castillos y fortalezas de castilla-la mancha toledo guadalajara cuenca ciudad real albacete guadamur


Imagen del castillo de Guadamur a comienzos del siglo XX.

Guadamur. El castillo.

El castillo de Guadamur es, sin duda, uno de los más hermosos, de los más atrayentes, que guarda nuestra región. Quizás por lo bien conservado de sus estructuras, quizás también por su estampa tan clásica y cumplida de lo que una fortaleza medieval entendemos que debía ser. El caso es que la imagen de Guadamur, a pesar de estar hoy en cierto modo oculto por vallas y arboledas, se nos queda en la memoria como el paradigma de lo que un castillo de la lejana Edad Media debía ser.

Se remonta su historia a siglos lejanísimos. Algunas crónicas árabes hablan ya de las torres de Guadamur, y la tradición quiere que en su recinto primitivo se refugiara el rey Al‑Qadir con su hija, tras salir derrotados de Toledo en 1085. El hecho cierto es que en tiempos del conquistador Alfonso VI ya existía en Guadamur una fortaleza, que posteriormente los cristianos mejoraron, permaneciendo durante la Baja Edad Media en poder de los monarcas.

En el siglo XV obtiene por concesión real el señorío de Guadamur don Pedro López de Ayala, que alcanzó en la corte pues­ tos de relieve, como el de Aposentador real y alcalde mayor de Toledo, siendo en la primera mitad de esa centuria el jefe de la casa de los Ayala, uno de los grupos de nobles que, frente a los Silva, mantenían luchas y enfrentamientos permanentes en la ciudad del Tajo. Este Pedro López de Ayala, comenzó la edificación del castillo de Guadamur, hacia 1444 y fue continuada por su hijo, también llamado Pedro López de Ayala, apodado primeramente "el Mozo" y luego "el Sordo" (cosas de la vida!), quien en 1470 recibió del Rey el título de Conde de Fuensalida. Acabó éste las obras del castillo toledano en su primera etapa, hacia 1469. Entre padre e hijo dejaron la fortaleza de su señorío muy bien edificada y cumplida, aunque solo en su parte inferior y torre del homenaje. Sería su descendiente, el cuarto conde de Fuensalida, también llamado Pedro López de Ayala, como todos sus antecesores (para desesperación de los historiadores), quien hacia la segunda mitad del siglo XVI continuó la construcción del castillo, ampliándole, añadiéndole el segundo nivel del cuerpo principal, y dotándole del foso y recinto externo que hoy le dan su aspecto de fortaleza inexpugnable.

Múltiples personajes ilustres ocuparon sus salones, atravesando el puente levadizo de su entrada, y residiendo algunas temporadas en su interior. Si la tradición dice que Pedro I el Cruel se albergó una temporada entre sus muros, en el siglo XIV, luego está probada la estancia, en 1502, de los entonces príncipes Felipe y Juana, que en la historia tomaron los sobrenombres de el Hermoso y la Loca respectivamente. Por Entonces se albergó en él D. Francisco Jiménez de Cisneros, el Cardenal regente y fundador de la Universidad de Alcalá. Y poco después sería el propio Emperador Carlos quien allí acudiera, a pasar los primeros días del luto y la tristeza por la muerte de su esposa doña Isabel de Portugal. Incluso la princesa de Éboli, doña Ana de la Cerda y de Mendoza, fue recluida entre sus altos muros tras la muerte violenta de Escobedo.

