 Texto
íntegro del artículo de
Juan Pablo Calero Delso y Sergio Higuera Barco
Publicado en la Revista
Añil, 2005.
La Escuela Laica de
Guadalajara (1885-1939) |
INTRODUCCION
Hoy en día, cuando la educación es obligatoria y gratuita para toda la
población española hasta la edad de 16 años, nos cuesta imaginar las calles
de nuestras ciudades repletas de niños sin escolarizar y los campos,
fábricas y talleres llenos de adolescentes. Ahora, cuando el pensamiento
científico es guía para todas las materias, parece imposible entender que
hasta hace unas décadas la instrucción se impartiese con otros criterios que
no fuesen los de la ciencia y la razón. Y por último, cuando la preocupación
pedagógica alcanza a todos los niveles de la sociedad española, se hace muy
difícil comprender la situación de abandono y desamparo que sufría la
infancia de nuestro país hace apenas un siglo.
Un cambio tan revolucionario de la sociedad española no habría sido posible
sin la labor de una larga serie de precursores, a veces tenidos por locos
visionarios, que a contracorriente fueron abriendo camino. Algunos son
conocidos, como los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza nacida
de la cerrazón del ministro conservador Manuel Orovio, otros casi olvidados,
como Francisco Ferrer Guardia que vio truncado su proyecto pedagógico por la
intransigencia del gobierno conservador de Antonio Maura, y otros
completamente desconocidos, como Felipe Nieto Benito que en el ya lejano
1885 y en una pequeña capital de provincia soñó con una enseñanza laica y
racionalista que llegase a los desheredados de la fortuna.
La Escuela Laica de Guadalajara, la Escuela de Artes y Oficios municipal, la
Escuela Nocturna para adultos y la educación en general deben mucho a la
iniciativa de este pionero que fiel a su ideología republicana federal,
consecuentemente civil, progresista y popular, decidió legar toda su fortuna
para que también los trabajadores de Guadalajara pudiesen entonar la vieja
cantinela repetida por tantos obreros de su época: “yo estoy liberado por la
instrucción”.
1.- LOS REPUBLICANOS DE GUADALAJARA
En los años del anterior cambio de siglo, la ciudad de Guadalajara era un
feudo de los grupos republicanos, capital de una de las pocas provincias en
la que los partidarios de la República obtenían un escaño seguro. En torno
al año 1900 la provincia alcarreña era una isla progresista en la España
rural y mesetaria controlada alternativamente por conservadores y liberales,
siguiendo los vaivenes del turno pacífico de los partidos dinásticos.
Institucionalmente, el Señorío de Molina de Aragón estaba representado en el
Congreso de los Diputados por el republicano Calixto Rodríguez García, y en
el Senado ocupaba el escaño del distrito de Guadalajara-Cogolludo el también
republicano José Fernández González, vencedor en las elecciones convocadas
en la primavera de 1899, siendo en esa legislatura el único senador
republicano de la nación, y repitiendo su victoria en 1901, a pesar de que
era un candidato cunero sin ninguna relación con la circunscripción
alcarreña.
La Diputación Provincial estaba gobernada por un pacto entre liberales y
republicanos pues, para asegurarse la victoria en los comicios celebrados en
octubre de 1900, el Conde de Romanones debió negociar con éstos, según
rumores que recogía el periódico La Voz de España (1). Además, la coalición
republicana obtuvo la mayoría de las concejalías de la capital, o cuando
menos una posición política privilegiada, desde la crisis de 1898 hasta la
caciquil destitución de los ediles republicanos en 1902. De hecho, y a pesar
de que el alcalde era nombrado por el gobierno sin tener en cuenta la
correlación de fuerzas en el municipio, el republicano federal Manuel Diges
Antón presidió la corporación entre el 12 de julio de 1901 y el 11 de
septiembre de 1901, y su antiguo correligionario José López Cortijo, ya
integrado en las filas liberales, fue alcalde de Guadalajara desde el 1 de
enero de 1902 al 7 de enero de 1903.
En la sociedad arriacense de la época también era evidente la presencia de
los partidarios de la República. Así, por ejemplo, la dirección del Ateneo
Instructivo del Obrero estuvo, durante estos años, en manos de destacados
militantes del Partido Republicano Federal como Anselmo Arenas, que fue su
Presidente en 1899, o Ubaldo Romero de Quiñones que dirigió la entidad entre
1900 y 1901 (2). Y en esta etapa vieron la luz los únicos periódicos
republicanos que se publicaron en la provincia durante la Restauración: El
Molinés, fundado en octubre de 1897 por Calixto Rodríguez, que salió cada
semana durante un año, y el semanario El Republicano, que se publicó en
Guadalajara desde el 7 de marzo de 1902 hasta julio de 1905.
También se dejó notar en estos años la presencia de los republicanos en el
ámbito educativo, no en vano Manuel Diges, dirigente del Partido Republicano
Federal al que también estaban afiliados los principales protagonistas de la
Escuela Laica, había abierto en el año 1886, una escuela primaria en
Guadalajara, situada en el número 14 de la calle Estudio. La composición de
la Junta Municipal de Instrucción Primaria surgida tras las elecciones
municipales de 1899 nos demuestra la especial atención que prestaban los
republicanos al sistema educativo, pues estaba formada por el concejal Félix
Alvira Pascual, los padres de familia Julián Antonio Nuñez, Laureano Saldaña
y Bernardino Viejo del Pueyo, y el sacerdote Nicolás Vázquez Moreno, párroco
de San Nicolás, siendo los tres primeros conocidos partidarios de la
República (3).
En el mes de abril de 1902, mientras gobernaban el municipio arriacense, los
concejales republicanos de Guadalajara demostraron este interés por la
educación y su preocupación por la formación de las clases populares
llevando una proposición al pleno del ayuntamiento solicitando que cada año
se concediese una subvención para que pudiesen ingresar en el Instituto
Provincial los dos hijos de familias obreras que más se hubiesen distinguido
en las Escuelas Municipales por su aplicación y sus conocimientos.
2.- EL LEGADO DE FELIPE NIETO
La Escuela Laica de Guadalajara se debió a la iniciativa personal de Felipe
Nieto Benito, un alcarreño de adopción cuya familia, originaria de El Burgo
de Osma en la vecina provincia de Soria, fue deportada a Guadalajara a
mediados del siglo XIX por su activa militancia carlista. No fue el único
caso de grupos de tradicionalistas que fueron desplazados forzosamente, pues
sabemos que la familia de José de Sagarmínaga, líder del carlismo alcarreño
a finales de la centuria, también llegó desterrada a la capital arriacense
desde la localidad riojana de Santo Domingo de la Calzada.
