Cogolludo

Orígenes

Cogolludo en sus orígenes se remonta al siglo XI, cuando se realiza la reconquista de la zona. Desde 1085 perteneció a los Reyes de Castilla, y ya desde ese momento, se crea un pequeño alfoz o territorio del que Cogolludo se erige en cabeza: Fuencemillán, Veguillas, Arbancón, Jócar y Monasterio serán sus aldeas, y proseguirán su historia ligados a la cabeza de la demarcación.

La Orden de Calatrava

El destino de Cogolludo se decidió en 1176, cuando Alfonso VIII, deseoso de reunir numerosos y fuertes colaboradores en la conquista de la ciudad de Cuenca, que por entonces acomete, hace donación de la villa de Cogolludo a la Orden Militar de Calatrava, siendo maestre don Martín Pérez de Siones. El maestre Fernando Ordóñez, en 1242, dio a Cogolludo el Fuero de Guadalajara para ser usado en la villa y aldeas como órgano jurídico propio. Durante doscientos años la Orden de Calatrava mantuvo el señorío de la villa, aunque en el siglo XIV se lo dio en posesión al omnipotente don Iñigo López de Orozco.

Aldonza de Mendoza

Pasó luego a doña Aldonza de Mendoza, duquesa de Arjona, en 1404, en unión de Espinosa y otras propiedades. A la muerte de esta señora, en 1435, don Diego Manrique, conde de Treviño, se apoderó de Cogolludo y Espinosa, en un gesto guerrero y violento muy propio de la época. Se lo disputó don Iñigo Lopez de Mendoza, primer marqués de Santillana, y hermanastro de doña Aldonza. Pero el asunto, que tomaba cariz de poner en lucha a los dos caballeros y sus casas, fue zanjado por la justicia real, dejando el señorío de Cogolludo y su tierra en poder de la Corona de Castilla.

Señorío real

Los Reyes lo dejaron en tenencia, sucesivamente, a Fernando Alvarez de Toledo, señor de Valdecorneja, y más tarde, todavía en el siglo XV, a don Luis de la Cerda, tercer conde de Medinaceli. El señorío de Cogolludo, con la villa, su alfoz y el castillo, pasaron al poder de esta casa de los Medinaceli cuando el cuarto conde, don Gastón de la Cerda, casó con doña Leonor, hija segunda del marqués de Santillana. Lo heredó su hijo don Luis de la Cerda, primer duque de Medinaceli, y ya continuó en esta noble familia hasta la abolición de los señoríos en el siglo XIX.

Los duques de Medinaceli

Esta familia de próceres levantaron en la plaza mayor de la villa un magnífico palacio, gala del Renacimiento español, en los últimos años del siglo XV. Ayudaron también a la construcción de las iglesias, fundaron un convento de franciscanos y mantuvieron muchos años en pie el castillo, bien cuidado, con alcaide fijo, abastecido de armas y con guarnición guerrera, como protección de la villa ante cualquier contingencia.

Guerra de la Independencia

Durante los años 1810 y 1811, en plena guerra de la Independencia, Cogolludo sufrió los rigores de la invasión napoleónica, que destruyó gran parte del pueblo; aquí tuvo varias temporadas su cuartel general el famoso guerrillero «El Empecinado» y en el mismo pueblo se enfrentó dos veces al ejército francés.

Recorriendo el caserío

Recorrer el caserío de Cogolludo supone admirar, -algo que debe hacerse con pausa y gusto- los elementos que conforman su patrimonio artístico.

De la gran muralla que rodeó a la villa quedan escuetos restos. El castillo se alza todavía, aunque en lastimosa ruina, al norte del caserío, en su más alta eminencia: consta de un recinto central de altos y fuertes muros, con cubos cilíndricos en las esquinas, todo ello desmochado en gran parte. En su derredor había un patio de ronda y otra muralla, circuyéndose esta por foso, lo que le daba un auténtico valor estratégico y defensivo.

La Plaza Mayor es un amplio espacio de planta rectangular, ordenada en el siglo XV, cuando los duques de Medinaceli construyeron su palacio, diseñado para presidir un gran plazal. Los edificios que la circundan son posteriores, del siglo XIX: destacan entre ellos el aislado Ayuntamiento muy típico, con su torre del reloj, metálica; una casona noble con escudo nobiliario, y otra con las armas y símbolos de la Cruz de Calatrava y del Santo Oficio de la Inquisición; dos largas hileras de casas con soportales confieren a esta plaza un aire peculiar y reciamente castellano. En su centro, gran fuente.

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El palacio ducal de Cogolludo

Preside esta plaza, en su extremo nordeste, el palacio de los duques de Medinaceli. Fue mandado construir por don Luis de la Cerda, primero de los duques, en la última década del siglo XV. Se trata de un palacio que refleja el nuevo estilo renacentista, no solo por sus detalles arquitectónicos y ornamentales, sino por el espíritu que revela, olvidando la función castrense que hasta entonces ha tenido el palacio señorial, abandonando torreones y cerrados muros, y adoptando la amable horizontalidad, la alegre apertura toscana: es un lugar para vivir, no para luchar.

Se piensa como probable autor del proyecto y director de las obras en el arquitecto Lorenzo Vázquez, que trabajó en Valladolid para el Cardenal Mendoza, y en Guadalajara para su sobrino don Antonio de Mendoza, en la misma época (última década del siglo XV y primera del XVI) y con el mismo estilo.

