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Torre del Homenaje del castillo-parador de Oropesa.

Oropesa. El castillo parador.

En el extremo oriental de la región de Castilla‑La Mancha, guardando una posición muy fuerte en el camino hacia el Tajo, se encuentra Oropesa sobre un altozano, en un término cuajado de bosquedales de encinas, con una historia que se pierde en las leyendas más remotas, y que hablan de reyes griegos funda­dores, del mismo Hércules que a España viniera poniendo a golpe de maza los pueblos sobre las colinas. Lo cierto es que, gracias a los hallazgos arqueológicos realizados, se sabe que en el alto donde hoy asienta el castillo de Oropesa, y en época de los iberos, existió como su antecedente más remoto un castro defensivo con necrópolis en la parte declive del cerro, orientada al mediodía.

Posteriormente, los romanos asientan en esta postura, y se construyen algunas villas en la parte llana de la comarca, constando la certeza de haber pasado una calzada romana en las cercanías del pueblo actual, pues en la ermita de las Peñitas hubo algunas inscripciones latinas en evidencia de haber tenido su sepultura en aquellos entornos algunos miembros de colectividades hispano‑romanas. Quizás como posición fuerte se mantuvo lo alto del cerro, y con seguridad a partir de la dominación musulmana se inició la construcción del poblado con categoría de villa de cierta importancia, rodeándose de murallas y poniendo en lo más alto un castillo de reducidas dimensiones, apto solamente para la vigilancia y el resguardo de escasas tropas, como era habitual en el sistema militar de las Marcas de Al‑Andalus.

La reconquista de Oropesa y su comarca , aunque sin datos fidedignos y documentales de evidencia, se atribuye al rey castellano Alfonso VI, en los días de su campaña contra Toledo. Sería hacia 1080, en los prolegómenos de su cerco a la capital del Tajo que, avanzando desde occidente, tomada ya Coria, se apoderó de esta plaza sobre la que ejerció la presión contra Talavera y las fortalezas del sur del río. Apenas sin población y mal pertrechada la fortaleza que quedó reducida a simple torre, incluido su territorio en el enorme alfoz del Común de Villa y Tierra de Avila, habría de esperarse a los tiempos de Alfonso X para que su repoblación se iniciara con voluntad y decisión, siendo un hijo de este monarca, el infante don Juan, quien en 1301 concediera el Fuero a esta villa que anteriormente había sido de realengo, y de este modo pasaba a ser considerada como de señorío. El citado infante don Juan inicia una decidida recons­trucción de la villa, mejorando sus defensas amuralladas, y fortificando la antigua torre fuerte, germen de su actual castillo.

Pasó luego nuevamente a la Corona, con Alfonso XI, quien en 1344 concedió el privilegio de celebrar feria, lo que siempre era un motivo de aliento económico y de base de un desarrollo poblacional. Durante una corta temporada señorío de Juan Núñez de Lara, finalmente fue tomada por Pedro I de Castilla, quien considerando muy importante esta posición, en el desarrollo de su guerra contra su hermanastro Enrique de Trastamara, la entrega para su defensa al maestre de Santiago, don García Alvarez de Toledo, uno de sus más firmes afectos.

Concluida la fraternal contienda, a favor del bastardo Enrique, y una vez éste proclamado Rey de Castilla, en su abundo­sa colección de "mercedes" a la nobleza en que debería apoyarse a partir de entonces, entrega Oropesa a quien antes había actuado como su defensor a favor de don Pedro: es precisamente García Alvarez de Toledo, quien a instancias del nuevo monarca renuncia a su maestrazgo, y pasa a ser primer señor de Oropesa y su tierra en 1366. A partir de entonces, y durante casi cinco siglos ininterrumpidos, los Alvarez de Toledo ostentarían el señorío y condado de Oropesa, cuidando su villa, su tierra y su castillo.

Constituido un pequeño estado territorial en torno a la posición fuerte de la villa cabeza, las aldeas de Alcañizo, Alcolea, la Calzada, Navalcán, Guadiervas Alta y Baja, Lagartera, Parrillas, Caleruela, Corchuela, Herreruela, Torrico y Torralba formaron el territorio. Ampliado progresivamente su señorío hasta tierras de Jarandilla y Tornavacas por el oeste, y Huete y Buen­ día por oriente, estos señores pasaron a jugar un papel importan­ te en la historia de la Baja Edad Media castellana, por lo que en una época de continuas rencillas señoriales, de formaciones de bandos en perpetua lucha, y al mismo tiempo como símbolo concreto de su poder feudal en el centro de sus posesiones, y en la villa cabeza de sus títulos, iniciaron la construcción definitiva del castillo, que a partir de la segunda mitad del siglo XIV y hasta finales del XV fue aumentando paulatinamente sus construcciones y detalles hasta llegar, después del correspondiente estado de abandono y ruina del pasado siglo, a ser tal cual hoy le vemos.

Solamente cabe reseñar entre los personajes que ostentaron el señorío de Oropesa y su castillo, dentro de la familia de los Alvarez de Toledo que durante tan largos siglos fueron sus señores prepotentes, a don Fernando Alvarez de Toledo, quien recibió en 1477 de la reina Isabel la Católica el título de conde, por la ayuda prestada a su causa en la guerra movida por el rey portugués don Alfonso V. Casó con María de Mendoza primero, y luego con María Pacheco, la hija del marqués de Villena. Fueron numerosos los señores y señoras que pasaron por el pueblo con el máximo título, unos ayudando y otros oprimiendo. La historia, sin embargo, queda en las páginas de los viejos libros. En los primeros años del siglo XIX, y por agotamiento de la línea del mayorazgo, pasó el señorío al propio pueblo, aunque posteriormente los duques de Frías reclamaron y obtuvieron dicho señorío, que, finalmente, tras la Constitución de Cádiz en 1812, desaparecería totalmente.