Felipe Nieto Benito nació en 1831 en El Burgo de Osma, hijo legítimo de
Miguel Nieto y Cecilia Benito. Siguió la carrera de las armas, alcanzando el
grado de comandante, y estuvo destinado en la isla de Cuba. Evolucionó
ideológicamente desde sus raíces familiares tradicionalistas hasta unirse al
republicanismo federal. Sabemos que permaneció soltero y que falleció en
Madrid, donde residía, en septiembre de 1888 sin tener ascendientes ni
descendientes directos, ni más familia que una hermana.
Dictó un testamento, firmado el 15 de junio de 1885 ante el notario
madrileño Francisco Moragas, en el que estipulaba que deseaba “se le
entierre civil y modestamente, sin intervención alguna de la autoridad
eclesiástica ni del clero, y encarga a sus testamentarios que practiquen
todos los actos y gestiones precisas a fin de dar cumplimiento a lo
consignado [...] removiendo en caso necesario los obstáculos o dificultades
que puedan presentar cualesquiera clase de personas, autoridades o
corporaciones" (4).
En su última voluntad, declaraba que deseaba “conciliar los intereses
particulares de su hermana [...] con los intereses generales de la
humanidad, a la cual quiere ser útil en vida y en su muerte”, por lo que
disponía que después de su muerte se le entregasen a su hermana Juana Nieto
Benito todo su mobiliario, alhajas, ropas y enseres, vendiéndose todas sus
demás propiedades y que, una vez liquidadas sus deudas y pagado su entierro,
se invirtiese todo el capital en títulos y valores de la Deuda Pública cuyas
rentas fuesen disfrutadas de forma vitalicia por su hermana y que, una vez
fallecida ésta, todo este patrimonio se destinase a la creación y
sostenimiento de una Escuela Laica de primera enseñanza para varones en la
ciudad de Guadalajara.
En dicho documento nombraba albaceas testamentarios y patronos de la
Fundación destinada al sostenimiento de la citada escuela, a Francisco Pí y
Margall, Ramón Chíes Gómez y Fernando Lozano Montes, a los que concedía la
facultad de designar sucesores para la administración posterior de la
Fundación. Por último, estipulaba que en caso de que estos tres albaceas
falleciesen sin haber designado nuevos patronos, el Ayuntamiento de
Guadalajara les sustituiría en la gestión de su legado.
Establecía Felipe Nieto que los albaceas podrían disponer del capital
necesario para la instalación de la Escuela y que el resto de la herencia la
destinarían, según su particular criterio, a “asegurar su perpetua
existencia en forma de renta”. También quedaba a criterio de los albaceas
establecer las normas de funcionamiento de la Escuela Laica de Guadalajara y
el nombramiento del maestro o maestros que allí impartiesen las clases.
La única condición que impuso Felipe Nieto para el funcionamiento de la
escuela sostenida y gestionada por su Fundación fue que, en ningún momento y
bajo ningún concepto, se impartiese educación religiosa en el mencionado
centro escolar. Si en alguna ocasión las disposiciones legislativas del
gobierno hiciesen obligatoria la enseñanza de la religión en las aulas y no
pudiese salvarse este escollo normativo, Felipe Nieto dispuso que la Escuela
Laica fuese cerrada y sus bienes destinados a la creación o mantenimiento de
una Escuela de Artes y Oficios en la capital alcarreña, destino que también
tendría su legado si el Gobierno la cerraba o la sometía a la Iglesia.
Difícilmente, la Escuela Laica podía haber estado en mejores manos que las
de los tres herederos fiduciarios elegidos por Felipe Nieto. Sus
correligionarios Francisco Pi y Margall, patriarca del republicanismo
federal, Ramón Chíes y Fernando Lozano, impulsores del semanario Las
dominicales del libre pensamiento, un periódico anticlerical de inspiración
masónica nacido en Madrid en 1883, compartían sus anhelos de impulsar una
enseñanza laica y popular inspirada por las ideas racionalistas.
La Escuela Laica se convirtió en una obsesión para muchos católicos que
intentaron por todos los medios destruir la obra inspirada por Felipe Nieto
y plasmada por Fernando Lozano. En 1904, siendo presidente del gobierno el
conservador Antonio Maura y alcalde de la capital alcarreña su
correligionario Juan Miranda Olave, el Ministerio de la Gobernación abrió un
expediente de investigación, que más adelante se convirtió en uno de
clasificación, con el objetivo de poner la Fundación Felipe Nieto y a la
propia escuela bajo el protectorado del Estado, a lo que se opuso Fernando
Lozano ratificando el carácter forzosamente laico de ambas instituciones
(5).
Este tira y afloja para mantener la independencia de la Escuela Laica o para
poner a la Fundación Felipe Nieto bajo el control más o menos estricto del
gobierno se prolongó hasta 1923, suponemos que durmiendo el sueño de los
justos en cualquier perdido cajón de alguna oscura sección del Ministerio
durante los gobiernos liberales y volviendo con renovada energía a la luz
durante los períodos en los que el país estaba dirigido por un gabinete
conservador. Finalmente, el 7 de julio de 1923, mientras vivía sus días
postreros el que sería en la práctica el último gobierno de la Restauración
presidido por Manuel García Prieto, el Ministerio de la Gobernación completó
el expediente y dictó una resolución salomónica declarando su incompetencia
para resolver el asunto y remitiendo todos los antecedentes al Ministerio de
Instrucción Pública y Bellas Artes, alegando el carácter educativo de la
Fundación Felipe Nieto.
El golpe de Estado de septiembre de 1923 del general Miguel Primo de Rivera
permitió el ascenso político de los grupos confesionales católicos de
Guadalajara, generalmente vinculados al Partido Conservador y alejados del
poder por el monopolio político ejercido en la provincia por el liberal
Conde de Romanones, lo que les permitió actuar libremente contra la Escuela
Laica.
