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Puerta de la muralla y acceso a la villa de Belmonte

Belmonte. El castillo señorial

La fortaleza de Belmonte es uno de los ejemplos de arquitectura militar medieval más homogéneos que pueden encontrarse, dado que el estado actual del edificio es prácticamente el mismo, al menos en lo que a estructura exterior se refiere, que tenía cuando su constructor y arquitectos lo diseñaron. Ello fue a mediados del siglo XV. Y por un personaje, don Juan Pacheco, marqués de Villena, que alcanzó el puesto de intérprete máximo en unos años en los que la guerra fue la protagonista constante de la vida de Castilla. Es por ello que su estructura está pensada para servir de elemento real en una lucha de características concretas como fue la entablada en el reino castellano a lo largo de la segunda mitad del siglo XV.

El territorio en que asienta Belmonte, considerado ya plenamente como la Mancha conquense, a cien kilómetros al sur de la capital, no fue reconquistado plenamente hasta 1182, por Alfonso VIII, unos años después de haber tomado Cuenca. En esta fecha, el rey castellano centró sus fuerzas en la conquista del poderoso reducto de Alarcón, creando a continuación un Común de Villa y Tierra en su derredor, incluyendo como una aldea del mismo la pequeña localidad de las Chozas, nombre con el que primeramente fue denominado Belmonte.

En 1305, el infante D. Juan Manuel consiguió de la reina María de Molina, regente de su hijo Fernando IV, la cesión de Alarcón y su tierra. fue entonces, a principios del siglo XIV, cuando se le cambió el nombre que traía por el actual, más "pensado" y propio de la repoblación, de Belmonte. Según las noticias que el propio infante Juan Manuel, aficionado a la escritura de todo tipo, nos proporciona en su Cronicón, en 1323 inició las obras para erigir una muralla que rodeara por completo a su población de Belmonte, y en 1324 comenzaba la construcción del castillo de la localidad. Ayudó a esta su querida población con el inicio de las obras de la iglesia parroquial y la erección de un convento dominico en La Alberca. El castillo de D. Juan Manuel lo levantó en lugar diferente del actual, dentro de la población, en el lugar que luego se denominó el Palacio Viejo, y que a finales del siglo XVI estaba ocupado por un convento de monjas.

Pedro I incorporó Belmonte a la Corona, le dio el título de Villazgo, y la eximió de Alarcón. Ello se explica a través de la importancia que confirieron al lugar las construcciones y medidas de apoyo que D. Juan Manuel había iniciado años antes.

Un tiempo después, en 1398 concretamente, Enrique III entrega Belmonte a Juan Fernández Pacheco. Es este uno de los Pachecos que, desde Portugal de donde eran originarios, acudieron en apoyo de las pretensiones de Juan I de Castilla al trono de Portugal, basadas en su matrimonio con la infanta lusitana Beatriz, hija del fallecido monarca Fernando I. La victoria final en Aljubarrota de la casa de Avis, hizo a Juan I desistir de sus pretensiones, y diversas familias portuguesas que le habían apoyado hubieron de quedarse en Castilla, donde fueron protegidas y alentadas. Una de ellas fue esta de los Pacheco.

Tras el inicial señorío de Juan Fernández Pacheco, heredó su hijo Alfonso Téllez Girón, a quien las Crónicas de Juan II llaman "señor de Belmonte". Anduvo éste en seguimiento constante del Condestable Alvaro de Luna, y fue uno de sus adictos colaboradores. Tuvo dos hijos, el primero de ellos llamado Juan Pacheco, que alcanzó a ser maestre de Santiago, y el segundo Pedro Girón, que también llegó a maestre, pero de Calatrava. Ambos fueron protagonistas muy destacados de los acontecimientos políticos de la segunda mitad del siglo XV. Juan Pacheco, con la ayuda de Alvaro de Luna, consiguió que le fuera adjudicado en 1445 el vacante marquesado de Villena, que había dejado libre a su muerte, y sin descendencia, el famoso D. Enrique el Nigromán­tico.

Fue Juan Pacheco, en cuya biografía no hemos de entrar por no corresponder a este lugar, el constructor del nuevo castillo de Belmonte. En su afán de emular por una parte, y de acosar y finalmente derribar por otra al Condestable Alvaro de Luna, se puso a la tarea de allegar territorios y construir fortalezas, de las que con fuerza destacan ésta y la cercana de Garcimuñoz, más el imponente monasterio segoviano de El Parral, donde finalmente quedó sepultado. Pareciéndole poca la construcción que en Belmonte quedaba de lo que D. Juan Manuel había alzado siglo y medio antes, y ante la previsión de necesitar un lugar seguro donde refugiarse, Juan Pacheco inició en 1456 la construcción de este castillo, poniéndolo en el alto cerro de San Cristóbal, desde donde se domina la villa y grandes extensiones del plano terreno manchego.

