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Aspecto general del castillo desde la orilla del Alberche

Escalona. El castillo del Condestable

Vista aérea del castillo de Escalona,  sobre el Alberche.
Fotografía de Fernando Pérez Prieto

Vigilante de la orilla derecha del río Alberche, Esca­lona surgió como fortaleza frente a la acometida almohade, y en ese sentido es defensa pensada por cristianos y puesta "al otro lado" de un río que ya servía de defensa natural. Su emplazamiento es, pues, netamente defensivo. Pero sus vicisitudes posterio­res le hicieron alcázar y finalmente palacio señorial, residencia de lujo donde incluso los monarcas castellanos pusieron envidiosos sus ojos asombrados.

Naturalmente que los árabes establecieron en Escalona un puesto vigilante. El más importante, sin embargo, vigilando el paso del Alberche, estaba en Alamín, aguas arriba. Escalona fue uno de los jalones previos que dominó Alfonso VI en su avance y cerco de Toledo. Tomó esta posición en 1083, al tiempo que Talavera y otros lugares que controlaban el Tajo y sus afluentes, con vistas a ir cercando los caminos que llevaban a la capital.

Inmediatamente, el rey castellano concedió una carta de población en Escalona a Diego y Domingo Alvarez, quienes luego se dedicaron a la repoblación de la zona, a crear un Común de Villa y Tierra en torno a la fortaleza, que entonces no sería más que una simple torre de vigía. Estos caballeros o sus descendientes, dieron en 1130 un Fuero al nuevo Común, sancionado por el Rey. Edificaron una muralla en torno a la villa y pusieron nuevos torreones a lo que empezaba a ser embrión de un gran castillo.

Resisitió favorablemente la acometida de los almohades y los almorávides, que no pudieron en ningún momento tomar la población, bien defendida por su situación, su cerca amurallada y su castillo. Años después, en 1281, lo que todavía era un Concejo libre pasó en señorío al infante don Manuel, hermano de Alfonso X, por concesión de éste. Dicen que en este lugar puso el infante el rincón de sus amoríos. El caso es que la villa y el común de Escalona, junto a su castillo, todavía poco cuidado, permanecieron en propiedad señorial, concretamente en la de su hijo, el famoso constructor y propietario de castillos infante don Juan Manuel, quien a Escalona dedicó múltiples atenciones constructivas. Es muy posible que de él sean, además del fuerte amurallamiento de la villa, las torres albarranas de la fortaleza y los muros que las unen.

En 1328 se produjo la conjura de diversos señores territoriales de la cuenca del Tajo (Illescas, Mora, Maqueda y el propio de Escalona) contra el conde don Alvaro Osorio, a la sazón poderoso privado del Rey, encastillándose todos ellos en Escalo­na, que finalmente fue sitiada y atacada por el monarca Alfonso XI, reduciéndola a su obediencia.

Es finalmente en 1423 que Juan II la incorpora de nuevo a la corona castellana. Al año siguiente, en 1424, se la entrega en señorío a su valido don Alvaro de Luna, a cambio de la villa de Alfaro. Aquí puede decirse que se inicia la historia real, la estampa nueva, el pálpito definitivo del castillo de Escalona. Porque unos años después, en 1435, el Condestable inicia la construcción de un palacio inmenso que, no solo como castillo fuerte, sino como elegante residencia, y ostentosa demostración de su omnímodo poder, sería en adelante la admiración de cuantos le visitaran. Se trabajó mucho entre 1435 y 1437, años en los que lo fundamental del edificio quedó concluido. En años posteriores, continuaron las labores de ornamentación, para las que don Álvaro, en tantas cosas aficionado a la cultura de Al‑Andalus, trajo buen número de artesanos árabes y mudéjares, que plantaron allá, entre los adustos muros de la fortaleza, un verdadero palacio donde el lujo más desorbitado tuvo cabida.

Un rayo, cuentan, cayó sobre la torre mayor durante una tormenta el 10 de agosto de 1438, pero inmediatamente fueron subsanados los daños causados. Incluso a partir de entonces se reforzó el castillo con obras de más moderno diseño para la artillería, llevadas a cabo, según consta en algunos documentos, por artífices alemanes. Todavía en 1448 visitaron el castillo los reyes don Juan II y su mujer doña Isabel, acompañados de toda la corte, quedando referencias por los cronistas de la magnificencia del gasto y la casa.