El día 5 de agosto de 1924 el Ministerio de Instrucción Pública denegó la
inscripción de la Fundación Felipe Nieto como obra pía de beneficencia
particular docente, a pesar de que esta resolución contradecía la propuesta
de la Junta Provincial de Beneficencia y el informe emitido por la propia
Sección de clasificación del citado Ministerio, asumiendo el régimen
primoriverista una decisión adoptada desde una vertiente claramente
ideológica, en contra del dictamen de los funcionarios, y que dejaba en una
complicada situación legal a la Escuela Laica.
Con la llegada de la Segunda República, soplaron vientos favorables para la
Fundación Felipe Nieto. El 20 de febrero de 1933 el Director General de
Primera Enseñanza emitió una resolución en la que se clasificaba como
“benéfico docente de carácter particular” a la Fundación Felipe Nieto, se
ratificaba el nombramiento como patrono de la citada institución de Fernando
Lozano Montes, al que se le reconocía la capacidad de nombrar a su sucesor,
se obligaba a la Fundación a convertir en títulos de la Deuda Pública las
100.000 pesetas que tenía de capital, por medio de una inscripción
intransferible y, en último lugar, se exigía a Fernando Lozano que informase
de la cesión del local que había hecho en nombre de la Fundación a favor del
ayuntamiento arriacense para su Escuela de Artes y Oficios y para la Escuela
Nocturna municipal. El 23 de marzo de ese mismo año llegaba esta resolución
al alcalde de Guadalajara, el catedrático socialista Marcelino Martín, y
cuatro días después recibía una copia Tomás de la Rica, director de la
Escuela Laica.
Con la proclamación de la Segunda República el futuro de la Escuela Laica
pareció estar por fin asegurado. No sólo se resolvieron los aspectos legales
de la Fundación, además comenzó una etapa de fructífera colaboración con el
ayuntamiento de la capital alcarreña y se designó un nuevo patrono para que
velase por la continuidad del legado de Felipe Nieto, nombramiento que
recayó en Fernando Lozano Rey, hijo del ultimo albacea testamentario
superviviente, Fernando Lozano Montes.
Pero con el estallido de la Guerra Civil, que afectó profundamente a la
Fundación Felipe Nieto, todo se vino abajo. En diciembre de 1936 el inmueble
que albergaba la Escuela Laica fue destruido en un bombardeo aéreo, en abril
de 1939 su director, Tomás de la Rica Calderón, marchó al exilio y aunque
desconocemos la suerte que pudo correr el patrón de la Fundación, Fernando
Lozano Rey, cabe imaginar que no sería muy venturosa.
Además, el nuevo régimen no sólo consideraba obligatoria la enseñanza
religiosa sino que tenía al catolicismo como una de sus señas de identidad y
a la Iglesia Católica como uno de sus pilares, lo que suponía el cierre de
la Escuela Laica, según las propias disposiciones testamentarias de su
fundador. Para colmo de desdichas, asumía el patronazgo de la Fundación el
ayuntamiento de la capital alcarreña, ahora en manos de los tradicionales
enemigos de la escuela.
Hasta el año 1953 el concejo arriacense no tomó ninguna iniciativa sobre la
Fundación Felipe Nieto. En la sesión plenaria celebrada el 25 de septiembre
de ese mismo año, siendo alcalde Pedro Sanz Vázquez, se aprobaron por
unanimidad “los actos y gestiones realizados por la Alcaldía, como
representante del Ayuntamiento, para hacerse cargo de los bienes y valores
de la Fundación, aceptando, desde luego, el patronazgo de la misma”, ¡casi
quince años después del final de la contienda!. Como podía esperarse, el
gobierno municipal no tenía el menor interés en resucitar el proyecto
pedagógico de la Escuela Laica y, en esa misma sesión, los concejales
aprobaron iniciar gestiones con el Ministerio de Educación Nacional para
recuperar los bienes inmuebles de la Fundación “y la transformación de
fines“ de los mismos.
Mientras tanto, el capital del legado de Felipe Nieto, cien mil pesetas
colocadas en una Inscripción Nominativa intransferible al 4% depositada en
el Banco de España de Madrid, había seguido devengando a lo largo de los
años unos intereses que sumaban 47.575 pesetas en 1953 y alcanzaron las
51.776 pesetas al año siguiente, cuando el pleno municipal decidió adquirir
una nueva Inscripción por valor de 56.000 pesetas, y depositar ambas en la
sucursal de Guadalajara del Banco de España, ingresando los intereses
trimestrales del capital en una cuenta corriente a nombre de la Fundación,
solicitando además al Ministerio de Hacienda la exención del pago del
Impuesto de Personas Jurídicas (6). No volvió a tratarse el tema en ninguna
sesión plenaria, ni tenemos más noticias de la Fundación hasta que, en el
mes de marzo de 1972, el Secretario del ayuntamiento arriacense redactó un
certificado con la aprobación de las cuentas de la Fundación Felipe Nieto
Benito correspondientes al año 1971.
Ni el final de la Dictadura franquista en 1975, ni la implantación de un
régimen constitucional y democrático en 1978, ni los largos años de
gobierno, tanto nacional como municipal, del Partido Socialista Obrero
Español a partir de 1982, hicieron posible la recuperación del proyecto
educativo de Felipe Nieto, ni la reapertura de la Escuela Laica, ni tan
siquiera un merecido homenaje a sus protagonistas.
En los primeros meses del año 1999, y siendo alcalde de la ciudad José María
Bris Gallego, el pleno municipal acordó, sin oposición de los grupos
municipales de la izquierda, la desaparición de la Fundación Felipe Nieto
Benito y el traspaso de sus fondos al Ayuntamiento arriacense, relegando
definitivamente a la Escuela Laica de Guadalajara a la Historia.
3.- LA ESCUELA LAICA DE GUADALAJARA
Al fallecer Felipe Nieto Benito, y según lo dispuesto en su testamento, los
tres albaceas, Francisco Pí y Margall, Ramón Chíes Gómez y Fernando Lozano
Montes, decidieron entregar de forma vitalicia las rentas del capital a su
hermana Juana, que tenía una precaria situación económica, y aguardar a que
ésta falleciese para cumplir la última voluntad expresada por su amigo y
compañero.
Cuando llegó ese momento, en el año 1902, Fernando Lozano, que se hizo
popular en la prensa española de la época con el seudónimo periodístico de
Demófilo, quedó como único albacea testamentario superviviente y decidió
seguir adelante con las disposiciones de Felipe Nieto para fundar en
Guadalajara una Escuela Laica. Afortunadamente, Fernando Lozano no era un
lego en materia educativa ya que tenía una estrecha relación con Francisco
Ferrer Guardia, pedagogo anarquista que había fundado en 1901 la Escuela
Moderna de Barcelona, con el que asistió al Congreso de Librepensadores de
Roma en 1900.
