Almonacid de Zorita

El nombre de esta localidad alcarreña, que asienta junto al río Tajo, deriva del árabe (almunia = huerto) viene a significar «la huerta del rey», o «del señor», y le cuadra perfectamente, pues se enclava en un entorno de feracísimas huertas y campos dados a la agricultura. La villa de Almonacid asienta sobre una amplia llanada, al poniente de las altas y peladas sierras de Altomira. El río Tajo, por su orilla izquierda, limita por poniente su término, que se dedica a la agricultura de secano y regadío, con mucho olivar, y viñedos; en su término estuvo situada la central nuclear «José Cabrera», la primera de su estilo en España (1960-2010); y asimismo acoge parte de la urbanización «Nueva Sierra de Madrid» que asienta entre los escarpados repliegues de la sierra de Altomira, a levante del pueblo.

Almonacid de Zorita es un pueblo que sorprende por su densa historia y sobre todo por el patrimonio monumental, medieval y renacentista, que aún conserva.

Tras la reconquista de la zona, ya a comienzos del siglo XII, quedó en poder de los monarcas castellanos, perteneciendo al alfoz o Común de Zorita, y en 1176 es cuando Alfonso VIII la entrega a la Orden de Calatrava. Como aldea de Zorita se rigió durante la Edad Media por su Fuero y fue especialmente cuidada y promocionada, en sentido económico y demográfico, por los maestres y comendadores calatravos. Puso la Orden una Casa- Palacio en Almonacid, con fuerte torre y un portalón decorado con pinturas por Alfonso Díaz, a mitad del siglo XIV. El privilegio concedido por el maestre don Pedro Girón al lugar de Almonacid, en el sentido de que no pudieran establecerse en él judíos, ni personas eximidas del pago de impuestos (nobles, hidalgos, etc.) promocionó el crecimiento y la prosperidad de sus habitantes. En el siglo XVI, en cuya segunda mitad alcanzó una población de casi mil familias, trasladaron a Almonacid su residencia los comendadores de Zorita, pues el castillo no prestaba ya la comodidades que los tiempos requerían.

Cuando la general enajenación que de los bienes de las órdenes militares e instituciones eclesiásticas hizo el Emperador Carlos I para obtener refuerzos económicos a su política universalista, la villa de Almonacid fue pretendida por doña Ana de la Cerda, señora de Pastrana, y luego nuevamente por don Ruy Gómez de Silva. Pero la villa se opuso enérgicamente, y aún pagó dos millones de maravedís al Rey para que no fuese apartada del señorío real. En esta situación permaneció en adelante, aunque en el siglo xviii adquirieron su señorío los condes de San Rafael, pero hasta el siglo xix, cuando el Antiguo Régimen fenecía por la Constitución de 1812.

La prosperidad de Almonacid se basó siempre en la laboriosidad de sus gentes, dedicadas intensamente a la huerta, a los olivos (de los que salía mucho y buen aceite), a las canteras de jaspe, y a la industria (de alfarería y de telares de cáñamo). En la segunda mitad del siglo xx vio otra vez aumentar la población y el movimiento económico, tras la construcción de la central nuclear «José Cabrera» en las orillas del Tajo, y las obras del trasvase Tajo- Segura, en que mucha mano de obra inmigrada de otras zonas de España encontró aquí trabajo. De unas y otras fuentes, su Ayuntamiento ha obtenido saneados ingresos, que le han llevado a poder ofrecer unos servicios públicos muy aceptables, a promocionar la cultura (premios nacionales de pintura, periodismo, etc.) y a construir un nuevo edificio concejil.

Almonacid estuvo totalmente rodeado de murallas de las que aún se ven restos entre las casas, y puede estudiarse su trayecto. Poseía cuatro puertas de acceso (la de Bolarque, la de Santa María de la Cabeza, la de Albalate y la de Zorita), de las que solamente quedan en pie la segunda, frente al Cementerio, rodeada de jardines, y la última de ellas, obra de fuertes características constructivas, con arco apuntado y bóveda de cañón también apuntada, entre dos gruesos pilares de sillarejo, obra del siglo XIII.

