrucción, que del patio solo quedó la arquería baja, la escalera, parte de la capilla y algunas habitaciones del piso bajo.
Pasados muchos años, el 1851, el general Fernando Fernández de Córdoba consiguió que se estableciera en él un Colegio General Militar, que tras haber estado funcionando en varios sitios, finalmente se estableció aquí. La Corona, que siempre había sido la propietaria del Alcázar, lo cedió en ese momento al arma de Infantería, en 1853, para que se adecuara, una vez restaurado, a las funciones de formación de militares profesionales. Esa enésima reconstrucción comenzó en 1867, realmente costeada por el Ayuntamiento y la Diputación, durando las obras hasta 1878, bajo la dirección del arquitecto Víctor Hernández. El 10 de enero de 1887 ocurrió otro grave incendio, que obligó a una nueva y larguísima reconstrucción, que se alargó hasta 1901, en que ya fue posible establecer y poner en funcionamiento la Academia del arma de Infantería, a la que en 1931 se unieron las de Caballería e Intendencia.

Un último episodio, quizás el más terrible y destructivo de su historia, le aconteció al Alcázar de Toledo en 1936. Tras el Alzamiento del general Franco, muchos militares quedaron allí reducidos por apoyar la sublevación militar, sufriendo desde el 21 de julio hasta el 27 de septiembre un asedio fortísimo, que supuso la casi total destrucción del edificio, que quedó reducido a un montón ingente de ruinas. Mil ochocientas personas, capitaneadas por el general Miguel Moscardó, soportaron el asedio, en el que cayeron sobre el edificio más de 10.000 disparos de artillería, 500 bombas de aviación, 3.500 granadas y la explosión de dos fortísimas minas que mataron a 93 personas.

Tras la Guerra Civil, las Academias Militares se trasladaron a espacio más amplio, al otro lado del río, al Castillo de San Servando, y el edificio fue restaurado inmediatamente por el Ministerio del Ejército y Regiones Devastadas. Numerosas mejoras ha ido recibiendo a lo largo de los últimos años. Hoy es sede del Gobierno Militar de Toledo, de una sección del Museo del Ejército, y de la Biblioteca Regional de Castilla-La Mancha.

Palacios y Casonas de Castilla-La Mancha

Un libro que estudia la historia y descripción detallada de este edificio es el que firma Herrera Casado, titulado «Palacios y Casonas de Castilla – La Mancha«, editado por AACHE en su Colección «Tierra de Castilla-La Mancha», nº 2, Guadalajara, 2004, 264 páginas, ISBN: 978-84-96236-14-5. P.V.P.: 18 €.

Otro libro de interés toledano es el que ha escrito el profesor Palacios Ontalva sobe «Fortalezas y poder político. Los castillos del Reino de Toledo«. Aquí a tu disposición.