En ese año de 1456 suscribió el marqués de Villena un acuerdo con el concejo de Belmonte, por el cual los vecinos se comprometían a colaborar en los dos tercios de la construcción de la muralla de la villa, mientras que el señor lo haría en el tercio restante. En ese tratado, Pacheco proponía la reconstrucción total de lo que denominaban la cerca vieja, y la del Alcázar o viejo castillo de D. Juan Manuel. Son curiosas las cláusulas por las que se dispone esa reconstrucción, pues con todo detalle se estipula el grosor de los muros, la materia (cal y canto) de que ha de estar hecha, el número y frecuencia de los torreones, de puertas, de escaleras y defensas, etc.

El período exacto de edificación de esta fortaleza se puede centrar de 1467 en que realmente comenzó, hasta 1472, en que debieron quedar detenidas las obras. A pesar de trabajar con permanencia en la construcción del castillo de Belmonte, a la muerte en 1474 de Juan Pacheco no estaba totalmente concluido. Algunos detalles, como el magnífico pozo del patio, quedaron sin rematar, y así permanecieron hasta hoy. Los hijos del marqués de Villena, don Diego López Pacheco y la condesa de Medellín, se desentendieron del tema, y en luchas continuas contra los Reyes Católicos y a favor de la Beltraneja, poco menos que abandonaron su fortificación manchega. No es así exactamente, puesto que D. Diego remató algunos detalles que a la muerte de su padre queda­ ron sin concluir, pero en cualquier caso se desentendió de la magna tarea iniciada por su padre, quedando sin concluir el patio y sin colocar la mayoría del almenaje.

En cuanto al autor material de la edificación, puede pensarse con ciertos visos de certeza en que fuera Juan Guas el arquitecto de esta magna obra. Emplea en ella ciertos detalles ornamentales que se verán desarrollados luego muy ampliamente en el castillo del Real de Manzanares y en el palacio del Infantado en Guadalajara, ambas obras documentadas del artista borgoñón. Por ejemplo, son muy sugestivos los arquillos ciegos en forma de elementales mozárabes que se ven en el cubo norte del recinto interior. Guas trabajó, con toda seguridad, para el maestre Pacheco, en su monasterio segoviano de El Parral donde fue final­ mente enterrado.

Heredera por línea directa del marqués de Villena, y dueña por tanto de la edificación, a mediados del siglo XIX inició obras de restauración en el castillo de Belmonte la famosa Eugenia de Montijo, condesa de Teba, la española esposa del emperador Napoleón III. En esa época, la fortaleza conquense se encontraba poco menos que derruida y en abandono total. Influida por las múltiples obras iniciadas por su marido en Francia, de la mano del arquitecto Viollet‑le‑Duc, encargó ella en 1857 al arquitecto español Sureda que levantara de nuevo el vencido castillo, haciendo unas cosas bien, y otras no tanto, pues de entonces es la ridícula forma del cierre de las galerías que dan al patio, mientras que las defensas exteriores se rehicieron de acuerdo a un plan meditado y clásico. Continuó la restauración el duque de Peñaranda, sobrino de la emperatriz, y finalmente se concluyó en 1885 con la adecuación que del interior del castillo hicieron unos dominicos franceses que vinieron aquí a vivir por concesión de los dueños. Abandonado nuevamente, y con evidentes peligros de ruina, ha recibido alternativamente restauraciones parciales y abandonos, hasta llegar a nuestros días, en que la visita de esta fortaleza nos permite evocar su pasada grandeza y admirar en parte las interiores joyas ornamentales que le hicie­ron famoso.

Descripción

La fortaleza de Belmonte asienta en el cerro de San Cristóbal, dominando totalmente al pueblo, y destacando con su silueta sobre un amplísimo entorno manchego. Su aspecto, aunque alterado de la idea primitiva, es plenamente evocador, y ya desde la distancia hace que iniciemos el recuerdo de cuantos hechos históricos acaecieron en él, y que son los que acabamos de leer.