La antigua ermita de la Virgen de la Luz se encuentra en el extremo norte del pueblo, junto al lugar donde estuvo la puerta de Bolarque. Aunque hoy está convertida en almacén y muy maltratada, pueden admirarse en ella dos puertas de cuidada talla, especialmente la que mira al sur, sin duda la principal, en la que junto a una hornacina vacía, lucen dos escudos de la Orden de Calatrava, y en el dintel una leyenda que nos recuerda que se hizo en 1610, siendo gobernador del partido de Zorita don Luis de Vargas Andrada.

La Plaza Mayor es un bello entorno urbano, con edificaciones soportaladas, jardines y el nuevo ayuntamiento construido en 1975 que guarda en cierto modo una relación tradicional con el resto de los edificios. Se levanta junto a la plaza un antiquísimo caserón de semicircular arco adovelado y escudo heráldico muy borroso, que demuestra ser obra del siglo XV o aún anterior. También allí junto está la torre del reloj, sencillo elemento que, en sillar y sillarejo, eleva su silueta para servir de centinela y avisador (hoy con reloj, antiguamente con campanas) del pueblo. sobre su muro de poniente hay una placa de piedra tallada que muestra las armas de Castilla y una leyenda que explica fue alzada en 1590, siendo gobernador del partido de Zorita don Juan de Céspedes. Muchas otras casonas y edificios antiguos, de traza popular, o noble, existen por el pueblo. En la plaza de arriba, a la que se entraba por la ya derruida puerta de Albalate, se ven varios edificios de sillar, con arcos adovelados, del siglo XV; y otros más, con decoraciones de bolas, almenas, escudos, portalones, etc., se distribuyen por el pueblo, que bien merece un detenido paseo a pie para saborear estos hallazgos.

La iglesia parroquial es obra sin terminar. Comenzó su construcción en los últimos años del siglo XV, y de entonces data la portada principal, orientada al sur, tallada en piedra caliza de muy mala calidad, que ha resultado desgastada y dañada por los elementos. Modernamente se le puso un tejaroz para protegerla, continuando el atrio porticado que corre sobre el muro meridional del templo. Esta portada se conforma de alto alfiz que engloba el ingreso, formado de cuatro arcos superpuestos, semicirculares, decorados de bolas, cardinas, baquetón y numerosos elementos de iconografía gótica (animales, quimeras, niños, frutas, etc.) todo ello bajo un último arco que se abre florenzado, guarnecido de cardinas y grandes cardos en las puntas, muy poco utilizado y plenamente incluido en el estilo gótico isabelino. Los arcos descansan sobre breves capiteles y columnillas adosadas, recubiertas también de profusa ornamentación gótica. En las enjutas se ven sendos escudos tallados de la Monarquía castellana y la Orden de Calatrava. Guarda una indudable relación de parentesco con la portada de la parroquia de Albalate, hasta el punto de poderse afirmar que se deben al mismo, y desconocido artista. De la primitiva construcción solo se llegó a levantar el ábside. De gran altura, planta poligonal, muros de sillar con contrafuertes, flameros, ventanales y moldurajes de gran efecto, todo ello en el mejor estilo del gótico último, que tanto se utilizó en Castilla durante la primera mitad del siglo XVI. Abandonado el primitivo proyecto, que se puede contemplar detalladamente pasando por una puertecilla tras el altar, el templo quedó reducido a un simple ámbito de tres naves con pilares revocados de yeso separándolas y una cubierta abovedada sin relieve alguno.