Con este fin, Fernando Lozano adquirió en 1902 la llamada Casa de los Belzas
situada en el número 46 de la calle Barrionuevo baja de la capital
alcarreña, una finca que hoy corresponde al número 42 de la calle Ingeniero
Mariño, con fachada a la citada vía pero cuyas huertas y jardines se
prolongaban hasta el Barranco del Alamín. En este mismo inmueble ya había
existido anteriormente un centro de Segunda Enseñanza, dirigido por León
Fernández Fernández, en el que se impartía una educación que “se ajustará a
los principios de nuestra Santa Religión, a las reglas de cortesanía y a los
preceptos pedagógicos más autorizados”, llegando a ofrecerse instrucción
militar a cargo del director del colegio (7). Allí, se preparaba a los
alumnos de las asignaturas necesarias para obtener el título de Bachiller, y
se acogía a los estudiantes en régimen de internado, de media pensión o,
simplemente, externos.
Gracias a un anuncio publicado en 1897 en la prensa local, podemos conocer
como era el edificio que adquirió Fernando Lozano y que albergó a la Escuela
Laica de Guadalajara. Estaba constituido por una casa de dos pisos, a los
que había que sumar otra planta abuhardillada, equipados con cuarto de baño
y con una superficie de doscientos setenta metros cuadrados, a la que había
que sumar dos alas anexas, con una extensión de cincuenta y uno y setenta y
nueve metros cuadrados, respectivamente. A este bloque principal había que
añadir un chalet, de tipo suizo, también con dos plantas, y una superficie
de ochenta metros cuadrados. Como explicaba León Fernández, “un edificio
como éste y recibiendo por sus tres fachadas la luz directa del sol es de
excelentes condiciones higiénicas tan necesarias en un centro de enseñanza”.
A estos edificios se añadían dos invernaderos, uno de treinta metros de
largo y tres de ancho con una fuente y depósito de agua y otro de forma
ovalada con cuarenta y ocho metros de superficie con una estufa y depósito
de agua con una cascada. Contaba además la Casa de los Belzas con un
parterre de trescientos cuarenta metros cuadrados, un jardín cuya área
ocupaba tres mil doscientos noventa y dos metros cuadrados, y una huerta
contigua al jardín, que disponía de dos pozos de agua potable cedidos a
perpetuidad por el ayuntamiento de Guadalajara.
El 20 de julio de 1903 se presentó un escrito en el ayuntamiento de
Guadalajara solicitando que éste emitiese un informe positivo sobre las
condiciones de salubridad, seguridad e higiene del local, que era preceptivo
para poder declararlo apto para su conversión en centro educativo, según
establecía un Real Decreto del Ministerio de Instrucción Pública relativo a
la Inspección de Establecimientos de Enseñanza publicado el 17 de julio de
1902. El día 2 de agosto Antonio Vázquez-Figueroa Mohedano, arquitecto de la
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, certificaba que la Casa de
los Belzas cumplía todos los requisitos exigidos para poder ser destinada a
la enseñanza, y veinte días después el alcalde reconocía que también se
observaba lo preceptuado en la Real Orden del Ministerio de la Gobernación
del 3 de julio de 1901 acerca del desagüe de edificios, dando así luz verde
a la inauguración de la Escuela Laica para el curso escolar 1903-1904 (8).
En diciembre de 1923, coincidiendo con la implantación del régimen
primoriverista y como un elemento más de la campaña de acoso sufrida por la
Escuela Laica en esa época, se exigió al director del centro que presentase
en la sección administrativa de Primera Enseñanza otro informe en el que
debía incluirse un plano del edificio, que lamentablemente no hemos
encontrado, y un nuevo certificado en el que se hiciese constar que nada en
el centro escolar se oponía a las ordenanzas municipales ni a los Reales
Decretos antes citados. El arquitecto municipal, Joaquín María Fernández
Cabello, informó que no había “inconveniente alguno para que continúe dando
clases dicha escuela”, y su opinión fue ratificada por el alcalde de la
ciudad (9).
La Escuela Laica nació para cumplir una importante misión, pues el acceso de
los hijos de la clase obrera a la enseñanza primaria, y mucho más a la
educación secundaria o universitaria, era un anhelo que la mayoría juzgaban
inalcanzable a principios de ese siglo, cuando era analfabeta más del 60% de
la población española y cerca del 45% en la provincia de Guadalajara (10),
pues durante todo el siglo XIX la tasa de escolarización primaria nunca
superó el 50%, ya que hasta 1909 no se presentó un proyecto de ley
estableciendo el carácter obligatorio de la enseñanza primaria.
Gracias a la relación de alumnos matriculados durante el curso 1906-1907,
que se conserva en el Archivo Municipal de Guadalajara, podemos conocer las
características de los alumnos que asistían a la Escuela Laica. En primer
lugar hay que reseñar que todos eran varones, pues Felipe Nieto en su
testamento dejó establecido el carácter exclusivamente masculino del centro.
En segundo lugar, destacaremos que las edades de los estudiantes oscilaban
entre los 6 y los 14 años, aunque lo más frecuente era que contasen entre 8
y 10 años. No sólo asistían alumnos de las calles más próximas sino que, por
el contrario, acudían desde todos los barrios de la ciudad, seguramente
porque la motivación ideológica era la más fuerte a la hora de matricular a
los niños en la Escuela Laica, por lo que debe destacarse que tres de sus
cuarenta alumnos provenían del recinto militar del Fuerte de San Francisco
(José Goy Ruano, Joaquín Lemos López y Antonio Madroñal Jiménez) y que no
faltaban tampoco los niños de algunas de las más conocidas familias
progresistas de la ciudad (Félix Manchado Esteban o Leoncio Wandelmer
Santiesteban).
Desde su apertura, y a lo largo de los años, los católicos de Guadalajara no
dejaron nunca de combatir la Escuela Laica. El 24 de abril de 1910, mientras
el debate entre clericalismo y anticlericalismo se extendía por todo el país
a raíz de los proyectos legislativos de José Canalejas, los católicos
alcarreños, encabezados por José Rogerio Sánchez, Pedro Archilla, Francisco
Aguilera, Elicio Cotayna y el Padre José Cicuendez, llegaron a organizar un
mitin en la Plaza de Toros arriacense para pedir su clausura (11). En 1911
inauguraron una escuela católica nacida por iniciativa del Círculo Católico
Obrero, que tuvo como primer objetivo confesado el “sostenimiento de una
concurridísima escuela de niños, levantada frente a la escuela laica que
hace años funciona en esta ciudad con grave daño de los pobrecitos niños”
(12).
