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íntegro de la Conferencia de clausura del curso 1988-1989 de la Título: Bernardino de Mendoza Pronunciado por el Prof. Dr. A. Herrera Casado Publicada en la Revista "Torre de los Lujanes", nº 13 de IX-1989, pp. 30-45 14 abril 1989
Creo necesario, antes de abordar el estudio de la figura de don Bernardino de Mendoza, hacer una breve referencia a la bibliografía existente sobre este personaje, para demostrar que la auténtica dimensión de este personaje no ha sido valorada hasta ahora como convenía, al menos en nuestro país. Precisamente han sido autores extranjeros quienes han abordado, desde diferentes parcelas, el estudio meticuloso de este individuo, de este alcarreño meritísimo que llenó páginas y páginas de la historia hispana en uno de sus momentos cumbres, el del reinado de Felipe II. Hasta ahora, quien desde una perspectiva localista quería abordar el estudio del diplomático, del militar y del escritor Bernardino de Mendoza, y aun procurando no confundirse con otros ilustres miembros de la familia mendocina que llevaron antes que él su mismo nombre y apellido, debía acercarse al estudio casi fundamental de don Juan Catalina García Lopez, quien en el año último del siglo XIX publicaba varias páginas dedicadas al personaje en su "Biblioteca de Escritores de la provincia de Guadalajara y bibliografía de la misma hasta el siglo XIX". Además, y según la recomendación de este autor, podía aumentar algunos breves datos en la "Bibliografía militar de España" de José Almirante (1876); en los "Apuntes para una biblioteca científica española", de Picatoste Rodriguez (1891); en la "Historia del Ejército Español" ó "Museo Militar" de Barado (1884); en la "Historia de Guadalajara y sus Mendozas", tomo tercero, de Layna Serrano (1942) y mas modernamente en el "Diccionario histórico de la ciencia moderna en España", de Lopez Piñero y colaboradores (1983). Los estudios fundamentales sobre Bernardino de Mendoza se encontraban, sin embargo, fuera del alcance de las rutas ordinarias de la bibliografía provincialista. Han sido precisamente tres investigadores europeos quienes han escrito las más densas e interesantes páginas en torno a este individuo, y han acentuado su papel capital en la política internacional filipina y en la teórica de la guerra europea. Alfred Morel- Fatio, el gran hispanista francés, publicó primeramente, en 1906, en el bordelés "Bulletin Hispanique", un amplio estudio sobre "Bernardino de Mendoza, sa vie, son oeuvre", que posteriormente amplió y mejoró en uno de los capítulos del segundo tomo de sus "Etudes sur l'Espagne" de 1925. Sir Charles Oman, en su "History of the Art of War in the Sixteenth Century", publicada en New York en 1937, hacía una revisión y valoración precisas de la obra literaria y teórica de la guerra del Mendoza. Y era finalmente De Lamar Jensen, en su "Diplomacy and Dogmatism (Bernardino de Mendoza and the French Catholic League)", publicada en la Universidad de Harvard, en 1964, quien abordaba de forma total la trayectoria diplomática de nuestro sujeto, situándole en su dimensión justa que no es otra, como luego veremos, que la de director de los servicios de inteligencia del Estado español bajo la monarquía de Felipe II. Hechas estas ineludibles precisiones bibliográficas previas, pasamos a continuación a la revisión sucinta de esta interesante figura de un personaje alcarreño que fue, además, de universal proyección. No solamente como un destacado miembro de una rama secundaria de los Mendoza (concretamente de los condes de Coruña y vizcondes de Torija) hemos de ver al personaje. No tan sólo como un aguerrido capitán en Flandes, un hábil diplomático en las relaciones con el Vaticano, con Inglaterra y Francia. No exclusivamente como un elegante escritor e historiador que refiere sus aventuras militares en Europa y expone sus sapiencias teóricas en torno al hecho guerrero. La visión de Bernardino de Mendoza se inscribe, de un lado, en la línea de esos Mendoza que arriban al más alto grado del poder dentro del grupo de los letrados o burócratas. Y de otro, en la conjunción habilísima y poco frecuente de un individuo que reúne las condiciones de intelectual, capaz de escribir uno de los más extraordinarios libros científicos del siglo XVI español, mal valorado hasta ahora, con las condiciones de hombre de acción, ejerciendo de militar valiente y de diplomático que, sin duda alguna, llega a asumir la responsabilidad directa de una de las más difíciles empresas del estado filipino: la lucha contra la Inglaterra de Isabel I, dirigiendo los servicios de inteligencia y espionaje con técnicas y resultados que podrían constituir, por sí solos, una auténtica novela. 