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El castillo de Calatrava sobre el cerro del Alacrán.

Calatrava la Nueva. La fortaleza.

A escasas leguas al sur de Almagro, vigilando desde sus altivas peñas de la sierra de Mojina el suave vallejo que con escasas aguas va discurriendo hacia el sur, donde llegará a ser Jándula y finalmente Guadalquivir, las ruinas inmensas, orgullo­sas y evocadoras del Sacro Convento de Calatrava la Nueva ofrecen al viajero el espectáculo sublime de la magnificencia constructi­va de la Castilla medieval, al tiempo que espigadas entre las mil y una esquinas de la derruida fortaleza surgirán las historias de unos siglos, de unas hazañas y unos personajes que dieron el impulso mejor a nuestra región en centurias pasadas.

En ese valle se encuentran, casi frente a frente, cada cual en uno de los márgenes de la arroyada, los legendarios castillos manchegos de Salvatierra y de Calatrava. La historia del primero está íntimamente ligada al segundo, y éste al de Calatrava la Vieja, el origen de esta sublime historia de caballeros y cruzadas que aquí, en tierras de la Mancha ciudarealeña, tuvo su inicio y su declive.

Conviene recordar, en dos palabras, la existencia de Calatrava la Vieja, ciudad situada en la orilla misma del río Guadiana, entre juncales y viñas, al norte de Ciudad Real, río abajo de Daimiel, en un lugar de encuentro de diversos arroyos y múltiples caminos, utilizados desde la remota antigüedad romana, y que luego fue tomada y fortificada por los árabes, que durante la época del califato llegaron a tener en ella (era la clásica Qal'at Rabah de las crónicas andalusíes), un punto de población denso y un lugar de vigilancia fortificado, que tras la toma de Toledo por los castellanos en 1085, tomó el papel de avanzadilla del Islam frente a la Castilla cristiana.

Esta antigua Calatrava sobre la línea del Guadiana sirvió de cabeza de puente a los almorávides para combatir continuamente al nuevo reino cristiano de Toledo. En una ocasión, una razzia musulmana logró llegar hasta Mora y Oreja, tomando prisionero al heroico adalid toledano Munio Alfonso, matándole y paseando su cabeza por las más importantes ciudades y mezquitas de Al‑Andalus. La reacción de Alfonso VII no se hizo esperar, y tras una campaña perseverante y bien calculada, que alcanzó a conquistar Córdoba en 1146, aunque por pocos meses, llevó a la definitiva toma de Calatrava en 1147. A partir de ese momento, se fortificó el lugar, transformando en iglesias sus mezquitas, y siendo entregada la capital posición por Alfonso VII a la Orden del Temple.

Pero la suerte de Calatrava no permaneció segura por mucho tiempo. Sabiendo el mundo árabe lo que esa posición estratégica sobre el foso húmedo del Guadiana significaba para el control de las comunicaciones en el centro de la península, batallaron sobre ella los almohades, amenazándola en 1157 de tal manera que los templarios acudieron a pedir ayuda a Toledo, al rey Sancho III. Allí se fraguó el nacimiento de una nueva Orden militar, netamente española, al mandado de Raimundo de Fitero y Diego de Velázquez, quienes enseguida secundados por numerosos y valientes caballeros castellanos, formaron la Orden que recibió del monarca, como primera donación, la fortaleza de Calatrava, tomando de ella su tradicional nombre. Era el año 1158. La defensa de la villa y castillo calatravo fue efectiva durante algunos años, pero tras la derrota de Alfonso VIII en Alarcos, en 1195, Calatrava fue abandonada por los cristianos. Tres años después, en 1198, los caballeros calatravos, en un golpe de mano realmente heroico, conquistaban el castillo de Salvatierra, fuerte posición enclavada a la sazón en pleno territorio almohade. Su defensa, también heroica, se mantuvo unos años, hasta 1211, en que la sitió, con un poderoso ejército, el califa almohade Muhammad ben Ya'qub al‑Nasir, quien finalmente obligó a los calatravos a rendirse, trasladando los supervivientes su núcleo vital y la sede maestral al castillo de Zorita de los Canes, sobre el Tajo.

