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![]() Zorita de los Canes. El castillo calatravo.
Durante el siglo XII en sus finales y principios del XIII, justo después de la derrota de Alarcos y del abandono de Salvatierra, en los preparativos de la campaña contra los almohades que cristalizaría en la magna victoria de las Navas de Tolosa, la plana mayor de la Orden calatrava hubo de refugiarse en un fuerte castillo junto al Tajo, en tierras de la Alcarria, que por aquellas fechas ostentó por tanto la capitanía del guerrero instituto. Este castillo era el de Zorita de los Canes, hoy en la provincia de Guadalajara, y uno de los que más densamente almacena hechos históricos y particularidades constructivas. Desde muy antiguo había sido el de Zorita un enclave codiciado por unos y otros, ya que rodeada por el río Tajo a poniente, y por el arroyo Bodujo a levante, se trata de una posición estratégica valiosa en cualquier eventualidad guerrera o de simple vigilancia. Por este camino del Tajo, se accedía a la región de la Alcarria, y aún era paso obligado para subir hasta la vieja Castilla, y desde ésta, poder llegar fácilmente hasta Toledo. Guerras, ganados, caravanas de comerciantes, pasaron siempre por este lugar, y por el puente que desde antiguos tiempos mantuvo y controló como clave de su primitiva importancia. La historia del castillo de Zorita corre parejas con la de la villa en su torno, que desde la distancia se mimetiza por completo con la fortaleza y aun con el terreno calizo sobre el que asienta. El dominio de una región, de un puente, de unos caminos y de un pueblo, sólo era posible gracias a un reducto fortificado y seguro. El castillo que desde muy remotos tiempos asentó en lo alto del tajado roquedal de Zorita, fue la llave de todo un territorio, como veremos a continuación. Es de suponer la existencia de población prehistórica en este lugar, dadas las favorables condiciones de defensa y utilidad del territorio en torno. Ciudad romana y luego visigoda existió en el cercano cerro de Rocafrida (el antiguo Racupel, y muy probablemente la Recópolis de los godos), en similar estrategia orohidrográfica que Zorita. En la época árabe la población se traslada a la villa actual, y el castillo se construye (según antiguos cronistas árabes) con las piedras traídas de la cercana ciudad de Racupel. La España musulmana vio cómo Zorita, lo mismo que la cercana Santaver conquense, se erigían en centro de los rebeldes bereberes y otras facciones de acendrada pureza islámica frente a los califas cordobeses. En Santaver fue Muza ben Olnúm, y en Zorita Calib ben Hafsum, quienes se sublevaron, en el siglo IX, contra los poderosos Omeyas de Córdoba, y se mantuvieron fuertes en sus castillos muchos años. La reconquista de este lugar por los cristianos, llegó en 1085 cuando el rey Alfonso VI alcanzó con sus ejércitos a recuperar Atienza, Uceda, Guadalajara, Alcalá y Toledo. El capitán de la hueste cidiana, Alvar Fáñez de Minaya, quedó por alcaide de Zorita, así como de Santaver, y en ambos lugares tuvo que sufrir la invasión almorávide de finales del siglo XI, que dejó al castillo de Zorita casi por completo arruinado. Años después, Alfonso VII, que había repoblado este enclave con mozárabes aragoneses, entregó el lugar a la familia de los Castros, quienes en vez de guardarla para el poder real, se hicieron por la fuerza sus señores feudales, amenazando en ocasiones incluso a la monarquía. En 1169, el joven Alfonso VIII, apoyado por los Laras y los ejércitos concejiles de Alcalá, Guadalajara, Atienza, Toledo, Soria y Avila, mas el apoyo de los caballeros calatravos, consiguió recuperar Zorita para la corona castellana. Al año siguiente, en 1170, Alfonso casó con doña Leonor de Inglaterra, y la ofreció en arras el castillo y lugar de Zorita. Poco más adelante, en 1174, reuniendo esta fortaleza y la villa aneja (que había sido de su montero Alfón Martínez y a la sazón de su viuda Sancha Martínez) lo entregaba todo junto el Rey a la naciente Orden Militar de Calatrava. Esta lo recibió en la persona de su maestre don Martín Pérez de Siones, quien se dedicó inmediatamente a fortificar el castillo, a ponerlo en uso completo, a convertirlo en cabeza de una Encomienda y hacerlo un firmísimo bastión pleno de tropas, caballeros y armamentos. fue entonces cuando, por tener distribuidos grandes perros alanos por las torres y patios, como mejor defensa del castro, éste recibió el nombre de Zorita de los Canes. Tras la batalla de Alarcos y la retirada de Calatrava y Salvatierra, al impulso de la invasión almohade, la Orden