A pesar de no tener una cobertura legal clara y de sufrir el acoso de los
grupos católicos y conservadores de la ciudad, la Escuela Laica siguió
adelante sin sobresaltos hasta la llegada de la Dictadura de Primo de
Rivera, que marginó a esta institución hasta el punto de desaparecer de los
listados de centros privados de enseñanza de la ciudad o de no ser invitados
sus alumnos a las celebraciones y fiestas para escolares organizadas por el
ayuntamiento de la capital.
Como ya vimos, la llegada de la Segunda República supuso el final del acoso
y la marginación que había sufrido la Escuela Laica en la década anterior y
el inicio de una nueva etapa de cooperación con el Ayuntamiento. En
septiembre de 1932 se inauguró en los locales de la calle Ingeniero Mariño
la Escuela Nacional de niños número 4, la primera que se abría en la ciudad
desde el inicio de la Restauración, a pesar de que la ciudad había duplicado
su población en ese mismo tiempo. El inmueble de la Escuela Laica era cedido
gratuitamente al concejo arriacense una vez más, como ya lo había sido
anteriormente para instalar la Escuela de Artes y Oficios y la Escuela
Nocturna de Adultos, para aliviar la carencia crónica de locales para
escuelas nacionales, calculándose que durante el septenato primoriverista
había en la ciudad de Guadalajara casi un millar de niños sin escolarizar
por falta de plazas.
El 4 de enero de 1936 el nuevo patrono de la Fundación, Fernando Lozano Rey,
se dirigió al alcalde de Guadalajara solicitándole de forma perentoria el
desalojo del local y el traslado a otras instalaciones de la Escuela
Nacional, a fin de permitir el arreglo de las fachadas y cubiertas del
edificio. El ayuntamiento, regido entonces por una Comisión Gestora, decidió
dar largas al asunto, posiblemente esperando que la celebración de las
inminentes elecciones convocadas para febrero de ese año terminasen con la
dirección provisional del municipio o que la ocupación pudiese prolongarse
hasta las vacaciones escolares veraniegas. De todas formas, acordó que uno
de sus miembros, Adolfo G. Cordobés, realizase una visita de inspección al
local de la calle Ingeniero Mariño y emitiese un informe. El panorama debía
ser tan desolador que “a la vista del pésimo estado de conservación en que
se hallan sus dependencias ha obtenido el Concejal interino que suscribe el
convencimiento de que sería prudente proceder, sin más dilación, a desalojar
el local, trasladando la Escuela a otro sitio que no ofrezca el peligro que
en aquél amenaza a los escolares” (13).
Seguramente alarmado por esta descripción de Adolfo G. Cordobés y por el
carácter urgente de la petición de Fernando Lozano Rey, el ayuntamiento
decidió conceder la licencia de obras para el referido inmueble, suspender
desde el 24 de enero las clases en la Escuela Nacional y solicitar a la
Fundación que le comunicase el plazo previsto de duración de los trabajos de
reparación y consolidación del edificio y si una vez concluidos podrían
volver allí los alumnos.
En el mes de julio terminó el curso escolar en la Escuela Laica y comenzó
una larga y cruel Guerra Civil. En diciembre de ese mismo año la aviación
rebelde bombardeó la ciudad de Guadalajara en su campaña para doblegar la
resistencia popular y tomar Madrid, la capital de la República. Entre los
edificios destruidos en esas incursiones aéreas estaba el Palacio del
Infantado y el cercano local de la Escuela Laica, que vio así desaparecer su
base material. En los últimos días de marzo de 1939 las tropas nacionalistas
entraban en la ciudad arriacense, desapareciendo el espíritu, las ideas y
los anhelos que habían inspirado a Felipe Nieto y su Escuela Laica.
4.- EL PROYECTO PEDAGÓGICO DE LA ESCUELA LAICA
El legado de Felipe Nieto Benito destacaba ante todo por el carácter laico
que imponía a su Escuela, aunque muchos lo mal interpretasen, adjudicándole
un sesgo ateo que no se correspondía con la voluntad de su inspirador. Según
sus propias palabras, Fernando Lozano pretendió fundar allí una escuela en
la que no se enseñase "otra doctrina que el amor a [los padres], al trabajo,
a la moral más pura, a la ciencia, al arte y el respeto y consideración a
los demás seres racionales. En la escuela en proyecto, los niños aprenderán
a ser hombres, a estudiar en el taller y en el campo la naturaleza y la
vida, a la vez que en las clases los universales conocimientos
indispensables para abrirse paso en el camino de la ciencia".
Pero a pesar de esta declaración, era evidente que el aspecto más
controvertido del nuevo centro educativo era su supuesto carácter impío, a
pesar de que el propio Fernando Lozano sostenía que "la escuela laica no es
atea ni irreligiosa, es simplemente neutra, como lo son las Academias
civiles y militares, como lo son las Universidades, y como lo eran los
Institutos en tiempos de Cánovas y de los conservadores [...] en la escuela
neutra no se enseña nada irreligioso, ni se molesta a nadie por sus
creencias, ni se comete el bárbaro atropello de seducir y apartar del cariño
y dirección religiosa de los padres, siempre sacratísimos" (14).
Así pues, una educación laica, pero no antireligiosa como temían los
católicos, ya que como había afirmado el dirigente republicano Emilio
Castelar, “los sentimientos de amor hacia Dios son ideas individuales y
pueden provenir de la inspiración del sacerdocio, de la inspiración de la
madre, de la inspiración de la conciencia; nunca de las leyes del Estado
[...que...] no puede forjar ideas, ni propagarlas, ni sostenerlas con sus
leyes, porque las ideas nacen del alma, que, para ser verdaderamente
religiosa, ha de volar a Dios sostenida en estas dos alas únicas, propias de
los vuelos del alma: la libertad y la fe inspirada por la razón o por el
sentimiento, pero fe exclusiva de la conciencia” (15).