El castillo de los Alvarez de Toledo, signo de su opulencia y dominio, puesto en lo alto del cerro de Oropesa, quedó desde el siglo XIX abandonado y progresivamente hundido, hasta que en nuestros días ha sido revitalizado, y, con el máximo respeto a su historia y a su primitiva silueta, ha sido restaura­do y recuperado como Parador Nacional de Turismo.

Descripción

Se ven todavía, andando las calles del pueblo, los restos de lo que fue la línea defensiva de la muralla de la villa. De poca entidad, con muros de poco más de un metro de espesor, y con una altura que oscila entre 3 y 5 metros, en una longitud de unos 1.500 metros circundaba la parte alta de la población. En su extremo más elevado, y en el límite norte de la villa, álzase el castillo, que es obra fundamentalmente del siglo XV, aunque con construcciones y elementos más antiguos, e indudablemente uno de los más hermosos de toda la región castellano‑manchega.

El castillo oropesano es de grandes dimensiones. Su planta es trapezoidal, o cuadrangular alargada en líneas genera­ les. La parte más antigua, o castillo propiamente dicho, es la situada a levante. Está dividido en su comedio por una fuerte muralla central que deja a occidente otra parte más amplia, más moderna, que sirvió de palacio a los señores de la villa y que está hoy transformado en el referido Parador Nacional de Turismo.

La parte oriental de esta fortaleza es la que se ofrece como un todo homogéneo y circuído de elevado y fuerte muro. En el centro de la muralla medianera, se alza la hermosa torre del homenaje, fuerte bastión de curiosa estructura. En su parte baja tiene una puerta que permite su acceso a la planta inferior, abovedada. A través de ella, por una escalera, puede subirse a la primera planta. El acceso al adarve se hace a través de una magnífica escalera, toda de piedra, muy ancha, y apoyada sobre arcos de lo mismo, que desde el patio interno del castillo sube a dicho adarve, el cual se distribuye a todo lo largo de la muralla del castillo, atravesando mediante pequeñas puertas arqueadas a la torre del homenaje. En el interior de ésta, con cuatro pisos, alguno de ellos de madera, y comunicados por escaleras de disposición variada, se observa un sistema defensivo realmente original y único. Remata este edificio en una terraza almenada, con sendos garitones circulares adosados a sus esquinas, en los que aparecen tallados los escudos de los Alvarez de Toledo y Zúñiga, correspondientes al cuarto señor, don Fernando Alvarez de Toledo, y a su esposa doña Leonor de Zúñiga. Entre las garitas asoman barbacanas que cargan en líneas de multiplicados canecillos, apareciendo horadadas por saeteras y troneras de diversas formas, y rematando en elegantes merlones. Todo ello hace de esta torre del homenaje del castillo de Oropesa, un elemento de gran elegancia y muy expresivo de la construcción guerrera medieval castellana.

Pero hay otras torres interesantes en este edificio, cual son las que rematan los extremos de la muralla que centra la torre del homenaje. La torre del sur es de planta semicircular, y conserva muy bien su antiguo coronamiento, con una ronda o adarve propio. A ella se adhiere la antigua muralla de la villa, formada por muro con salientes en forma de torreones. En el extremo norte, otra hermosa torre completa el conjunto, ofreciendo su planta hexagonal, y la cornisa amatacanada desprovista ya de almenas.

En el ángulo sureste del recinto castillero de Oropesa, se alza otra torre, inmensa de proporciones en comparación con las anteriores, aunque menos airosa y más chata. De menor altura, es sin embargo muy curiosa por presentar entre sus gruesos muros una estancia abovedada que ofrece dos aberturas en su techumbre. Desde el adarve contiguo se accede al piso alto de este fortín esquinero, en cuya superficie máxima se observa un amplio espacio en forma de gran patio o estanque, que sirvió indudablemente de aljibe elevado, al que llegaba el agua de las lluvias desde diversas canalizaciones talladas en los muros.

En cualquier caso, el castillo de Oropesa, a pesar de las reformas recibidas, la última de las cuales, aunque ha servido para salvarle de la ruina y el abandono totales, le ha restado buena parte de su primitivo empaque (problema anejo a todas las fortalezas medievales transformadas en Paradores turísticos), es una construcción muy interesante, muy expresiva de los modos constructivos en la Baja Edad Media castellana, y con soluciones arquitectónicas muy originales, lo que justifica plenamente su visita y aun su estudio detenido. Siempre su admiración y la evocación de tiempos pretéritos sobre sus muros.

Sugerencias para la visita

Dado que el castillo oropesano forma parte del Parador Nacional "Virrey de Toledo", su visita se hace cómodamente, y a pesar de encontrar numerosos aditamentos de restauración, no es preciso ser un experto en castillos para reconocer inmediatamente lo que es original y lo que supone novedad constructiva. Para entrar a las torres y ver la gran cisterna‑aljibe de la torre del sureste, dirigirse al personal del centro, que facilita la oportunidad de contemplarlas. El acceso puede hacerse en automóvil, dirigiéndose por estrechas callejas hasta lo alto de la villa, entrando al mismo patio externo del castillo.


Los textos y fotos de este web site pertenecen a la obra Castillos y Fortalezas de Castilla-la Mancha. de Antonio Herrera Casado, editado por AACHE Ediciones. 2007. Colección "Tierra de Castilla-La Mancha", 1.
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