Ese empuje almohade fue la chispa que llevó a Alfonso VIII a decidir la revancha definitiva. Coaligados todos los reinos cristianos peninsulares, con el apoyo del Papado y los ejércitos de muchos otros estados europeos, un ejército imparable penetró desde Toledo, por la Mancha, tomando todas las plazas que encontraban a su paso, y presentando finalmente la gran batalla al ejército almohade, un 16 de julio de 1212, en las Navas de Tolosa, en las vertientes meridionales de Sierra Morena. El triunfo de las armas cristianas selló definitivamente el dominio de Castilla sobre los territorios manchegos.

Calatrava la Vieja fue nuevamente pertrechada y protegida por el rey y el arzobispo toledano don Rodrigo Jiménez de Rada. Pero lo insano del lugar, entre aguas y lagunas de lento cauce, y la pérdida de la importancia estratégica de la zona, hizo que en 1217 se decidiera, entre el rey y el maestre de la Orden, situar en un nuevo emplazamiento la casa matriz calatrava.

Se eligió para ello el mencionado valle donde ya se encontraba el antiguo castro de Salvatierra, vigilando un paso muy frecuentado hacia Andalucía. Sobre las mínimas ruinas de un antiguo castillo llamado de Dios o de las Dueñas, y con una celeridad notable, se inició en 1217 la construcción de la gran alcazaba de Calatrava la Nueva, en la que muy pronto pasaron a residir los maestres y gran número de caballeros, que desde esta atalaya manchega gobernaban sus estados cada vez más numerosos y densos.

Todos los jefes de la Orden, durante la Baja Edad Media, y los Reyes castellanos y españoles, cuando a partir de Isabel y Fernando se erigieron en administradores y maestres de las Ordenes militares, dieron a Calatrava un trato de favor, concesiones sin cuento, y mejoras en su edificio y contenido. Aquí se continuaron celebrando los Capítulos generales de la Orden, e incluso los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II pasa­ ron algunas temporadas alojados entre sus muros.

Sin embargo, a partir del reinado de Alfonso XI, la orden calatrava trasladó su sede central, aunque no oficial, a la ciudad de Almagro, en la que levantaron un magnífico palacio, del que hoy no quedan restos. Allí tuvieron su capitalidad real, mientras que el Sacro Convento, fortaleza representativa e impresionante, fue su sede oficial, su recinto unificador y deposita­rio de las mas antiguas tradiciones.

Durante los siglos modernos, mantenido siempre con cariño por los caballeros calatravos, el castillo del Sacro Convento fue uno de los lugares hispánicos donde con más densidad se podían admirar las reliquias de un pasado glorioso: en los palacios, los salones, el templo, los aposentos y recintos varios de la fortaleza, aparecían un sinfín de joyas del arte medieval, sepulcros de maestres, pergaminos, muebles y obras de arte que debían ofrecer un espectáculo inigualable.

Todo ello, inexplicablemente, fue definitivamente abandonado a comienzos del siglo XIX. Los frailes calatravos, trasladados a Almagro hacía tiempo, seguían cuidando la fortaleza. Pero en 1826, y dados los tiempos que corrían, decidieron no solo abandonarla por completo, sino destruirla sistemáticamente, al parecer con la razón increíble de evitar que fuera destruida por otros. El caso es que este inexplicable suceso, lamentable decisión irreflexiva, nos privó de poder contemplar hoy, en toda su pureza, uno de los bastiones más sobresalientes de la más recia tradición y la más gloriosa historia de Castilla. Por ello solo ruinas, emocionantes restos vencidos, puede hoy contemplar el viajero que ascienda hasta la altura incomparable de Calatrava la Nueva.

Estas ruinas han venido siendo, sin embargo, restaura­ das progresivamente a lo largo del presente siglo. Fueron declaradas monumento nacional en 1854, y a partir de 1927, a instan­cias del Obispo ciudarrealeño D. Narciso de Estenaga y Echevarría, fueron recibiendo ayudas y restauraciones de las que ha sido la más reciente la que el arquitecto Miguel Fisac ha realizado en ellas.

Descripción

Gracias a la restauración que en los últimos años se ha estado realizando por parte de la Diputación Provincial de Ciudad Real y Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha, lo que durante el último siglo fueron "evocadoras y románticas ruinas del Sacro Convento de Calatrava", están comenzando a ofrecer un poder mayor de expresividad, pues se han rescatado muchas piezas y salas a medio derruir, organizando su interior conforme a un plan acorde con su pasada función, ofreciendo al visitante de hoy algo real­ mente hermoso y aleccionador: una venerable ruina que, conserva­ da, dignamente tratada, ofrece con pundonor sus rasgos primitivos, a pesar de mantener ese carácter de vestigio sobrio y elocuente del pasado.