2. Linaje de MendozaLa historia de Guadalajara está marcada, en gran manera, por un linaje o grupo familiar que a lo largo de los siglos de la Baja Edad Media y el Renacimiento protagonizaron gran parte de los hechos capitales ocurridos en esta tierra, dando al mismo tiempo un amplio elenco de personalidades de cometidos diversos que dejaron profunda huella en la historia de España. El linaje de Mendoza procede de las tierras llanas de Alava, donde crecieron y se hicieron fuertes en las años de la rebeldía de aquellos territorios frente al poder leonés. A partir del siglo XIII entran al servicio de los reyes castellanos, alcanzando todos éllos altos puestos cortesanos, que se hacen más seguros, con lazos de compromiso entre éllos mismos, y formación de un verdadero partido político, a raiz de la batalla de Nájera de 1367, en la que perdedores junto a Enrique [II] el de las Mercedes, se afianzan en bloque único y de comunes aspiraciones. Su asentamiento en Guadalajara, desde Pero González de Mendoza, en la segunda mitad del siglo XIV, hizo que su fuerza radicara en la Alcarria y las Campiñas del Jarama y del Henares, y que a su vez estas tierras se vieran unificadas y enriquecidas por la presencia y el dinamismo creador de esta estirpe. De élla nacieron, entre los siglos XIV al XVI, una abultadísima nómina de personajes curiosos, militares, políticos, religiosos, escritores, estetas, y un largo etcétera que llena los capítulos más cruciales del Renacimiento hispano. De ese dilatado grupo de personajes, es la rama principal, la cabeza de los Mendoza, la que forman los duques del Infantado, radicados en sus casas de la ciudad de Guadalajara, y que desde finales del siglo XV residieron en el Palacio que les creó y dirigió Juan Guas. De ese grupo capital surgieron muchas otras ramas, secundarias, en las que abundaron los personajes de nota. Adyacentes a todos éllos, aún surgen familiares, deudos, allegados, aficionados y un largo etcétera de seres que se pegan al nombre, al lustre del apellido, y que en ocasiones son capaces de brillar con luz propia. De esos tres niveles de Mendozas, (los Infantado, los aristócratas segundones, y los simples familiares simbióticos) surgen figuras de interés para la historia. Me ocuparé de un segundón, que por méritos propios alcanzó a ser un "primera figura" en el ámbito en el que desarrolló su vida. Se trata de Bernardino de Mendoza, surgido de la rama de los condes de Coruña y vizcondes de Torija, del apellido Suarez de Mendoza, gente que deviene de las tierras burgalesas y palentinas, pero que asienta en la Alcarria y en el palacio del Infantado de Guadalajara encuentra templo y refugio. 3. Bernardino de Mendoza. Su biografíaNació don Bernardino de Mendoza en la ciudad de Guadalajara, en torno al año 1541. La certeza de esta asignación se debe por una parte a los datos que constan en el expediente de pruebas de nobleza para la consecución del hábito de Santiago, y por otra a un poema incluido en una carta manuscrita suya dirigida al capitán Francisco de Aldana, en el que habla de "mi Guadalajara" como su patria natal. Existieron a lo largo del siglo XVI y siguiente numerosos individuos de la familia Mendoza llamados Bernardino, que en ocasiones han llevado a la confusión entre los cronistas. Lo cierto es que el relieve alcanzado, ya en vida y por supuesto en los siglos siguientes, por este de que aquí tratamos, le ha hecho destacar y distinguirse entre los demás. Fueron sus padres los condes de Coruña y vizcondes de Torija, don Alonso Suarez de Mendoza y doña Juana Jimenez de Cisneros. El padre era también natural de Guadalajara, heredero por línea directa del marqués de