calatraveña hubo de refugiarse en el castillo y lugar de Zorita, donde quedó la sede del maestre y su plana mayor durante algunos años de finales del siglo XII y comienzos del XIII. El maestre Ruy Díaz se dedicó en esa época a fortalecer y mejorar el castillo, dejándole como uno de los más fuertes y eficaces de todo el reino de Toledo, al tiempo que preparaba a la Orden para lanzarla a la lucha, junto a otras fuerzas cristianas, contra el árabe, culminando la operación con el éxito de las Navas de Tolosa en 1212. Tras ella, volvió la Orden a Calatrava, quedando Zorita como Encomienda mayor. En las siguientes centurias, esta fortaleza del Tajo fue protagonista de algunas aventuras guerreras, cual la que protagonizó por muchos lugares de la baja Alcarria el pretendiente al maestrazgo de la Orden, don Juan Ramírez de Guzmán, apodado Carne de Cabra, quien se apoderó en el siglo XIV de los castillos de Zorita, Almoguera y otros lugares comarcanos, sembrando el terror en ellos. Carlos I y Felipe II, monarcas absolutos y maestres de todas las órdenes militares, decidieron en el siglo XVI enajenar sus bienes y posesiones, poniéndolos a la venta para obtener rentas suficientes con que acudir por Europa a sus guerras de religión y dominio político. fue entonces que la villa y fortaleza de Zorita de los Canes fue puesta en venta, y adquirida en 1565 por su ministro don Ruy Gómez de Silva, luego premiado con el título de duque de Pastrana, de donde también era señor. En 1572, este magnate fundó un mayorazgo en el que incluyó la villa de Zorita y su castillo. Pasó a su hijo don Rodrigo de Silva y Mendoza, y luego a sus descendientes los duques de Pastrana, hasta que en 1732, los duques del Infantado, a quienes por sucesión había correspondido la casa pastranera, vendieron este enclave a don Juan Antonio Pérez de la Torre, antecesor de los condes de San Rafael. El título, ya solamente honorífico, de Comendador de Zorita, continuó existiendo hasta el siglo XIX. Descripción La medieval fortaleza de Zorita de los Canes se eleva orgullosa y apuesta, a pesar de las dentelladas del tiempo en sus flancos, sobre un roquedal de agrias pendientes a la orilla izquierda del Tajo, amparando con su mole parda el breve caserío del pueblo. Es su estructura un complicado sistema de murallas y puertas, de torreones y ventanales amalgamados a lo largo de los siglos, sobre los que luego ha llegado la ruina, de modo tal que hoy se hace difícil tener una cabal idea de su primitiva forma. No obstante, una cosa es clara, y ésta es su adecuación perfecta a la meseta estrecha que culmina el roquedal en el que asienta. De esta forma, encontramos que la planta es alargada, de norte a sur, estando rodeado todo el recinto de fuerte muralla, que en muchos lugares lo único que hace es reforzar la corta da roca caliza, obteniendo de este modo, visto a distancia, el efecto de ser todo, roquedal y castillo, una misma cosa. Estos muros, dotados antaño de almenas, ya se encuentran desmochados. Y el acceso a este bastión militar se hacía y aún hoy se hace, por dos caminos, penetrando al mismo por dos puertas. La más señalada era la forma de llegar a través de un cómodo camino de ronda, que partiendo desde el fondo mismo del valle del arroyo Bodujo, ascendía lentamente bajo los muros del lado oriental. Protegido a su vez por poderosa barbacana, atravesaba la torre albarrana, una de las piezas mejor conservadas, mas atractivas y originales de este edificio, y llegaba hasta el extremo norte de la meseta, entrando a la parte del albácar o patio de armas del castillo. Desde él, se entraba a la fortaleza a través de una puerta abierta en la muralla y de un puente levadizo de madera, ahora inexistente, que saltaba el hondo foso tallado sobre la roca. La otra forma de entrar se hacía por un camino zigzagueante, estrecho, y sometido al control directo de las murallas y torreones, por la cara poniente del castro, arribando hasta la puerta principal, abierta en el comedio del referido muro de poniente, de cara a la villa, en el piso bajo de la llamada torre de armas. Esta puerta es sumamente interesante, por cuanto muestra superpuestas un primer arco apuntado de tipo gótico, y otro arco interior, más antiguo, netamente árabe, en forma de herradura poco acentuada. Entre ambos, el hueco necesario para hacer pasar el rastrillo típico de las entradas seguras a los castillos medievales. En lo alto de la meseta se distinguen, como ya hemos entrevisto, dos espacios bien caracterizados: el del norte, hoy libre de edificaciones, y apenas protegido por restos mínimos de muralla, hizo