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![]() Maqueda. Castillo.
Fue puesto vigilante de los romanos, y hay quien dice que en algunos itinerarios puede identificarse con la Maceda de los geógrafos latinos. En época del dominio árabe, aquí pusieron ya un castillo que tenía por misión el control de esos caminos. Hacia el año 981, el arquitecto Fathoben Ibrahim el Omeya, constructor que había sido de grandes mezquitas en Toledo, y célebre por su saber y sus viajes al Oriente, aumentó y perfeccionó la fortaleza de Maqueda. En el año 1083, cuando Alfonso VI de Castilla andaba poniendo los peones de su jugada máxima sobre Toledo, Maqueda y su tierra se le entregó, al parecer sin resistencia acusada. Podría ser, incluso, que esta posesión se hiciera efectiva tras la toma de la capital en 1085. Inmediatamente después, y por concesión real, se formó un Común de Villa y Tierra en torno a Maqueda, que nunca llegó a ser grande, frenado por los vecinos de Escalona, Santa Olalla y Montalbán. En 1153 pasó a ser, por concesión real, de señorío privado, posesionándose de la villa y de la fortaleza don Fernando Yáñez. La historia de Maqueda y su castillo tomó un nuevo giro el año 1177, cuando Alfonso VIII, tras la toma de Cuenca, y en una reorganización completa de su cada vez más ancho reino, donó Maqueda y su tierra a la Orden de Calatrava. Aquí tuvo asiento durante siglos la cabeza de una encomienda, y el más antiguo de los comendadores de Maqueda de que tenemos noticia es don Bermudo, en tiempos del Maestre Pérez de Siones. Esa encomienda de Maqueda tenía agregado el castillo y tierra de San Silvestre, junto a Toledo. El ataque de los almorávides, al mando personal de su emir Yusuf, en los años 1196 a 1198, supuso varios cercos a la población, ya por entonces totalmente amurallada, como cabeza de Común que era, pero los muslimes no pudieron rendirla, y sus fortificadas defensas demostraron lo útil que para las vidas y haciendas de sus gentes fueron estas arquitecturas defensivas. En 1434, el entonces poderosísimo Condestable Alvaro de Luna, dueño ya de Escalona, quiso poseer también Maqueda y San Silvestre, tomando esta encomienda para sí, y entregando a cambio a la Orden calatrava sus villas de Arjona y Arjonilla. Pensaba don Alvaro construir un fuerte estado personal en las proximidades de Toledo. Pero cuando llegó la hora de la enemistad final con el monarca, el príncipe Enrique [IV] acudió a Maqueda con la orden de acosarla y tomarla. Don Alvaro aguantó en su interior. El ejército real, después de un acoso de varios días, puso fuego a todo el arrabal, pero la villa amurallada y el castillo no se rindieron. Después de haber sido hecho prisionero el Condestable, lejos de allí, e iniciarse el proceso que habría de llevarle al cadalso, su villa de Maqueda continuó resistiendo la fuerza del rey, y su alcaide Fernando de Ribadeneyra se mantuvo fiel al legítimo dueño, reforzando el castillo, esperando que un día volviera quien había dado pálpito de novedad y lujo a sus almenas. El cerco de Juan II acabó rindiendo a Maqueda. Y el castillo con su aneja "villeta" volvió a la Corona. No mucho tiempo fue de pertenencia real. El infante don Alfonso, en época que anduvo proclamado rey frente a su hermano Enrique IV, cedió en señorío a Maqueda y su tierra al cortesano Alvar Gómez de Ciudad Real, quien poco después, en 1465, cambió con el Cardenal Mendoza, jefe de la casa mendocina con su feudo principal en Guadalajara, esta fortaleza y el derecho a la alcaidía mayor de Toledo, por las villas de Pioz, El Pozo y los Yélamos, todas en el Común de Guadalajara. Pocos años adelante, en 1469, el Cardenal Mendoza volvió a ceder Maqueda a su pariente el arzobispo toledano don Alonso Carrillo de Acuña, a cambio de las villas y correspondientes fortalezas de Jadraque y Alcorlo, situadas en los valles de los ríos Henares y Bornova, en plena tierra de Alcarria donde los Mendoza, comandados como hemos dicho por el gran Cardenal, estaban entonces construyendo su magnífico estado señorial. Poco después, este Alonso Carrillo vendería la fortaleza, la villa y sus derechos, al célebre comendador mayor de León, don Gutierre de Cárdenas, contador mayor del