Ya en la segunda mitad del siglo XVI, los Ayala traspasaron el dominio de Guadamur y su castillo a los duques de Uceda y Frías, en cuyo poder se mantuvo hasta comienzos del siglo XIX. En 1809 sufrió un terrible incendio, provocado por las fuerzas napoleónicas, y ya destruido y abandonado, fue cedido por el duque de Uceda al propio pueblo. Sirvió de albergue a las tropas carlistas del pretendiente, y ello acentuó todavía más su ruina. Finalmente, a últimos del siglo pasado, en 1887 concretamente, el pueblo lo vendió a don Carlos Morenes y Tord, sexto conde de Asalto, pariente lejano de los Ayala, de quien lo heredó su hijo el marqués de Argüeso. Esta familia se dedicó, con un raro empeño, a reconstruir y adecuar el castillo para su vivienda. En la tarea, iniciada inmediatamente tras la compra, colaboraron con sus consejos y repetidas visitas personajes como D. Jerónimo López de Ayala, Conde de Cedillo, erudito conocedor del arte toledano y el tema de los castillos. Se consiguió en poco tiempo y a costa de grandes gastos, su total restauración, llenándolo de magníficas obras de arte, que de todos modos volvieron a ser destruidas, y saqueado el edificio en la Guerra Civil de 1936‑39, por bandas destructoras.

La reconstrucción final, tal como hoy podemos contemplarlo, y su vuelta al pasado esplendor con múltiples colecciones de obras de arte y manufacturas tradicionales, es obra del mar­qués de Campóo. De cualquier modo, y a pesar de ser actualmente una propiedad privada, la fortaleza toledana de Guadamur es una auténtica joya de la arquitectura militar de nuestra región que merece una visita detenida.   

Descripción

En la parte más elevada del pueblo, hoy rodeado de árboles frutales, y de una valla de construcción moderna, se levanta la mole ingente, la maravilla silueteada de esta hermosa pieza de la arquitectura medieval. La restauración acertada que recibió hace años, y el buen estado de conservación en que es matenido por sus propietarios, permite sacar fáciles conclusiones de su aspecto primitivo.

Se rodea la fortaleza de un foso, o cava, cuya misión era la de dificultar el asalto, ya de por sí complicado ante tamaña fortificación. De todos modos, el hecho de encontrarse el edificio en un lugar de fácil acceso, no roquero, impuso a sus constructores esta primera prevención. El foso reproduce en su forma la de la fortaleza.

Se compone el castillo de dos recintos construidos con mampostería de calidad, piedra parda de la tierra, cementada de los mismos tonos. El recinto externo, es de menor altura y más ancha base que el interno,pero sus plantas son en todo similares. De diseño cuadrado, en las esquinas aparecen cubos circulares de refuerzo, y en el comedio de los muros surgen baluartes en forma de redientes o torres tamajadas. Todo ello reposa sobre el foso en forma de un acusado escarpe que le da mayor esbeltez.

El recinto interno, el castillo propiamente dicho, tiene una estructura similar. Cuadrado de planta, en las esquinas ofrece torreones circulares, y en el comedio de las cortinas, torres tamajadas. Todo ello de una altura considerable, de una esbeltez llamativa, rematadas por almenas puntiagudas. Inserta en la esquina occidental, se levanta la gran torre del homenaje, recinto de solidez impresionante, que caracteriza en gran modo a este castillo. Es de planta levemente rectangular, de 18,3 metros por 12,35 metros, y presenta una altura total de algo más de 30 metros, hasta el principio del coronamiento, lo que da idea de su impresionante esbeltez. Está perforada en su basamenta por un pasadizo de bóveda de cañón que permite el paso desde el ingreso norte, el principal, a través del puente levadizo, hacia el paseo de ronda occidental y posteriormente a la puerta de entrada al recinto interno, puesta en el flanco sur.

La Torre del Homenaje de Guadamur, una de las más hermosas que encontramos en nuestra región, se apoya, en su gran mole, sobre un amplio basamento, y consta de dos cuerpos superpuestos. En la altura final, seis airosos garitones de alargada silueta adornan y defienden la torre, colocados en sus esquinas y en el comedio de sus muros más largos. Surgen de circulares voladuras, adornadas con labor de perlas y de pequeñas pirámides, y han quedado con el tiempo achatados al perder su coronamiento de parapeto y almenas, que todavía le habrían sumado un par de metros.