Tiene una estructura sumamente singular, nunca vista en los castillos españoles de su época. La planta es verdaderamente curiosa, pues consiste, el cogollo de la fortaleza, en dos cuerpos unidos en ángulo agudo, y enlazados a través de sendos muros con la torre del homenaje. Se obtiene lo que Bordejé denomina como estructura atenazada. Lo mejor para darse idea de la estructura de Belmonte, es repasar el plano del mismo que se adjunta con estas líneas.

Consta el edificio de un recinto exterior, y otro interior o castillo propiamente dicho. Del exterior, arranca la muralla que rodea por completo al pueblo. De esta muralla, construida en el siglo XIV y mejorada en el XV por Pacheco, quedan abundantes restos, y algunas puertas fortificadas, bien conservadas, como la de Chinchilla, abierta al sur, única superviviente de las otras que eran la de Almudi, al este, la de Monreal o Toledo, al oeste. y la de San Juan, al norte. El recinto externo del castillo es de planta irregular, construido con buen sillarejo, y con muros que oscilan entre 1,75 y 4 mts. de espesor. En él encontramos tres puertas y una poterna. Las puertas son las denominadas de Peregrinos o Santiago, de la Villa, orientada a poniente, y del Campo, abierta a levante.

Estas puertas, muy hermosas, son diferentes, y así, la de Santiago se abre en el seno de un ancho cubo, dispuesto para disponer de un puente levadizo de flechas que no llegó a terminarse nunca, pues aunque la puerta ha quedado a cierta altura sobre el nivel del suelo, no llegó a cavarse el foso que necesitaba delante, y no se terminó el machón sobre el que debía apoyar el puente. Sobre el arco aparece una cruz de Santiago y dos veneras o conchas. La puerta de la Villa se dispone, al igual que la del Campo, que es por la que actualmente se entra al castillo, de dos torreones cilíndricos que protegen la entrada bajo arco almenado.

El muro o recinto exterior se rodea de foso, ya poco profundo, en su costado norte y oriental, por donde el acceso es más fácil, careciendo de él en el resto de su entorno, al tener más escarpadas sus orillas. De todos modos, la mayor parte del castillo presenta ligera escarpa, excepto las torres, que caen aplomadas. En el recinto externo aparecen, en su parte baja, algunas troneras, y en su interior aparece el paseo de ronda, del que se accede al adarve almenado por escalerillas, que también permite el acceso a las terrazas de las torres, y de vez en cuando, debajo de estas, presenta casamatas con bóvedas de cañón.

Al castillo propiamente dicho, o recinto interno, se penetra por una sola puerta. Está orientada a levante, y presenta unas líneas de arte gótico con arco arquitrabado surmontado de otro arco moldurado trilobulado, en cuyo espacio interno aparece un paje medieval y a sus pies sendos escudos con las armas talla­ das de Juan Pacheco Girón, primer marqués de Villena, y de su segunda mujer, María Portocarrero Enríquez. Incluso en el borde superior del arco aparece otro escudo con armas muy borrosas, que podrían haber pertenecido a la Orden de Santiago o al Rey Enrique IV. En una cartela, y también deteriorada por el paso de los siglos, aparece la leyenda VNA SIN PAR, que don Juan Pacheco adoptó como divisa.

Se penetra desde ella al patio central del castillo, de planta pentagonal. A nuestra derecha, en el lado oriental de la fortaleza, aparece la Torre del Homenaje, gran edificio cuadrangular que muestra un fuerte cubo macizo semicircular, macizo, adosado, con funciones de refuerzo ante un eventual ataque artillero. El interior de la torre muestra de curioso el hecho de que la planta baja primitivamente no tenía otra comunicación con el resto de la torre que un orificio en su techo, único modo de comunicación con la estancia que existe encima, a la que podía accederse a través de otras dependencias del castillo. La baja, pues, podía utilizarse de calabozo. Es ésta una estructura bastante común en muchos castillos de la época.

Los dos cuerpos del castillo están articulados en ángulo agudo. Su aspecto al patio es moderno, ofreciendo los pórticos en planta baja, y galerías con ventanales neo‑góticos en las superiores, todo ello recubierto de revocos de mal gusto. Pertenece esta estructura a las reformas ordenadas en el siglo XIX por la emperatriz Eugenia de Montijo. Los edificios se estructuran en dos plantas, en las que existe un pasillo ancho orientado al patio, y una serie de salones, alargados o cuadrados, comunicados entre sí, que dan al exterior. Se accede al primer piso del cuerpo norte a través de una escalera cómoda, cubierta de artesonado, todo obra del siglo pasado. En la planta encontramos una serie de grandes salones vacíos, cubiertos sucesivamente de artesonados y alfarjes de estilo mudéjar y gótico, todos muy hermosos, y que le confieren a este castillo de Belmonte la categoría de lujoso palacio.