reino. Este inició la reedificación del castillo de Maqueda tal como hoy lo vemos. Después de años, de siglos de luchas, de asedios, de cambios y abandonos, el que fuera poderoso baluarte medieval debía andar bastante derrotado. Cárdenas se ocupó en levantar una fortaleza que, dado el giro de los tiempos, perseguía más la grandiosidad y el boato de la residencia que la fuerza de la guerra. No obstante, el estilo imperante en la articulación de estos edificios hizo que se trazara de acuerdo con las normas clásicas de la fortificación. Las armas de Cárdenas y Enríquez quedaron talladas en escudo sobre la puerta. Y la grandiosidad del edificio, en el que por aquellos años de finales del siglo XV residió una temporada la reina Isabel la Católica acompañada de su amiga Beatriz de Bobadilla, futura marquesa de Moya, quedó ya permanente por los siglos. Desde entonces se mantuvo en posesión de los Cárdenas. El hijo del reconstructor, Diego de Cárdenas, fue nombrado duque de Maqueda por el emperador Carlos en 1539. A pesar de haber pasado a residir esta familia en un gran palacio que se construyeron en la cercana población de Torrijos, siempre cuidaron la fortaleza y solo la dejaron en el siglo XIX, cuando la constitucional abolición de los señoríos. Tras muchos años de abandono, recientemente ha recibido ayudas reconstructoras, y a pesar de tener en su interior un inexpresivo edificio cuartelero, la fortaleza de Maqueda es hoy un elocuente ejemplo de la arquitectura medieval, y una resonante palabra que nos trae los ecos de nuestro pasado más glorioso. Descripción Perfectamente reconstruido, el castillo de Maqueda es hoy un elocuente testimonio de la arquitectura medieval de tipo defensivo. En realidad, el visitante de la fortaleza de Maqueda no debe conformarse simplemente con admirar el castillo, aislado en lo más alto del pueblo, sino reconocer y recorrer los restos, todavía elocuentes, de lo que fue la muralla de la fortificada villa que a él estaba adosada, y que le confería, por su potente aspecto, sus torres de vigilancia, sus puertas magníficas, un reducto imponente de la fuerza militar de Castilla en la Baja Edad Media. Analizaremos en primer lugar el castillo. Se divisa fácilmente desde cualquiera que sea el camino que nos traiga a Maqueda. Es de planta cuadrilonga, y se forma por cuatro enormes paramentos que a modo de altos muros rematados por almenas, le confieren un clásico aspecto. Dado lo irregular del terreno en que asienta, las cuatro cortinas de este alcázar son de diferente altura. Incluso los murallones orientados al este y al oeste, los más largos, dado que se deslizan sobre el empinado cerro, tienen su coronamiento en continuo cambio de altura, para ajustarse a las variaciones del lugar que le sustenta. Los muros son, como digo, de mampostería y buen sillar en los detalles y esquinas. Apenas escasos vanos abren en ellos, a no ser algunas estrechas saeteras en la parte alta, y hoy unos ventanales, modernos, en el muro de levante. En las esquinas y al comedio de los muros más largos, se sitúan fuertes torres de planta circular. En la esquina del noroeste, junto a la entrada, había una torre especialmente fuerte, quizás incluso con el carácter de Torre del Homenaje. De ella queda hoy solamente el arranque de los muros, pero por ellos colegimos que su planta debía ser cuadrada. En el muro del norte, ábrese la puerta principal. Lo de "ábrese" es un mero decir literario, puesto que habitualmente se encuentra cerrada, impidiendo la entrada y admiración del interior. Esta puerta es de un estilo sencillo pero elocuente del siglo XV. El vano de entrada está formado por un gran arco adovelado, de medio punto, y se remata de un alfiz delgado, formado de decoración en perlas y apoyado en sendas ménsulas de decoración vegetal, en cuyo centro alberga un escudo de armas, tenido por un ángel, en el cual escudo lucen, partidas, las armas de Cárdenas y Enríquez, constructores del castillo en su dimensión y aspecto actuales. Sobre la puerta, como si colgara del adarve, vemos un gran matacán de sillería sostenido sobre pequeños arquillos que apoyan en modillones. Era este el mejor sistema defensivo de la puerta, permitiendo en caso de ataque