Sobresale la fachada del edificio, espléndido monumento del Renacimiento hispano. Su planta es un cuadrilátero muy regular, muy equilibrado, con patio central. La fachada se cubre por entero de sillería almohadillada, al estilo florentino, con imposta a media altura y cornisa alta de óvulos y dentellones. Se corona por un pretil en el que descansan escudos nobiliarios sobre paños de calado follaje y encima una crestería de palmetas y candeleros, todo ello muy en la línea de lo introducido por Vázquez en España de la mano de los Mendoza alcarreños.

En el centro de la fachada, luce la portada, elegante y cuajada de adornos tallados en piedra, y sobre el vano luce, el frontispicio, que aparece orlado en su borde superior con tres grandes imágenes de controvertida iconografía: flores de lis o mazorcas de maiz…

En el interior se admira, en la planta baja, lo que queda de su patio: una serie de columnas, capiteles y arcos correspondientes a la galería inferior. Primitivamente constaba de dicha galería inferior, y otra superior. Los arcos que hoy vemos son carpaneles, con molduraje de arquitrabe, posando sobre columnas cilíndricas, y adheridas en los ángulos a machones de sillería. Los capiteles son muy típicos, característicos de lo que se ha dado en llamar renacimiento alcarreño.

En el piso superior del cuerpo de fachada, al que se accede por una escalera lateral moderna, existe un amplio salón en el que destaca la estupenda chimenea realizada a base de labor mudéjar y detalles góticos, en yesería, destacando en su centro gran escudo de los duques de Medinaceli tenido por un par de alados serafines.

La iglesia de Santa María

En la parte más alta de la villa se levanta la iglesia parroquial de Santa María, obra exquisita de la primera mitad del siglo XVI, construida en recio y bien tallado sillar, destacando al exterior un ábside poligonal con contrafuertes, y una esbelta torre rematada en agudo chapitel.

El interior consta de tres naves separadas por cilíndricos pilares de bien tallada sillería, y cada nave presenta cinco tramos, estando ocupado el correspondiente a los pies del templo por el coro. Todas las naves y tramos se cubren de bóvedas de crucería, con nervaturas que describen bellas composiciones de trazo gótico, en muy variadas disposiciones.

En una nave lateral cuelga una grande composición pictórica del valenciano José Ribera «el Españoleto», que se conoce en el pueblo con el título de «el capón de palacio», debido a que fue regalado por los duques de Medinaceli a la parroquia de Cogolludo, a cambio del «capón» que anualmente debían los parroquianos entregar al duque como obsequio de Navidad. Representa los momentos previos a la Crucifixión de Cristo, «Jesús despojado de sus vestiduras», y se incluye en la más pura técnica del tenebrismo de Ribera. En la sacristía de esta iglesia se conservan algunas interesantes obras de orfebrería, entre ellas un juego de candeleros, sacras, en plata, regaladas por don Juan Francisco Delbira y Rojas, obra del platero Mateo Pérez.

Iglesias y conventos

En la parte media del pueblo, presidiendo una recoleta plaza, está la iglesia de San Pedro, obra del siglo XVI, que tras su restauración nos muestra, aunque vacía, un conjunto llamativo de pinturas murales manieristas.

Dos conventos tuvo Cogolludo, de los que solamente ruinas quedan. El Convento de San Francisco asentaba en el extremo occidental del pueblo, ocupando un amplio terreno. Su fundación se debe a don Juan de la Cerda, duque de Medinaceli, y fue inaugurado en 1557, tomando el título de San Antonio. Lo único que queda es la portada de la iglesia, severa construcción clásica de la segunda mitad del siglo XVI, con arco semicircular escoltado por pilastras estriadas, y con un friso sobremontado de avenerada hornacina, presidiendo un jardines.

El Convento de Carmelitas, bajo el título de Nuestra Señora del Carmen, se encontraba en la parte más baja de la población, cerca del vallejo que por levante la circunda. Es fundación de un hombre nacido en Cogolludo, en el siglo XVI, don Juan Fonte de la Cruz, clérigo presbítero, que se retiró a hacer vida solitaria y de oración en la ermita del Val, y allí en ella pensó construir el convento. Obra del siglo XVII su templo muestra las líneas propias de la arquitectura carmelitana castellana: la fachada se remata en frontón triangular, con tres arcos de ingreso al pequeño atrio. Una pena que esté tan abandonada.

Las fiestas

Las fiestas patronales en honor de la Virgen se celebran el 15 de agosto, y en los días inmediatamente anteriores y posteriores. Gozan de fama en toda la comarca, y su principal aliciente son los festejos taurinos, que se celebran en la plaza mayor de la villa. También son celebradas las fiestas de la Pascua, en las que se procede a la quema del pelele. Se confecciona un gran muñeco de trapo, relleno de paja, que dicen representa a Judas. Las chicas lo pasean por el pueblo, riéndose de él, y los mozos tratan de robárselo y hacer perrerías con él. El domingo de Resurrección por la tarde, en la plaza o en las eras, se procede a su quema.

El cabrito asado

En el repertorio gastronómico de Cogolludo destacan los diversos modos, todos suculentos, de preparar el cabrito asado y el cordero de la zona. Es este motivo, el gastronómico, uno de los pilares actuales que Cogolludo tiene para madurar su atracción turística.

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Existe un libro, hoy ya agotado, sobre Cogolludo, de gran calado e interés. Solo se puede encontrar en bibliotecas. Es la «Cogolludo, su historia, arte y costumbres» que escribió don Juan Luis Pérez Arribas.

Existen también libros que explican la historia y el arte del Palacio ducal de Cogolludo, especialmente el escrito por Juan Luis Pérez Arribas y Javier Pérez Fernández, y el estudio sobre las Galerías Desaparecidas del palacio de Cogolludo, de Antonio Trallero.