de albácar o patio de armas. Estaba separado por un hondo foso, y un alto murallón reforzado en las esquinas por torreones cuadrados, del castillo propiamente dicho. En este castillo encontramos múltiples detalles que ofrecen la evocación y el testimonio preciso de los tiempos primitivos de la fortaleza, expresivos del arte y la técnica de sus moradores y caballeros calatravos. Así, destaca por una parte la iglesia del castillo, que en su parte meridional, y reciente mente restaurada, muestra el ejemplo típico de una construcción religiosa románica, de una sola nave, de planta rectangular sin crucero, rematada a oriente con un ábside de planta semicircular. Ofrece al exterior muros de sillarejos, y antiguamente tuvo una alta espadaña que se hundió y no se ha vuelto a poner. En el interior, la nave se cubre de bóveda de medio cañón reforzada con arcos fajones que se apoyan en capiteles muy hermosos de tradición visigoda aunque evidentemente románicos. En el ábside, bóveda de cuarto de esfera, embellecida por cuatro arcos de refuerzo en disposición radiada apoyados en capiteles similares a los de la nave, y en el presbiterio, bóveda nervada de crucería muy primitiva. Una ventana de notorio derrame ilumina el conjunto, que al exterior se revela inserto en antiguo torreón de planta irregular pero tendiendo al semicírculo. Es destacable que desde el presbiterio, parten unas escalerillas estrechas que bajan a una pequeña cripta construida debajo del pavimento del ábside. Es curiosa su pequeña portadita de entrada, formada por un arco de medio punto enmarcado por un alfiz moldurado, y en su interior encontramos minúscula nave y correspondiente ábside semicircular con bóveda de cuarto de esfera labrada, como el resto de la cripta, en la roca viva. A este espacio le cupo la custodia, durante la Edad Media, de la imagen románica tallada en madera de Nuestra Señora la Virgen de la Soterraña, hoy conserva da en el convento de monjas concepcionistas de Pastrana. Aún al sur de este templo, encontramos otro amplio patio en el que, adosados al muro de mediodía de la capilla se ven sendos enterramientos de caballeros calatravos, posiblemente maestres de la Orden en la época en que esta tuvo su sede principal aquí en Zorita. A este patio se abre una estancia de planta redonda, sin más luz que la de la puerta, y cubierta de una magnífica bóveda semiesférica, que por tener en su clave tallada una cara extraña llaman la sala del moro. Fue posiblemente destinada a prisión. Más al sur todavía, el castillo se prolonga mediante una alta torre cubierta de terraza a la que se accede atravesando un estrecho pasadizo, en zigzag, que pasa por el interior de otra torre aneja a la anterior sala. Esa terraza dispone de un parapeto o barbacana almenada, y debió ser añadido en el siglo XVI de sus dueños los príncipes de Éboli. Finalmente, destacar la apostura y curiosa traza de la torre albarrana que vigila la entrada al castillo por el camino de ronda puesto a oriente. Se compone de un cuerpo de torre muy elevado que engarza con el recinto amurallado de la meseta. Tenía almenas y terraza, más algunos vanos saeteados. Bajo ella pasa el camino a través de dos arcos apuntados, adornados con cenefa de puntas de diamante, y una cartela en la que se lee Pero Díaz me fecit Era 1328. Está ampliamente rastrillada esta puerta, de tal modo que los atacantes que quisieran penetrar por ella, se exponían a recibir la correspondiente lluvia de piedras, aceite, etc, con que desde arriba podían ser obsequiados. De todos modos, y a pesar de este evidente desmantela miento que el tiempo y los hombres han proporcionado a la fortaleza calatrava de Zorita, aún puede perseguirse en ella, en su magnífica silueta y su estructura férrea, las formas de vida de los guerreros castellanos medievales, lo cual es algo que no se ve todos los días. Sugerencias para la visita Debe dejarse el coche fuera del pueblo, junto al río, frente al machón pétreo de lo que iba a ser, en el siglo XVI, un nuevo puente que no llegó a concluirse. También es posible atravesar el arco de la muralla de entrada a la villa, y por la calle de la izquierda, seguir subiendo un camino de tierra hasta alcanzar el arroyo Bodujo y desde allí iniciar a pie la ascensión, que luego no ofrece ya ninguna dificultad en la altura. Los textos y fotos de este web site pertenecen a la obra
Castillos y Fortalezas de
Castilla-la Mancha. de Antonio
Herrera Casado, editado por AACHE Ediciones. 2007. Colección "Tierra de
Castilla-La Mancha", 1. © AACHE Ediciones - actualizado a domingo, 31 de diciembre de 2006 |