directo a la misma, arrojar piedras, armas o aceite hirviendo desde su perforada base. Hay todavía otra pequeña puerta, a modo de poterna, en la parte más baja del muro de levante. Se forma por un arco de medio punto con grandes dovelas. Quizás el detalle que más ha llamado siempre la atención de los entendidos, en este castillo de Maqueda, es el coronamiento de sus muros, con un adarve en el que lucen elegantes almenas o merlones de disposición muy particular y bella. El nivel del piso de este adarve, está señalado por una línea de varios niveles de ladrillos, componiendo un sencillo pero elocuente motivo de evocación mudéjar. Encima de esa línea aparece un nuevo nivel de mampuesto, y encima otra línea, más estrecha, de ladrillos, sobre la que ya carga el clatel de almenas, que se construye de mampostería y ladrillo. Lo curioso de esta estructura, es la disposición de las almenas por parejas. Sobre el ante pecho de sillería, en el que a trechos aparecen algunas saeteras, álzanse los merlones emparejados, construidos de mampostería y ladrillo, y rematados por airosos piramidones. La defensa del adarve, que gracias a sus más de dos metros de altura permitía la fácil protección y ocultación de cuantos en él batallaran, se hacía a base de aspilleras hendidas en el antepecho. En cualquier caso, es este coronamiento almenado de los muros, en todo su perímetro, uno de los más hermosos detalles constructivos del castillo de Maqueda. En su interior, restaurado con destino a Casa‑Cuartel de la Guardia Civil, nada queda relativo a su originario quehacer. Las torres mantienen sus pisos, sus bóvedas de ladrillo, sus escaleras de caracol. Pero las antiguas estancias, que llegaron a hundirse por completo, fueron con posterioridad rehechas, para albergar las dependencias del Cuartel local de la Guardia Civil, abriendo vanos en su ala oriental, y estrechando el patio central con los edificios anejos. Se ha añadido, todavía, un edificio moderno en el centro del espacio inmenso de la hueca fortaleza. Incluso sobre el adarve, en la torre central del muro de levante, ha surgido el brillo metálico de una antena de televisión, testimonio disarmónico de una nueva época. Pero la fortificación de Maqueda no quedaba, como antes hemos visto, reducida a este castillo, sino que este era, en realidad, la alcazaba o reducto fortificado de un ámbito mucho más amplio que acogía a todo el pueblo. Una muralla recorría, partiendo del castillo y con dirección a poniente, todo el cerro donde hoy asienta la población. Encerraba dentro a la villa, que llegó a denominarse la villeta, y que estaba protegida en todo su amplio perímetro por muros de mampostería, reforzados a trechos por torres de diverso tipo, y permitiendo la entrada al recinto por dos puertas. En relaciones históricas antiguas se hace descripción pormenorizada de este conjunto amurallado. Hoy solo nos quedan de él algunos testimonios aislados. Así, en el trayecto norte de la antigua muralla, la hermosa torre de Santa María, o de las campanas, nos ofrece su airosa silueta compuesta de estratos de mampostería y ladrillo con ventanales estrechos, haciendo un conjunto muy sugerente de arquitectura militar mudéjar. Ya en el ángulo noroeste de la antigua muralla, más rechoncha e inexpresiva aparece la Torre de la Vela. Recorriendo todo el trayecto del Maqueda antiguo, encontramos a trechos los mínimos restos o apuntes de su muralla, los desmochados sustentos de la torre de las Infantas, y, delante de la iglesia parroquial, el magnífico conjunto de su "Puerta maestra", pieza de la arquitectura militar medieval muy sugestiva. En cualquier caso, el recorrido por las calles de la población, siguiendo el amplio trazado de la muralla, conjuntado con la visita exterior, y, si es posible, también interior del castillo, es una experiencia interesante y evocadora de la capacidad defensiva y la importancia que en siglos pretéritos tuvo Maqueda. Los textos y fotos de este web site pertenecen a la obra
Castillos y Fortalezas de
Castilla-la Mancha. de Antonio
Herrera Casado, editado por AACHE Ediciones. 2007. Colección "Tierra de
Castilla-La Mancha", 1. © AACHE Ediciones - actualizado a sábado, 30 de diciembre de 2006 |