El antiguo Colegio y Convento de los Jesuitas muestra todavía su gallardía barroca. La portada de la iglesia de dicho convento muestra un ingreso, elevado sobre escaleras, con complicado molduraje y un escudo real, acabando en dos espadañas laterales, que le confieren un aire noble y bello. Su interior muestra una sola nave, con capillas laterales, crucero sobre el que se levanta cúpula hemiesférica y presbiterio elevado. En las pechinas de la cúpula aparecen los policromados escudos de Goyeneche y marqueses de Belzunce, protectores de este convento jesuítico, así como pinturas barrocas muy bien acabadas representando a cuatro arcángeles, y en el suelo de la nave se ven algunas lápidas funerarias de nobles allí enterrados, algunas con escudos heráldicos. Una de ellas corresponde a don Juan de Escudero, fundador y primer protector del Colegio, hijo del escritor Matías Escudero de Cobeña, quien en el siglo XVI escribió su «Relación de Casos notables», interesante documento sobre la villa de Almonacid en aquella época. Junto a esta iglesia se alza el severo edificio del colegio y convento, obra del siglo XVIII, de sillería sus muros, con numerosos ventanales cubiertos de magníficas rejas de forja popular, muy trabajadas. Su interior guarda aún ecos del paso de la Compañía de Jesús, y muestra salones amplios, escaleras de madera y otros detalles de la época en que fue construido.

Fuera del pueblo, a poniente del mismo, se ve el gran palacio de los condes de San Rafael, obra del siglo XVIII, con buena portada de rebuscadas molduras, escudos heráldicos tallados, muchas ventanas con buenas rejas y muros de aparejo de piedra y ladrillo. Una torre esquinera con chapitel le confiere un aire señorial y español muy característico. Su interior está magníficamente conservado. Mas allá se ve el antiguo humilladero gótico formado por cuatro recios pilares que forman cúpula apuntada, como los arcos que unen entre sí dichos pilares. Allí se levanta el gran convento de monjas concepcionistas, hoy ya deshabitado. Lo más antiguo es la iglesia, de severa portada clasicista orientada al mediodía, cobijada por pequeño atrio de esbeltísimas y sencillas columnas. En las enjutas lucen rojas y brillantes dos cruces de Calatrava. El interior, de una sola nave, es elegante: sus bóvedas se forman por complicadas trazas de nervaturas, y sobre el muro del coro alto, un escudo heráldico de los Goyeneche preside el templo. Del magnífico retablo plateresco que Juan Bautista Vázquez y Juan Correa de Vivar tallaron en el siglo XVI, nada queda: fue vendido en 1952 a unos particulares y hoy se encuentra en la iglesia del convento de monjas oblatas de Oropesa (Toledo). El conjunto del templo y monasterio, obra del siglo XVI en su conjunto, es muy interesante desde el punto de vista artístico y ambiental. Este cenobio fue primeramente refugio para la comunidad de monjas calatravas que habitaron desde su fundación en el siglo XIII en Pinilla de Jadraque, y a las que se dio cobijo en Almonacid el año 1576 en que se comenzó a edificar este convento que hoy vemos. Pero en 1623, se trasladaron a Madrid, a la calle de Alcalá, donde estas calatravas se convirtieron en uno de los conventos más postineros de la Corte. En su vacía mansión se instaló una comunidad de monjas franciscanas clarisas, que lo habitó hasta 1699, y luego en 1703 vinieron las concepcionistas de Escariche, que se han mantenido hasta 1981, en que a su vez fueron sustituidas por una comunidad seglar de Lumen Dei, y finalmente abandonado por ellas se ha ido deteriorando paulatinamente.

Para saber mucho más sobre esta importante villa de la Alcarria, hacerse con este libro:

Historia de Almonacid de Zorita
de Antonio Herrera Casado
Aache Ediciones. Guadalajara, 2004. 296 páginas, numerosas ilustraciones

Además tratan de toda la comarca de la Alcarria:

La Alcarria de Guadalajara, de J. Serrano Belinchón, Aache Ediciones,

La comarca de Zorita, de A. Herrera Casado, Mediterráneo Ediciones. Madrid, 2008. 58 páginas

Y no dejar de consultar El desierto de Bolarque que atañe a ese interesante y misterioso entorno del embalse junto a Almonacid.