Asimismo, hay que resaltar que el legado de Felipe Nieto se destinase a
fundar una centro educativo en lugar de dedicarlo a una institución
caritativa, como sucedió con las donaciones de Francisco Cuesta o Camilo
García Estúñiga (16). La Escuela Laica recogía el interés por una enseñanza
popular y laica manifestado por las sociedades obreras y los partidos
políticos progresistas, que respondía además a la convicción de que la
escolarización en general, y la alfabetización en particular, eran
imprescindibles para mejorar la situación de la clase trabajadora y para
impulsar el desarrollo de la nación. Pero, además, para los grupos
republicanos burgueses la educación era la única vía para alcanzar la
igualdad social sin alterar la propiedad privada, derecho fundamental que
les separaba de las corrientes obreristas. Respetando la desigual
distribución de la riqueza, solamente la educación podía cumplir esa función
niveladora ofreciendo la sociedad igualdad de oportunidades a todos sus
miembros.
Quizás fuese, hoy en día, el aspecto más discutido del legado de Felipe
Nieto aquel que menos controversia generó en su día, es decir, el carácter
exclusivamente masculino de la Escuela Laica. Hay que entender que la
coeducación era poco menos que impensable en 1885, cuando se firmó el
testamento que estableció la Fundación y sus características, aunque
resultase menos chocante en 1903, cuando se abrió el centro escolar, pues
desde 1901 la Escuela Moderna de Barcelona ofrecía enseñanza mixta en sus
aulas. Sin embargo eran las mujeres las que más necesitaban acceder a la
instrucción y la cultura, pues al comenzar el siglo XX el analfabetismo
apenas llegaba al 56% de la población masculina pero ascendía hasta más del
71% entre la femenina.
Sin embargo, otros aspectos del proyecto pedagógico desarrollado en la
Escuela Laica de Guadalajara que hoy pueden parecernos comunes eran, en su
tiempo, auténticamente revolucionarios. En primer lugar, cabe resaltar la
importancia concedida a la Naturaleza dentro del proyecto educativo de la
Escuela, no solamente por el estudio de las leyes naturales desde una
perspectiva racionalista y científica (17) sino, sobre todo, por la
consideración que se concedía a los jardines y huertas de la Escuela que
eran disfrutadas por todos los alumnos, que las recordaban años después con
admiración y cariño. El amor a la Naturaleza, compartido con la Institución
Libre de Enseñanza, y la búsqueda de un entorno saludable para los niños,
que enlazaba con las ideas higienistas, no eran muy frecuentes en las
escuelas públicas y privadas de la época, normalmente instaladas en pisos
pequeños, mal iluminados y peor ventilados donde se hacinaba una numerosa
tropa de niños.
Tampoco podemos pasar por alto la trascendencia que tenía en la Escuela
Laica de Guadalajara el trabajo manual, el aprendizaje de los oficios y las
diferentes artesanías. Sorprende el equipamiento de sus aulas, sobre todo si
recordamos que a ellas acudían niños de 6 a 14 años, que conocemos con
detalle por un informe realizado por el ayuntamiento arriacense el 9 de
noviembre de 1922, cuando se ofrecieron los locales de la Fundación Felipe
Nieto para instalar la Escuela municipal de Artes y Oficios. En la planta
baja del inmueble había dos talleres, uno de carpintería y otro de mecánica,
abundantemente provistos de maquinas y herramientas y en el inventario
realizado por la citada comisión municipal encontramos serradoras de madera
y metal, tornos para metales, una “máquina acepilladora de metales sobre
bancada de fundición”, una transmisión con su árbol, poleas y contramarchas,
una fragua, un tas, etc (18).
El proyecto educativo que inspiraba a la Escuela Laica de Guadalajara no era
excepcional, se enmarcaba claramente en una corriente pedagógica más amplia,
de la que la Escuela Moderna de Barcelona era su símbolo más conocido. Hay
elocuentes testimonios de esta vinculación, que se basaba en la relación
personal entre Fernando Lozano Montes y Francisco Ferrer Guardia. Ambos
pertenecían a la corriente republicana y eran miembros de la Masonería, lo
que favorecía el contacto privado y la identificación ideológica entre ambos
centros educativos.
Es cierto que de la labor de la Escuela Moderna apenas llegaron ecos a
Guadalajara. En El Briocense se publicaron dos reseñas sobre la monumental
obra El hombre y la tierra, cuyo autor era el prestigioso científico y
conocido militante anarquista Eliseo Reclús, que fue impresa por la
Editorial de la Escuela Moderna, que según el semanario de Brihuega “se
muestra a sorprendente altura” (19). No es de extrañar la aparición de estos
elogios en un semanario dirigido por Antonio Pareja Serrada, antiguo
militante republicano, y en el que colaboraba Eduardo Contreras (20).
Por el contrario, sí sabemos que llegaron a Barcelona y al entorno de
Francisco Ferrer Guardia noticias tan puntuales como concretas sobre la
Escuela Laica de Guadalajara, incluso cuando este centro educativo alcarreño
era solamente un mero proyecto. El propio pedagogo catalán escribió un
artículo, publicado en el primer número del tercer año del Boletín de la
Escuela Moderna, en el que comentaba la inauguración del nuevo curso en la
Escuela Moderna barcelonesa con un discurso del profesor y científico Odón
de Buen en el que se reconoció que “la Escuela Moderna tiene ya una análoga
en Guadalajara, donde se abrirá próximamente una escuela dirigida al mismo
fin, producto del legado de un altruista que al morir quiso contribuir a la
redención de la infancia, librándola de la ignorancia y de la superstición,
y manifestó [Odón de Buen] la esperanza y el vivísimo deseo de que los ricos
al morir comprenderán al fin que, mejor que el loco egoísmo de dedicar sus
riquezas a la fundación de una felicidad ilusoria de ultratumba, deben
restituirlas a la sociedad en beneficio de los desheredados” (21).
Así pues, los promotores de la Escuela Moderna de la capital catalana
reconocían a la Escuela Laica de Guadalajara, antes incluso de su
inauguración en 1903, como un centro educativo hermano, más que como una
simple sucursal, al que animaba idéntico espíritu emancipador y el mismo
ideario pedagógico de inspiración libertaria, que el científico Odón de
Buen, tan ligado al proyecto educativo de Ferrer Guardia, caracterizaba en
este discurso por sus rasgos esenciales: redención de la infancia condenada
por la ignorancia, enseñanza científica y opuesta por ello al saber acrítico
y supersticioso de raíz religiosa, vocación popular e incluso proletaria que
animaba a la burguesía a restituir, y no a donar caritativamente, a la
sociedad las riquezas de las que se habían apoderado. Todo parece indicar
que la relación entre Fernando Lozano y Ferrer fue muy intensa en esos
primeros pasos de la Escuela Laica de Guadalajara.