Los vanos de la fortaleza son escasos y lógicamente pequeños, teniendo en cuenta su carácter netamente defensivo y medieval. En el recinto externo aparecen troneras en las que podían situarse piezas de artillería, mientras que en el círculo interior o castillo propiamente dicho, las saeteras y flecheras son estrechas. En el transcurso de los siglos, se le añadieron a la fortaleza otros vanos, más amplios, en los dos recintos, que le confieren un aspecto más residencial del que tuvo en su origen.

El ingreso al castillo se hace por el flanco de ponien­te. Un puente levadizo permitía salvar la cava. Y la entrada al recinto exterior se hacía a través de un gran arco de medio punto, adovelado y rematado por fuerte matacán, entre dos torreones circulares coronados por agudos merlones. La puerta de ingreso al recinto interior está situada en otro muro, en el del sur. De acuerdo con las costumbres defensivas medievales, esto obliga­ba a los visitantes a realizar un recorrido en zig‑zag por el paseo de ronda, lo cual permitía a los defensores vigilar e incluso atacar si fuera preciso a los que entraban. La puerta al recinto interior, como digo, se encuentra en el muro meridional. Consta también de un gran arco semicircular adovelado, rematado por escudos de armas en los que se ven los emblemas de Castañeda (mujer del primer señor de Guadamur e iniciador de la construcción), de Ayala (por Pedro López de Ayala, primer conde de Fuensalida, continuador de las obras), y de Silva (por María de Silva, mujer de este último). Otros múltiples escudetes, con las armas de López de Ayala, se distribuyen tallados en piedra por los muros y torres de la fortaleza.

El interior del edificio, hoy totalmente reconstruido, y utilizado como vivienda particular, ofrece un patio central cubierto de cristalera que permite la entrada de luz pero evita el desgaste de los elementos atmosféricos. Con ello, tanto dicho patio como las estancias que se distribuyen en su derredor y en varios pisos, vienen a ser hoy un magnífico entorno cuajado todo él de obras de arte, y de elementos que confieren un sabor plena­ mente hispano al recinto: muebles, armaduras, tapices, imagine­ ría, etc. expresan el buen gusto y el cariño hacia lo antiguo que tienen su propietarios. En el interior de la fortaleza, a pesar de haber sido restaurada en su totalidad por el estado de ruina a que había llegado en la pasada centuria, aún se pueden contemplar algunos elementos primitivos, como la escalera principal, bóvedas de ladrillo en algunas estancias, y una bóveda apuntada en la estancia superior de la torre del homenaje. Múltiples frisos con leyendas en latín reproduciendo salmos bíblicos, recogidos unos de la antigua construcción, y otros puestos nuevos en la restauración, se ven por doquier. En algunas salas vénse los arabescos de estuco originales del siglo XV.

Sugerencias para la visita

La localización del castillo en el mismo casco urbano del pueblo, facilita su acceso. Para quien vaya con tiempo escaso, y solo pueda admirarlo por el exterior, se aconseja ascender hacia su costado sur, y desde la cercana ermita de Nuestra Señora de la Natividad puede contemplarse una vista general del edificio. Al mismo tiempo, se admira este otro edificio notable en cuanto que ofrece una arquitectura mudéjar interesante, especial­ mente en su ábside y en su portada. Quien disponga de más tiempo, puede visitar el interior del castillo, solicitando el permiso a los propietarios, y entrando por la parte de poniente del edificio, en la calle donde está el Cuartel de la Guardia Civil, a través de una puerta enrejada.


Los textos y fotos de este web site pertenecen a la obra Castillos y Fortalezas de Castilla-la Mancha. de Antonio Herrera Casado, editado por AACHE Ediciones. 2007. Colección "Tierra de Castilla-La Mancha", 1.
Esta página es ofrecida a la Nueva Frontera por
AACHE Ediciones, libros de Guadalajara y Castilla-La Mancha
C/ Malvarrosa, 2 - 19005 GUADALAJARA (España)
Telef.  +34 949 220 438 - email: ediciones@aache.com - Internet: www.aache.com

© AACHE Ediciones - actualizado a domingo, 31 de diciembre de 2006
Reservados todos los derechos