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![]() Alarcón. El castillo sobre el Júcar
Dicen las leyendas que fue edificada por un hijo del godo Alarico, y de él vino a tomar el nombre de Alaricón. Lo cierto es que, desde que existe memoria segura de los tiempos, Alarcón fue un baluarte fortificado por los árabes, en un principio dependiente del califato cordobés, y luego del reino taifa de Toledo. En el año 784 sirvió de refugio a Mohamed‑el‑Fehri, hijo de Yusuf, sublevado contra la autoridad de Córdoba, lo mismo que ocurrió a finales del siglo IX con Iben‑Hafsun. La importancia alcanzada y lo apretado de su población durante el período islámico, hizo que su conquista por parte del reino de Castilla fuera especialmente difícil. Tras la toma de Cuenca, la atención de Alfonso VIII se centró en este bastión crucial en los caminos que se dirigían hacia los reinos de Valencia y Murcia. La reconquista de Alarcón se consumó en 1184, tras una memorable jornada guerrera, glosada ampliamente por el arzobispo historiador Jiménez de Rada, y que supuso 9 meses de asedio y un derroche de valor y heroísmo por parte de algunos capitanes de la mesnada real castellana, descollando entre ellos el noble extremeño Fernán Martínez de Ceballos (que luego tomaría el apelativo de Alarcón). El rey decidió reconstruir inmediatamente lo que quedaba de fortaleza, y aun aumentarla y mejorarla, al objeto de que fuera imposible su recuperación por los árabes. Inmediatamente dictó una serie de medidas para iniciar la repoblación de la villa y de su territorio, y así le concedió en 1186 un primitivo Fuero, que se mejoró en 1256 al concederla el Fuero de Cuenca. Desde el principio se constituyó como un Concejo fuerte, con amplísimo territorio y gran capacidad repobladora. En este sentido, recibió ayudas sustanciosas de la monarquía. Entre 1194 y 1203 fue levantado de forma definitiva el castillo, y en esos años lo gobernó la Orden militar de Santiago, a la que Alfonso VIII se lo había entregado junto con los derechos del portazgo. Siguió añadiendo, a lo largo del siglo XIII, numerosas aldeas. Así, en 1241 Fernando III le añadió el castillo y puebla de Albacete. En 1255 recibió la aldea de Rus. Todavía en 1245, el Rey Santo le concedía un mercado semanal. Todas estas circunstancias propiciaron un crecimiento rápido y potente. Se erigió en cabeza de un anchuroso Común de Villa y Tierra. Asentaron nobles linajes, y se alzó como un emporio de comercio y artesanías. Durante la Baja Edad Media, por estas razones y su estratégico emplazamiento fue disputada por los grandes aristócratas de la época. El señorío de Alarcón, después de la temporada que lo tuvieron los santiaguistas, fue para el infante don Juan Manuel, a quien se lo entregó Fernando IV en recompensa de la pérdida de la localidad de Mula, que le había tomado el rey de Aragón. En su castillo vivió una temporada la triste dama doña Constanza, hija de Jaime II, y mujer que fue del referido infante. Cuando éste murió, volvió a la Corona, y ya en el siglo XV ésta se lo entregó al marqués de Villena, don Juan Pacheco, dueño y señor de gran parte de las fortalezas y ricos enclaves de nuestra actual región castellano‑manchega. Después de muchos años de abandono y progresiva ruina, fue rescatado para la pública utilidad, y, al tiempo que se restauró por completo de una forma acertada y respetuosa, se dedicó a Parador Nacional de Turismo, faceta en la que hoy permite su visita y disfrute. Descripción La postura de fuerza de Alarcón es evidente para cuan tos se aproximan al pueblo, desde cualquier dirección. Su enriscada posición sobre un agudo peñón, rodeado completamente por el hondo foso que hace el Júcar en su torno, fue la causa de su importancia estratégica desde muy remotos siglos. Dominar aquella altura, era no solamente tener la llave de los caminos circundantes, sino, sobre todo, asegurar la supervivencia en caso de un asedio. Añadida a la fuerza defensiva de la situación geográfica del lugar, Alarcón ofrece la presencia de tres recintos amurallados, concéntricos, en los que abundan los elementos defensivos, en forma de torreones, garitas, atalayas y posturas de la propia muralla. Encierra por completo a la población, poniéndose en comunicación, unos con otros, a través de caminos de ronda, rampas, puertas, etc. En lo alto de este conjunto, se ofrece la villa, siempre en cuesta, ocupada de un conjunto hoy extraordinario de templos renacentistas, casonas solariegas, y arquitectura popular, todo de un gran interés y belleza plástica. Las puertas que se abren en la zigzagueante muralla son múltiples. Cabe mencionar aquí las más importantes y mejor conservadas. La primera que encuentra el viajero, al entrar hoy por carretera a Alarcón, es la puerta del Campo, defendida por una torre octagonal; a continuación aparece la puerta del Calabozo, protegida por una torre de planta pentagonal, que da paso al segundo recinto. En el sur de la población, se encuentra la puerta de la Bodega, o del Bodegón, bajo el castillo, facilitando el paso del primero al segundo recinto de murallas. El puente del Picazo está protegido por la puerta de las Moreras o de Chinchilla. La puerta del Río, al norte del conjunto, custodiaba el acceso por el puente de Cañavate, que a su vez constituía un conjunto defensivo por sí mismo. Aisladas del conjunto de la muralla, existen aún algunas otras torres albarranas, e incluso al otro lado del río, aparece vigilante sobre el conjunto la torre de Alarconcillo, haciendo las funciones de un aislado y pequeño castillete. Pero vamos al castillo, incluido dentro de este recinto fortificado, y ofreciendo a su vez, con la pureza y fuerza de sus líneas, una imagen de clásica fiereza al conjunto de Alarcón. Corona lo más agudo del peñón en que asienta la villa, en su extremo oriental. Vigila la "quilla" más pronunciada del roquedal, pasando a sus pies el río Júcar que allí describe su curva pronunciada. Este castillo consta de un recinto externo, o gran patio de armas, que estaba amurallado, y de cuya defensa apenas quedan residuos, estando hoy dedicado este ámbito a jardines y aparcamiento. El castillo propiamente dicho se forma de un alto recinto mural, rematado en adarves y almenas, alzándose en su centro la gran torre del homenaje, de planta cuadrada, con pequeños vanos en sus muros de sillar, y una doble línea de almenas, apoyando la inferior de ellas en un friso de salientes modillones y arquerías ciegas. Este castillo tiene una planta aproximadamente cuadrilátera, con cubos semicirculares en algunas esquinas, y cuadrados en otras. Rematan sus muros y cornisas de almenajes rescatados, y en los paramentos de las cortinas exteriores se abren los vanos, hoy numerosos, que comportan su utilización como Parador Nacional de Turismo. Sugerencias para la visita Ninguna dificultad se plantea actualmente para visitar el conjunto de murallas de Alarcón y su fortaleza, pues al estar utilizada como Parador se permite el libre acceso al interior del mismo. Especialmente interesante resulta la torre del homenaje, que ofrece en su escueto interior el comedor del centro, a cuya visita añade el aliciente de una magnífica gastronomía conquense. Los textos y fotos de este web site pertenecen a la obra
Castillos y Fortalezas de
Castilla-la Mancha. de Antonio
Herrera Casado, editado por AACHE Ediciones. 2007. Colección "Tierra de
Castilla-La Mancha", 1. © AACHE Ediciones - actualizado a miércoles, 06 de diciembre de 2006 |