Santillana, de su hijo tercero don Lorenzo Suarez de Figueroa, y por lo tanto un segundón de la casa. Ella era natural de Madrid, descendiente del fundador de la Universidad Complutense, el Cardenal Cisneros. Tuvieron 19 hijos, haciendo Bernardino el número 10 de la serie. Estudió desde muy joven en la Universidad de Alcalá. Como muchos de los ilustres Mendoza arriacenses, Bernardino partió por el río Henares abajo, llegando a cursar sus estudios en la institución que había nacido, en cierto modo, de la voluntad de sus mayores. Junto con un familiar suyo llamado Juan de Mendoza, se graduó de bachiller en Artes y Filosofía el 11 de junio de 1556, recibiendo el grado de licenciado en la misma facultad el 28 de octubre del mismo año. En esa época fue elegido porcionista y por lo tanto Colegial a todos los efectos del Mayor de San Ildefonso de Alcalá. Es útil conocer, además, algunos datos referidos a familiares muy cercanos suyos, que en una sociedad estamental y de influencias personales, pudieron en buena medida intervenir en el desarrollo vital de nuestro personaje. Uno de sus hermanos, don Lorenzo Suarez de Mendoza, fue muy directo colaborador del Emperador Carlos y de su hijo el Rey Felipe II, llegando a ser Virrey de Nueva España. Otro hermano llamado Antonio de Mendoza fue gentilhombre de cámara de Felipe II y embajador de su gobierno en Génes. Finalmente, una de sus hermanas, Ana, casada con García Ramirez de Cárdenas, al quedar viuda fue institutriz de los infantes D. Diego y D. Felipe, hijos de Felipe II. Sabemos que intervino muy directamente en favor de su hermano Bernardino. Tenemos ya, pues, dos datos fundamentales en el análisis de la carrera meteórica de Bernardino de Mendoza. Por una parte, formar en las filas de la familia Mendoza, de gran poder e influencia en la España del siglo XVI, muy especialmente en el reinado de Carlos I y de su hijo Felipe II. Por otra, ser colegial de una institución tan determinante como el Colegio Mayor de San Ildefonso de Alcalá de Henares, que "colocaba" a todos sus miembros, siguiendo tácticas que se han visto similares a las de una "mafia" de intelectuales, en puestos claves de la administración, de la política o de las armas. Debió entrar al servicio del Rey en 1560, tras haberse formado como caballero cortesano desde que terminó sus estudios. Se inició militarmente sirviendo a las órdenes del duque de Alba, en los Paises Bajos. Previamente había combatido contra los bereberes en el norte de Africa, tomando parte en las expediciones de Oran y del Peñón de Vélez, en 1563-1564, estando junto a don Juan de Austria en la jornada de Malta, en 1565, cuando esta isla sufrió el ataque de los turcos. Cuando en 1567 el duque de Alba reunió sus fuerzas para marchar sobre los Paises Bajos, Bernardino de Mendoza se unió a él, recibiendo su primera misión diplomática, siendo enviado por el general a Roma, a la corte del Pontífice Pío V, para obtener la bendición papal en esa expedición y guerra. Volvió luego al norte a juntarse a los ejércitos del de Alba. Entre los años 1567 y 1577, la vida de Mendoza estuvo totalmente inmersa en las operaciones militares de Flandes. Entre las diversas acciones de envergadura en que participó, le fue reconocida su actividad capital en la estratégica victoria de Mook, el 14 de abril de 1574. Poco antes, en 1573, realizó un viaje a Madrid con el difícil cometido de pedir al Rey más dinero, tropas, recursos y apoyo, y a pesar de lo difícil de la misión, volvió a Flandes seis semanas después con todo conseguido. Desde el comienzo de la campaña figuró en el estado mayor del duque de Alba, actuando muy señaladamente en la batalla que consiguió la rendición de la ciudad de Mons, y luego en Nimega y en el ataque a Harlem. Tras una misión rápida en Iglaterra, en julio de 1574, por orden de Luis de Requesens y de Felipe II, con objeto de conseguir de Isabel I el permiso para que los barcos españoles pudieran acogerse en los puertos ingleses en casos de mal tiempo, Mendoza volvió a Flandes, entre 1575 y 1578, para proseguir actuando en la guerra junto a Requesens y a don Juan de Austria. En 1576 obtuvo el galardón de entrar a formar parte de la Orden militar de Santiago, en