La situación de Calatrava la Nueva,del antiguo castillo‑convento de los freires guerreros, es sorprendente. Se levanta la homogénea teoría de sus piedras sobre un monte de suaves pendientes, de cortados niveles rocosos, que simula un altar en degradación, y que realza todavía más, por esa circunstancia meramente orográfica, la presencia brillante del castillo en lo alto.

Se forma éste por tres recintos muy bien definidos. El más externo es un ámbito amplísimo, totalmente rodeado de muros firmes, a trechos salpicados por cubos de refuerzo. En una distribución al parecer aleatoria, las sombras de estas pequeñas torres hacen vibrar al paramento externo de esta fortaleza. El ingreso principal lo tiene en la llamada Puerta del Hierro, formada por fuertes cubos y un largo pasadizo. El interior de ese recinto primero consiste en un espacio muy extenso, totalmente vacío, y en cuesta. Un camino o rampa va ascendiendo suavemente por él, hasta llegar al segundo nivel, el mural del castillo, en el que ya se encuentran algunos de los elementos más interesan­tes. Está formado ese recinto segundo por muros más altos y fuertes que el anterior, con cuatro torreones en sus esquinas. Allá se encuentra fundamentalmente el gran templo de los calatravos, edificio sumamente interesante por cuanto centra con su galanura litúrgica, en un estilo que podría definirse como pulcramente cisterciense, la fuerza civil de un castillo cabeza de Orden militar.

La iglesia de Calatrava es bastante grande, compuesta por tres naves separadas de firmes pilares, y cubiertas de bóvedas de crucería, con sendos ábsides en la cabecera, de planta semicircular, y levemente iluminados por ventanas que parecen saeteras, por lo delgadas. Está construida a base de piedra y ladrillo, y en la portada que se abre a los pies llama la aten­ción la puerta de acceso, de arquería apuntada en degradación, con decoración de arquillos y elementos simples geométricos, sumada de un enorme rosetón circular al que le faltan las columnillas que, en un estilo puramente medieval, y con unas dimensiones evidentemente desproporcionadas, adornaba y daba luz al interior.

Junto al templo aparecen los restos de otras estancias y elementos constructivos que venían a formar este segundo recin­to, en el que sabemos existió un claustro de pilares de ladrillos, las salas capitulares, el gran refectorio, biblioteca, salas de ceremonias, etc, e incluso un espacio al que llaman el campo de los mártires, en el que descansaron como cementerio los restos mortales de muchos caballeros calatravos que, a lo largo de los pasados siglos, decidieron enterrarse aquí a su muerte.

Más centrado todavía existe lo que podría considerarse como tercero y más íntimo recinto: el castillo calatravo propia­ mente dicho. En él estaba la Torre del Homenaje, y las habita­ciones, salones y dependencias propias del Maestre de la Orden, en un apartamiento y defensa verdaderamente rituales. Allí se guardaban las riquezas, los documentos y archivos, los sellos, etc., y es de esta parte, también en ruina rescatada, y todavía difícil de discernir en cuanto a su disposición y destino primitivo, de la que ofrecemos un croquis orientativo, que da idea, especialmente, de lo grueso de sus muros y lo enrevesado de su disposición.

Sugerencias para la visita

Hoy es perfectamente factible el acceso en automóvil hasta el mismo castillo de Calatrava. En el aparcamiento previo, se dejará la montura mecánica, y se ascenderá a pie, a través de la Puerta del Hierro, hasta el segundo recinto donde puede admirarse la iglesia, y una serie de antiguas edificaciones que actualmente están en proceso de restauración y rescate. Puede visitarse sin trabas el amplio edificio medieval, y llevarse en el recuerdo la grata memoria de esta arquitectura impar, en la que la grandiosidad de las piedras conjuntadas se equipara a la riqueza y densidad de la historia, pues no en balde en su altura se encuentra una buena razón que explica el pretérito devenir de Castilla‑La Mancha y aún de España entera.

 

Los textos y fotos de este web site pertenecen a la obra Castillos y Fortalezas de Castilla-la Mancha. de Antonio Herrera Casado, editado por AACHE Ediciones. 2007. Colección "Tierra de Castilla-La Mancha", 1.
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