La mayor parte de estos artesonados, son obra del siglo XIX. Solamente tres son originales, del siglo XV. Concretamente el del cuadrado salón que se denomina capilla, es obra magnífica de la Edad Media, cuajado todo él de mozárabes policromados y dorados. Es de trazado octagonal, descargando sobre un friso en el que abundan los animales, las hojarascas góticas, la leyenda VNA SIN PAR que el marqués de Villena adoptó como divisa, y los escudos de la familia constructora, entre los que destacan los de Acuña, Pacheco, Girón, Portocarrero, y Enríquez. En otra sala, estos escudos se distribuyen por las esquinas y comedios de los frisos, apareciendo los emblemas heráldicos de Juan Pacheco, de su mujer María Portocarrero, de su hijo Diego López Pacheco, de sus entronques Acuña y Girón, también de la familia, y de las órdenes militares de Santiago y Calatrava, de las que llegaron a ser maestres, respectivamente, el constructor Juan Pacheco y su hermano Pedro Girón.

En otros salones de esta planta, se encuentran algunas chimeneas, especialmente una cubierta de relieves en yeso con carácter gótico muy acusado, y escudos de la familia, y en el salón central todavía las ventanas decoradas en el amplio grosor de sus muros con labores muy finas, góticas, de hojarasca, ramajes y figuras entrelazadas en las que se mezclan ángeles y pajes con monos y monstruos, apareciendo también escudos, divisas y simbolismos diversos. En otras salas del ala meridional también aparecen artesonados, más modernos, incluyendo uno circular en forma de bóveda del que se dice llegó a tener un mecanismo que le permitía girar y hacer sonar unas campanillas que le colgaba. Es difícil de creer en esta característica de dicho artesonado, y más difícil aún demostrarlo.

Por escalerillas de caracol alojadas en el grosor de las grandes torres esquineras, que miden, por cierto, 18 metros de altura, puede subirse al adarve y a las terrazas de las torres, que conservan sus almenas de forma escalonada, y que, en cualquier caso, es el complemento ideal de la visita a esta fortaleza, dado que puede apreciarse desde ella la estructura interna del castillo, sus sistemas primitivos de defensa, lo macizo de su construcción con sillarejo firmísimo, los escudetes que adornan los remates arqueados de las torres, etc. Todo ello sin olvidar las vistas magníficas que de la villa de Belmonte y de sus campos colindantes se divisa desde la altura.

Otra vez en el patio, donde hemos llegado bajando la escalera interior de la torre de la esquina sureste, y que se continúa a través de una escalera exterior adosada al muro, admiramos la grandeza del pozo que se proyectó con unas columnas entorchadas majestuosas, y que no llegó nunca a terminarse. Hubiera sido el pozo más grande de España, sin duda alguna. Lo mismo que él, algunos remates de torres no llegaron tampoco a concluirse. La muerte de Juan Pacheco en 1474 hizo que las obras quedaran paralizadas, siendo continuadas, muy lentamente, por su hijo. Después, el abandono total y la ruina progresiva hasta que llegó la "restauración" de Eugenia de Montijo que consiguió, al menos, evitar la total ruina de esta hermosa fortaleza conquense.

Sugerencias para la visita

Se sube fácilmente en coche por carretera hasta la misma puerta, a través del llamado "camino del castillo", bien señalizado desde el pueblo. En horas razonables de visita, y previo pago de un billete que contribuye a mantener tareas de restauración y mantenimiento, se puede visitar todo el castillo, acompañado de un guía que destaca lo más interesante, insiste en la admiración de techumbres, escudos y chimeneas, y trata de darle a todo una antigüedad que no tiene. Se puede subir, a través de las primitivas escaleras de caracol, hasta los adarves y terraza de la torre del homenaje. En cualquier caso, merece ser visitado con detenimiento, siendo fácil el hacerlo.


Los textos y fotos de este web site pertenecen a la obra Castillos y Fortalezas de Castilla-la Mancha. de Antonio Herrera Casado, editado por AACHE Ediciones. 2007. Colección "Tierra de Castilla-La Mancha", 1.
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