premio a sus méritos. Ya desde 1568 el duque de Alba había solicitado para Mendoza la gracia de entrar en la Orden de Santiago. En 1575 accedió el Rey a que se instruyera el correspondiente expediente que, dada la nobleza de sangre del pretendiente, fue muy rápido, y en poco menos de un año se obtuvo el beneplácito para que formara parte de la prestigiosa Orden militar. En 1582 obtuvo una encomienda, la de Pañausende (en Zamora) bien dotada económicamente, y cerca ya del final de sus días, en 1595, el Rey le nombró trece de la Orden y le concedió la encomienda de Alange, en Badajoz, mucho mejor remuenarada que la que ya gozaba, pues ésta última le supuso una renta anual de cinco mil ducados, lo que le permitió finalmente vivir desahogadamente en el aspecto económico. La carrera diplomática de Bernardino de Mendoza tuvo su inicio en marzo de 1578, cuando tras retirarse de los campos de batalla de los Paises Bajos, fue designado por Felipe II embajador de España ante la Corte de Inglaterra. El objetivo del monarca hispano era, en principio, ganarse a su favor a la reina inglesa Isabel I. Los acontecimientos hicieron que pronto se violentaran las relaciones entre ambos estados (mejor dicho, entre sus respectivos monarcas), y así fue que Bernardino de Mendoza actuó no solamente como embajador, sino también como espía y jefe de los servicios de inteligencia españoles en Inglaterra. Participó activamente en las acciones preparadas para dar un golpe de Estado contra Isabel y poner en el trono, ayudado de los católicos escoceses, a María Estuardo. Ello se supo, y le creó situaciones muy tensas que resultaron en discusiones ásperas, injuriosas y violentas con la reina y sus ministros, hasta el extremo de que en enero de 1584 Mendoza fue declarado "persona non grata" ante la corte británica, siendo expulsado del país en un plazo de 2 horas. Ello le hizo padecer, además, penalidades económicas y de salud, que luego se reflejarían en su vivir futuro. A tenor de estos incidentes, fue nombrado embajador de Felipe II ante Francia. En ese cargo actuó don Bernardino desde 1584 a 1590. En abril del año de su nombramiento viajó Mendoza de París a Madrid para recibir las órdenes de Felipe II. En septiembre regresó a Francia, en principio con una misión de condolencia por la muerte del duque de Alençón. Enseguida se vivieron los agitados sucesos del desastre de la Armada [Invencible], de la muerte de Enrique III de Francia y todas las vicisitudes de la Liga Católica. Ese periodo de la vida y misión de Mendoza está perfectamente documentado en las cartas que el diplomático enviaba a la corte madrileña, especialmente a don Juan de Idiaquez y a su primo don Martín de Idiaquez, ambos secretarios de Estado, y leales avalistas del aristócrata alcarreño. En su correspondencia diplomática con el Rey Felipe y sus secretarios de Estado los Idiaquez, Bernardino de Mendoza hubo de utilizar numerosos sistemas de cifrado de cartas y mensajes. Sus correos debían atravesar, especialmente por el sur de Francia, líneas y territorios enemigos que podían interceptar el correo o adquirir información muy reservada. Para éllo, Mendoza utilizó un amplio repertorio de técnicas de cifrado que De Lamar Jensen estudia con minuciosidad en su obra. Utilizó: - la transformación de las letras en signos de propia invención - la transformación de las letras en otras letras, según una tabla progresiva de equivalencias. - la transformación de grupos de letras en números de dos cifras: BL = 23; BR = 24; TR = 34, etc. - la transformación de letras en números de una cifra - la transformación de títulos y palabras cifradas que se transforman en símbolos o en sílabas con símbolos - la transformación de nombres propios en nombres simbólicos: Felipe II = Fabio; Enrique de Navarra = Julio; el duque de Guisa = Mucio (otras veces como Curio), y un largo etcétera. El hecho de que, ya en 1588, hubiera varios individuos que ambicionaran los puestos de Bernardino, y que a tenor de sus influencias fuera considerado en Francia "enemigo declarado del Rey de Francia Enrique III", Mendoza pidió al Rey que le dispensara de su misión y le devolviera a Madrid, a descansar. Sin embargo, ya casi