Resulta chocante el contraste entre la innovación pedagógica que la Escuela
Laica aportaba al ambiente educativo de Guadalajara y el distanciamiento con
que fue acogida por los maestros de la provincia, cuya opinión estaba teñida
de fuertes prejuicios ideológicos. En La Orientación, el periódico
profesional del magisterio alcarreño, no se encuentra ninguna referencia a
la Escuela Laica, del mismo modo que desde sus páginas se guardó un
clamoroso silencio sobre el ajusticiamiento de Francisco Ferrer Guardia.
Entre el magisterio alcarreño, fuertemente polarizado en esos años por la
labor del Conde de Romanones desde que en 1901 incluyese el sueldo de los
maestros en los Presupuestos Generales del Estado, no había lugar para las
ideas más progresistas ni para las corrientes menos corporativistas.
5.- LA ESCUELA DE ARTES Y OFICIOS
En una carta, fechada el 16 de septiembre de 1916, dirigida por Pedro
Mayoral a Miguel Fluiters Contera se puede leer “cumpliendo tus deseos
adjunto te mando un proyecto de Escuela donde hago constar las enseñanzas a
establecer, el personal docente que ha de desempeñarlas, el administrativo y
subalterno, y, por último, el presupuesto que reduciéndolo a su más mínima
expresión, asciende como verás a 20.500 ptas.” (22). Así pues, en el año
1916 se daban los primeros pasos para fundar en Guadalajara una Escuela de
Artes y Oficios, una idea que rondaba las cabezas de algunos dirigentes
políticos de la ciudad desde los primeros años del siglo XX (23).
El proyecto original había surgido de Pedro Mayoral, profesor de la Escuela
de Artes y Oficios de Barcelona (24) desde 1893 pero “ligado a Guadalajara
por tantos lazos de familia, entrañables amistades e imborrables recuerdos”
(25), que veía en la apertura del citado centro de enseñanza una oportunidad
para volver a residir en Guadalajara, aunque en la mencionada carta le
escribe al alcalde Miguel Fluiters, ferviente romanonista, que “he adquirido
el convencimiento de que D. Manuel Brocas [secretario del Conde de Romanones]
no tiene el menor interés por que yo vaya a Guadalajara, y siendo ésto así
¿para qué insistir ni producirte nuevas molestias y contrariedades nuevas?.
Bastante has hecho ya en mi favor para que vuelvas a insistir en la
petición”. Ni el interés de Miguel Fluiters ni la intervención de Alvaro de
Figueroa consiguieron sacar adelante la Escuela de Artes y Oficios de la
capital alcarreña, posiblemente por la pretensión municipal de que los
elevados gastos de instalación y mantenimiento del citado centro de
enseñanza corriesen íntegramente a cargo del Estado por medio de una partida
específica de sus Presupuestos Generales.
Pero en 1919 volvió a suscitarse el tema, una vez más impulsado por Pedro
Mayoral desde Barcelona, esta vez por medio de Luis Cordavias y del
semanario Flores y Abejas, que éste dirigía. Ante las dificultades
encontradas tres años antes, el proyecto iba rebajando sus pretensiones
iniciales; ahora se elaboró un presupuesto de 15.000 pesetas y se proponía
que los gastos fuesen sufragados, al menos en primera instancia, de forma
conjunta por el Estado, la Diputación Provincial y el Ayuntamiento. Todavía
insistía Pedro Mayoral en su deseo de volver a Guadalajara, sin necesidad de
participar en un concurso de traslados, para organizar la Escuela, “como es
natural, contando con que el Sr. Conde, el Sr. Brocas y el Ministro de
Instrucción quieran hacerlo” (26).
El 25 de enero de 1919 escribe el alcalde arriacense, el también romanonista
Vicente Pedromingo, a Manuel Brocas para informarle de que ya han encontrado
un local a propósito para instalar la Escuela de Artes y Oficios y para
rogarle que se interese personalmente en la concesión de una subvención de
20.000 pesetas, imprescindible para poner en marcha el proyecto y asegurar
su funcionamiento. En estos momentos, cuando parecía inminente la apertura
de la Escuela sostenida, directa o indirectamente, por el Estado, el alcalde
y otras “fuerzas vivas” de Guadalajara pretendían que se instalase en el
Colegio de los Padres Paúles, que estaban favorablemente dispuestos. En la
sesión plenaria celebrada el 31 de enero de 1919 se acordó, finalmente, la
creación de la Escuela de Artes y Oficios de Guadalajara.
Pero tampoco en esta ocasión la idea se hizo realidad. La necesidad de
recibir una subvención del Estado para poner en pie el proyecto y su
estrecha vinculación con el Conde de Romanones, dejaba en manos del color
político del gobierno de Madrid y del papel que jugaba Alvaro de Figueroa la
decisión de aportar los fondos que se precisaban. La llegada del conservador
Eduardo Dato a la presidencia del gobierno pareció aparcar, una vez más, el
proyecto de la Escuela de Artes y Oficios.
En el otoño de 1922, con la situación aparentemente bloqueada, y teniendo en
cuenta el espíritu de Felipe Nieto, fue Fernando Lozano Montes quien se puso
en contacto con el alcalde de Guadalajara, el conservador Miguel Solano,
para ofrecer desinteresadamente los locales y la maquinaria de los talleres
de la Escuela Laica, que puso a disposición del ayuntamiento arriacense para
que pudiese instalar allí la deseada Escuela de Artes y Oficios. El pleno
municipal aceptó el generoso ofrecimiento y, a propuesta del concejal
socialista Marcelino Martín, acordó que las plazas de profesor de esta
institución se cubriesen por oposición, con excepción del cargo de director
que sería siempre designado por Fernando Lozano como muestra de
agradecimiento.
La Escuela Laica puso a disposición de la de Artes y Oficios, en horario
nocturno para no interferir con los niños que allí acudían, un aula
espaciosa provista de menaje escolar muy completo, otra sala más pequeña
habilitada para Secretaría y Biblioteca, dos amplios talleres tan
abundantemente provistos de maquinaria y herramientas que su inventario
ocupa tres folios, y otra habitación para las clases de Dibujo y Modelado.