Una vez muerto el Condestable de Luna, en 1453, su viuda doña Juana Pimentel, se hizo fuerte con sus hijos entre los muros de Escalona, que era reclamada por el Rey. Aguantó tres años, pero finalmente, en 1456, y mediante tratos con los enviados del monarca, cedió su residencia, a la que, es lógico, ten­dría un gran aprecio. Años después, en 1470, el rey Enrique IV se la entregaba, en una repetición de la historia, a su valido el marqués de Villena don Juan Pacheco, también maestre de Santiago. Este tuvo más suerte, y a pesar de las veleidades de la fortuna, tan variable y cruel a veces en el declive de la Edad Media, Escalona se mantuvo en su estirpe, constando que todavía en el siglo XVII era propiedad de los marqueses de Villena, y pasando luego a la casa del duque de Arcos.

El castillo de Escalona, magnífico exponente durante los siglos medios de lo que había sido la cultura medieval española, cuidado mal que bien por sus porpietarios a lo largo de siglos, cayó destrozado durante la Guerra de la Independencia por las tropas napoleónicas, comandadas en esta ocasión por el General Suchet, quien solo se entretuvo en destruir y quemar. Desde entonces, y esto ocurría en 1808, el abandono de la fortaleza propició su progresivo deterioro, hundimiento de estructuras, y lo peor de todo, rapiña de piezas de arte y elementos de ornamentación, hasta llegar a nuestros días, en que a pesar de ciertas obras de consolidación para evitar el hundimiento total, Escalona sigue siendo una pálida sombra de lo que fue en su día.  

Descripción

Puesto sobre la escarpada orilla derecha del río Alberche, el castillo de Escalona se muestra denso de piedras, pletórico de historias y sugerente en su estampa de ancestral defensa del valle. Ascendemos la cuesta que desde el puente del río nos eleva a la meseta en la que asienta el pueblo. Y allí, puestas sobre el borde calizo de la agria orilla, resplandencientes al sol, se ven las ruinas de la antigua fortaleza del Condestable Luna.

En la lejanía encontramos que no sólo el castillo tuvo relevancia en la posición fuerte del lugar, sino que también unos restos de murallas extendidos hacia poniente, revelan que la villa estuvo cercada y bien defendida en siglos pretéritos. Siempre fue Escalona una villa crecida al resguardo del castillo. De esa actitud son restos los murallones, en ese sector de poniente muy grandes y bien conservados, de la antigua cerca.

El castillo es hoy un informe montón de ruinas. A pesar de lo maltratado que ha sido por los siglos y las incurias, aún nos ofrece algunas particularidades notables, que le hacen merecedor de una visita detenida. Su planta es irregular. Por tres de sus bordes está puesto en defensa permanente, ya que sus muros caen casi en picado sobre las aguas del Alberche. El costado norte, el contiguo a la villa y hoy circuido por la carretera de acceso al pueblo, estaba más desprotegido, y ello supuso la necesidad de construir allí un foso o cava de lo que quedan algunos signos.

En ese costado norte, vemos la estructura defensiva en forma de un recinto externo de mampostería y altura media, con una escarpa pronunciada sobre la que se alza el muro horadado a trechos por troneras. Tras él, corre un amplio paseo de ronda que va atravesando mediante arcos las enormes torres cuadradas que refuerzan el recinto interno del castillo, formado de altos muros que ya perdieron su arboladura de almenas. Al final de ese paseo de ronda, en el extremo de poniente del castillo, y protegida por alta torre de mampostería y sillar en las esquinas, aparece la maltrecha puerta de acceso a la fortaleza.

Esta, de tan grande que es, nos permite observar dos espacios plenamente definidos en su interior, separados a su vez por un foso. El primer espacio, en la parte de levante, muestra entre informes ruinas de torres, salas, escaleras y muros desmochados, los mínimos restos de lo que fuera el gran patio de armas de la fortaleza, en el que un total de veinte columnas ochavadas, de sillar, sustentaban merced a capiteles en los que aparecía tallado el escudo de los Luna, otros tantos arcos conopiales. La otra parte, la del poniente, en la que parece presidir con su maciza cintura la gran torre del homenaje que fuera, posee el detalle, todavía capital aunque cada vez más deteriorado, de la conocida sala de Embajadores, en la que los muros, los frisos, y los alfarjes de yesería polícroma en estilo ricamente mudéjar, con restos de leyendas y el aire de lo que fuera un desorbitado lujo medieval, permiten al visitante de hoy evocar el proverbial boato de la corte del Condestable.