concedido el favor solicitado, el asesinato de Enrique III y la consabida guerra civil generada inmediatamente después, lo cambió todo, y forzó a Mendoza a quedarse en Francia, viviendo así todavía dos largos y tensos años de guerras, asedios, sufrimientos y decisiones difíciles. Uno de los peores momentos fue el asalto a París, en el que Mendoza participó activamente. Finalmente, en 1590, no muy mayor todavía, pero totalmente ciego, Bernardino de Mendoza se retiró a vivir a Madrid, donde compró una casa en la calle de Convalecientes, pegada al que pocos años adelante sería el monasterio de monjes bernardos existentes en dicha calle. Efectivamente, en la calle de Convalecientes, que hoy se denomina de San Bernardo, hubo un monasterio de esta orden, con el título de Santa Ana, que fue fundado por Alonso de Peralta en 1596. Desde antes era muy aficionado el escritor alcarreño a los escritos de San Bernardo y a la orden por él fundada. Así, cuando el cenobio estuvo totalmente construido, para lo que probablemente no faltaron ayudas del militar y diplomático, don Bernardino abrió desde su casa puerta al convento, y ventana a su iglesia, para desde élla poder seguir los ritos religiosos. En su testamento, legó la casa al convento. Murió en día 3 de agosto de 1604, según consta en la tosca lápida que hizo colocar en el presbiterio de esta iglesia de Torija donde mandó ser enterrado tras su muerte. En élla, junto a una escueta calavera y dos tibias cruzadas, se puede leer: OBBIT D. BER y debajo la sentencia latina "nec timeas nec potes" que viene a significar más o menos "ni temas ni desees" No sabemos de donde sacó Picatoste que su fecha de muerte había sido el 21 de enero de 1605. 4. La enfermedad de Mendoza Todos los escritores que han tratado de nuestro personaje, y él mismo en infinidad de pasajes de sus obras y en muchas cartas, hacen referencia al mal que le afligió desde pronto, y con el que murió: la ceguera. Ya en 1583, con poco más de 40 años, tenía problemas de visión. Ello le acarreó un accidente, al no ver un obstáculo en una carrera. Poco después, en 1585, estando en su misión diplomática francesa, el mal se agudizó, y sus ojos comenzaron a presentar síntomas alarmantes, que él refiere así a Idiaquez: "Yo he estado estos días fatigadíssimo de los ojos por el humor que me avía cargado a ellos, y con tanto dolor, por ser caliente, que me era terrible dolor aun el mobellos". Al año siguiente, en 1586, se le practicó una intervención quirúrgica sobre el ojo izquierdo, por parte de cierto cirujano parisino. Así le dice poco antes a Idiaquez: "Por averse me acavado de cuajar una catarata en el ojo yzquierdo, que me ha ympedido totalmente la vista de él, se han resuelto los médicos y oculistas deste lugar que me disponga a la aguja". Pero los progresos tras la operación fueron muy escasos. En 1589 dice en una carta que tiene "casi perdida enteramente la vista". Este mal le debió aquejar desde muy pronto, pues en 1579 hablaba de su "precoz ceguera", y siempre le gustó de compararse con personajes bíblicos tradicionalmente sufrientes, entre éllos con Job y con el ciego Tobías. Aunque tuvo otras enfermedades serias, como una disentería durante los días del acoso de París, salió con bien de todas éllas. Su ánimo, como suele ocurrir con los ciegos y personas de muy escasa vista, fue siempre bueno, animoso, y él considerado muy simpático por cuantos le conocieron. Es difícil pensar en una afección de opacidad del cristalino o catarata exclusivamente, pues éllo solo da borrosidad de la visión, y aparece en épocas avanzadas de la vida. Mendoza se quejó, además, de secreción de humores por los ojos, y de fuertes dolores en éllos, lo que, unido a la ineficacia de la operación de catarata que se le verificó nos hace pensar en que realmente sufrió una afección de glaucoma, incurable en su época, y muy dolorosa a la par que conducente a la ceguera total. 5. Bernardino de Mendoza, escritor Uno de los aspectos por los que ha cobrado fama merecida Bernardino de Mendoza, ha sido por su calidad de escritor, y muy especialmente por lo infrecuente del tema que él trata, y lo bien que lo hace. Efectivamente, es su Theorica y Practica de Guerra la obra que le ha ganado un puesto en los tratados de historia de la literatura, y, aunque muy pocos lo han leído, todos le han alabado. Escrita esta obra, fruto de su gran experiencia militar y política, emanada sin duda alguna de una mente lúcida y muy bien estructurada, durante los años de su prematuro retiro, fue publicada primeramente en Madrid, por la imprenta de la viuda de Madrigal, en 1595, conociendo una segunda edición al año siguiente en la imprenta de Plantino en Amberes, y siendo traducida al italiano, en 1596, editada en Venecia, y luego en 1602 y en 1616; al francés, en 1597; al inglés, en ese mismo año, y al alemán, en 1667. El valor de esta obra, que ha sido puesto de relieve modernamente por tratadistas del calibre de Sir Charles Oman en su estudio sobre el arte de la guerra en la Edad Moderna, radica en nuestra opinión en la clara ordenación del proceso con que, desde una perspectiva de Estado, debe acometerse una empresa bélica, poniendo todo su saber en orden, y acentuando tanto lo que de organización lleva el tema, como lo que tiene de rito. Es una obra no sólo técnica, sino también científica, e incluso política, pues de todos esos aspectos ofrece vertientes. Está dedicada al príncipe de Asturias, el futuro Felipe III. La censura previa del libro la hace don Francisco Arias de Bobadilla, diciendo que la obra es muy digna para su Alteza porque el Autor le pone delante los advertimientos principales que ha de considerar y advertir en el manejo de la guerra. Bernardino de Mendoza inicia la obra con una "Carta al Príncipe Nuestro Señor", en el que quedan de relieve sus propiedades técnicas y sus atributos políticos. El talante político que encierra esta Theórica y Práctica de la Guerra de Bernardino de Mendoza se desvela, entre otras cosas, por la frase con que termina la obra, y que dice así: el último fin de un príncipe es mantener la paz y la justicia en sus Reynos, con lo qual él sea menos ofendido y más alabado en ellos: blanco en que han de poner la mira todos los hombres, siguiendo cada uno la vocación de su estado. El otro libro importante escrito y publicado por Bernardino de Mendoza, fue el titulado "Comentarios de don Bernardino de Mendoça de lo sucedido en las Guerras de los Payses Baxos, desde el año de 1567 hasta el de 1577", editado por vez primera, en francés, y dedicado a todos los católicos franceses, en Paris por Guillaume Chaudiere en 1591, y posteriormente, ya en castellano, en Madrid por Pedro Madrigal, en 1592. La edición española, magnífica de impresión, encabezada por una bella portada en la que luce el escudo de armas del impresor, está dedicada al Rey, y en élla aparecen cinco grabados que hasta ahora no se había concretado cuales sean. Representan, labrados por fino buril anónimo, un plano de la ciudad de Jemmingen junto al rio Ems; un ingenio creado por Bartolomé Campi para proteger a la infantería de los ataques de la caballería; una vista del campamento construido por el mismo ingeniero, Bartolomé Campi, en las alturas de Jemmapes; el diseño de una máquina de plataforma y caja triangular que, ideada por el español apellidado Orito sirvió a los hombres de Felipe II para resistir el asedio de Harlem; y, finalmente, los barcos provistos de una especie de castillo de popa, uno de cuyos paños se podía desmontar, con vistas a ser utilizados también en el asedio de Harlem. Aunque el erudito D. Fadrique Furió Ceriol opinó de esta obra que era lisa, distinta, facil y clara narracion, sin sombra ninguna de obscuridad, gracia del cielo a pocos concedida, otros autores, como el propio Morel-Fatio han opinado que esta obra es realmente de oscura y difícil escritura, cargada de frases complicadas y dificilmente comprensibles hoy en día. En aquello que Bernardino de Mendoza se expresó más claramente, se desprende sin embargo la clara idea de la imparcialidad: pues aunque a los flamencos considera como herejes y rebeldes al rey y señor natural que era Felipe II, por otra parte alaba su coraje y valor en las batallas. La obra es, de todos modos, un clásico de la literatura histórica del siglo XVI. Aunque Mendoza no se entretiene en la descripción de paisajes o de personajes que intervienen