Otro recinto alberga, también en ruina total, lo que fuera la capilla del castillo, en la que con cierta dificultad se pueden leer fragmentariamente algunas frases latinas que son diferentes versículos de los Salmos. De los cuantiosos escudos de armas, de unos y otros propietarios, que en la fortaleza hubo, solamente queda hoy visible un emblema con las armas de Luna, inserto en un fragmento de yeso en el cuartel sudeste de la parte sur del castillo.

Nada más resta de interés en esta inmensa mole. Su aspecto ruinoso, en la distancia, es evocador y bello. El interior nos permite vislumbrar restos de estructuras que, amalgama­ das y superpuestas unas a otras, fueron componiendo este alcázar en el que la nobleza toda de Castilla, e incluso las jerarquías de Al‑Andalus vieron siempre el supremo arte arquitectónico y decorativo propio de un magnate opulento. Nada más queda. Sobre las ruinas, flotando, las múltiples referencias que crónicas y relaciones, artículos de viajeros y remembranzas de embajadores, nos dejaron acerca de la maravilla de arte y lujo que entre sus muros se encerraba.

A este respecto, recordar solamente las referencias que escritores portugueses dejaron hacia 1448, en ocasión de haber sido invitados por el Condestable don Alvaro de Luna a su castillo‑palacio: se maravillaron al ver aquella casa, tan fuerte y tan magnífica, y la riqueza con que estaba alhajada. Las puertas grandes de la entrada se adornaban con trofeos de caza (cabezas de osos, de puercos y de otras bestias salvajes), y en medio del postigo se mostraba, extendida y clavada, una gran piel de león enviada al Condestable por un rey moro de allende el mar... Dentro, recordaban la abundancia de paños franceses, de vajillas de oro y plata, de muebles ricos, de manjares y bebidas suculentas, etc.

Y todavía en el siglo pasado, (1853 concretamente), el escritor Aureliano Fernández Guerra escribía una relación de lo que había visto entre lo que ya empezaban a ser ruinas, pero ricas aún de colores y formas, del castillo de Escalona. Hace poco más de cien años, aún permanecían en pie los arcos todos del patio, las portadas ornadas de atauriques de oro, marfil y azules, que daban paso a estancias resplandecientes en sus muros y arte­ sonados con ornamentos, dibujos y leyendas en el mejor estilo mudéjar, entre ellas la sala rica que aparece mencionada algunas veces en la Crónica del Condestable, y la afamada sala de embajadores en la que se sumaban detalles y la ostentación resplandecía por doquier. A ello podían añadirse interesantes elementos funda­ mentales en la estructura de la fortaleza, como matacanes sobre las puertas, muros rematados por adarves y garitones en los que almenas y frisos daban elegancia y airosidad al conjunto.

De todo aquello solo resta hoy la estampa lejana de la fortaleza, puesta como un orgulloso navío en la altura caliza de la escarpada orilla del río Alberche, y el informe acumulo de muros, de estancias, de pasadizos y ruinas que al visitante con recursos mentales todavía le dan pie a imaginar lo que fuera y lo que podría haber sido si la formación y la cultura de los españoles hubiera alguna vez rozado la normalidad.

Sugerencias para la visita

El castillo de Escalona es de propiedad particular. La entrada la tiene en una puerta del camino de ronda que es fácil­ mente accesible desde la carretera que sube al pueblo desde el río. Pero esta puerta está habitualmente cerrada, y la llave la tiene un guardián que no la abre si no es con el consentimiento escrito de la propiedad.


Los textos y fotos de este web site pertenecen a la obra Castillos y Fortalezas de Castilla-la Mancha. de Antonio Herrera Casado, editado por AACHE Ediciones. 2007. Colección "Tierra de Castilla-La Mancha", 1.
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