en estas guerras de los Paises Bajos, sí que ofrece una meticulosa visión de las técnicas empleadas, juicios sobre los resultados de las batallas y, por supuesto, una pormenorizada relación de los hechos ocurridos. Como en la obra anteriormente comentada, el autor demuestra ser una avezado militar, un dirigente perfectamente entrenado, preparado y experimentado en todas las técnicas bélicas de su época. Al mismo tiempo, las consideraciones políticas que expresa en su obra son también de gran valor. Estos Comentarios... han conocido también diversas ediciones posteriores a las príncipes. Fue traducida al inglés por Sir Edward Hoby y publicada en Londres en 1597. Mas modernamente apareció editada por Rivadeneyra en el tomo segundo de la "Biblioteca de Autores Españoles" en 1853, y editada por la Sociedad Belga de Historia en Bruselas en 1860, con anotaciones eruditas del coronel Guillaume Tomé. La tercera obra señalada de Bernardino de Mendoza, fuera ya de su inicial parcela de la teórica de la guerra y de su historia, fue una puramente litararia, que le ayudó a completar la fama bien ganada de escritor pulcro y de inteligente conocedor de la cultura clásica. Se trata de Los seys libros de la Política o Doctrina Civil de Iusto Lipsio que sirven para el gobierno del Reyno o Principado, traduzidos de lengua latina en Castellana por don Bernardino de Mendoça y dirigido a la nobleça española. Escrito ya con toda seguridad en Madrid, en los años de su retiro en el convento cisterciense de que antes hablábamos, fue publicado en la Imprenta Real, por Juan Flamenco, en 1604, el mismo año de la muerte del autor. Escribió esta obra cuando, ya en el final de sus días, se encontraba casi totalmente ciego, aunque no desprovisto de fuerzas y menos aún de capacidad intelectual. Sabemos este detalle por los versos que al inicio inserta Juan Bautista Gentil, en los que dice "Hagalo quien sin vista la da a
todos, y por la frase que el mismo Bernardino de Mendoza pone al dedicar su obra a la nobleza española, lamentando no poder hacerlo sino de este modo "pues mi ceguera no me permite el hacerlo en otra manera". Se trata de una traducción muy elegante y pulcra de la clásica obra latina de Justo Lipsio. Todavía se conocen algunos escritos de Mendoza que, si no constituyen por su homogeneidad y amplitud tratados del tipo de los anteriores, sí merecen ser reseñados para dar idea cabal de su aportación a la literatura. Por una parte está la que sabemos fue una "Arenga al Rey de Francia, hecha en Chartres por el embajador del Rey de España" y editada en París en 1588. Por otra está su obra poética, resumible en algunas composiciones como las "Odas" que escribió para acompañar a las que tituladas "Odas a imitación de los Siete Salmos Penitenciales" publicó en 1593 el poeta Diego Alfonso Velazquez de Velasco; el soneto que escribió en alabanza de Gaspar García de Alarcón en los preliminares del libro de éste "La victoriosa conquista que D. Alvaro de Bazán hizo en las Islas de las Azores", y muchas otras composiciones, hoy desconocidas, que el historiador alcarreño Francisco de Torres dijo tener manuscritas y que eran "dignas de ser más conocidas". Llenando el tomo 92 de la "Colección de documentos inéditos para la Historia de España", y que forma el quinto de la correspondencia entre Felipe II y sus embajadores, se encuentra impresa toda la correspondencia que estableció Bernardino de Mendoza con su soberano, y a través de la cual se ha podido elaborar el estudio completo de De Lamar Jensen sobre la actuación polifacética del noble arriacense en las guerras de religión europeas de finales del siglo XVI, en su embajada y misión secreta a Inglaterra, y en tantas otras actividades militares y políticas que llenaron la vida, activa y pluriforme, de Bernardino de Mendoza. Esta ha sido, en visión resumida y esquemática, enunciada con la rapidez que requiere una jornada que es en sí misma festiva y de convivencia, la biografía del importante personaje que yace aquí, a mis pies ahora, en este presbiterio de la remozada iglesia parroquial de Torija. Muchas gracias a todos por su paciencia. Página Principal
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