Gracias al donativo de la Fundación Felipe Nieto el presupuesto de gastos
sólo ascendía a 10.000 pesetas, mucho menos de los presupuestado años atrás.
El cuadro de profesores estaba formado por Tomás de la Rica Calderón,
Director de la Escuela de Artes y Oficios como ya lo era de la Escuela
Laica, Luciano García López, Enrique Catalán Gañán y Alejandro Diges Lucas,
sobrino de Manuel Diges Antón, que fue aceptado como Auxiliar de Dibujo sin
sueldo. Los alumnos, a los que sólo se les exigía saber leer y escribir y
ser mayores de 14 años, superaron el centenar. El 29 de enero de 1923 el
Inspector Jefe de Primera Enseñanza del Rectorado Central giró una visita al
centro educativo, acompañado por Marcelino Martín, tras de la cual emitió un
informe en el que señala que “pudo apreciar la excelente labor que en el
mismo se realiza” (27).
A pesar de la evidente utilidad de la Escuela de Artes y Oficios, demostrada
por lo numeroso de su alumnado, y a pesar del buen funcionamiento demostrado
en sus primeros años de vida, el régimen de Primo de Rivera decidió hundir
este centro educativo, del mismo modo que hemos visto que intentó acabar con
la Escuela Laica. Para conseguirlo, y a petición del Gobierno Civil de
Guadalajara, no dudó en suprimir las subvenciones que aportaba el Estado a
su presupuesto anual, con la esperanza de forzar su cierre por falta de
fondos.
Fracasado este primer intento, se decidió mantener abierta la Escuela de
Artes y Oficios de Guadalajara pero con un claustro docente afín a los
grupos católicos, alegando que los profesores no tenían la titulación
necesaria o que sus plazas no se habían cubierto por oposición, dirigiendo
especialmente las críticas contra su director, Tomás de la Rica Calderón.
Una carta de Julio Sierra Solares al ayuntamiento arriacense solicitando en
1926 una plaza de profesor en la citada Escuela desató, quizás interesada y
conscientemente, la persecución de su profesorado, a pesar de que los
nombramientos se hicieron respetando escrupulosamente el acuerdo del pleno
municipal y el reglamento de la propia Escuela.
Abiertamente se reconocía desde el ayuntamiento que “lo que se desea [...]
es el funcionamiento de esa entidad completamente desligada de la Escuela
Laica y con la subvención del Ayuntamiento y la Diputación” (28) y el mismo
ánimo tenía el gobernador civil, Luis María Cabello Lapiedra. Con este
objetivo, se formó en abril de 1928 una Junta Mixta de Diputados y
Concejales formada por Estanislao de Grandes, Juan Rhodes y Mariano
Berceruelo, por parte de la Diputación, y Vicente Pedromingo, Emilio Juste y
Felipe Esteban, en representación del Ayuntamiento (29). No deja de ser
significativo que quienes habían sido incapaces de poner en funcionamiento
la Escuela de Artes y Oficios fuesen ahora los que criticasen y supervisasen
su funcionamiento.
De no haber llegado la Segunda República es posible que los sectores
católicos de la ciudad hubiesen acabado con la Escuela de Artes y Oficios, e
incluso con la Escuela Laica, favorecidos en sus propósitos con el
nombramiento como Director General de Enseñanza de José Rogerio Sánchez, el
primer firmante en 1910 de la convocatoria del acto para pedir el cierre del
centro escolar sostenido por la Fundación Felipe Nieto. La breve vida del
régimen y lo agitado de su efímero epílogo impidieron a los sectores
confesionales de la ciudad alcanzar la victoria.
La proclamación de la Segunda República alejó tan negros presagios. Fue
elegido alcalde de la capital alcarreña Marcelino Martín, que desde el
municipio tanto había colaborado en los primeros pasos de la Escuela,
presidente de un concejo en el que la Conjunción de republicanos y
socialistas había conseguido la mayoría. El 20 de junio de 1931 desde el
ayuntamiento, y por encargo directo del alcalde, se escribió a Jorge Moya de
la Torre, funcionario del Ministerio de Instrucción Pública en Guadalajara y
militante del Partido Republicano Federal, para solicitarle información con
el fin de volver a pedir subvenciones del Estado para la Escuela de Artes y
Oficios municipal. Se inició así una breve etapa de bonanza y progreso
interrumpida en 1936.
6.- TOMAS DE LA RICA, DIRECTOR DE LA ESCUELA LAICA
El director de la Escuela, Tomás de la Rica Calderón, era un personaje muy
popular dentro de la sociedad alcarreña de la época, miembro además de una
conocida familia de extracción burguesa, ideología progresista y activa
presencia en la vida política y cultural de la Guadalajara de la
Restauración. Representaba a una burguesía ilustrada y de raíz republicana
que fue tan numerosa durante el siglo XIX.
En 1896 acabó sus estudios en la Escuela Normal de Guadalajara, obteniendo
el título de Maestro Superior, y cursó los estudios de electricista en la
Escuela Central de Artes y Oficios de Madrid. Trabajó como electricista en
la madrileña Fábrica del Mediodía, fue jefe del laboratorio electro-químico
de la fábrica Vatímetros B y B de contadores eléctricos, jefe de fabricación
de la factoría de lámparas incandescentes B.C. de Madrid y, desde 1921, era
jefe del laboratorio de metalografía de La Hispano de Guadalajara. Además, a
partir del año 1902, había publicado numerosos artículos en revistas
técnicas, como La Energía Eléctrica, La Construcción Moderna, etc (30).
Fiel a la corriente de pensamiento librepensador de su época, además de
dirigir la Escuela Laica, fue el primer alcarreño que contrajo matrimonio
civil en toda la provincia en el mes de agosto de 1911, con el consiguiente
escándalo de los bienpensantes (31), y miembro de la logia masónica
arriacense durante la Segunda República (32). Destacó por su activa
militancia política en el Partido Republicano Federal, como puede
comprobarse en el siguiente anuncio que se podía leer en Flores y Abejas en
la primavera de 1911: “Los que profesando ideas republicanas quieran
inscribirse en el censo del partido, pueden hacerlo en casa del secretario
D. Tomás de la Rica, Barrionuevo baja, Escuela laica. Aquellos otros que por
circunstancias especiales no puedan o no quieran figurar en el censo
oficial, pueden inscribirse en el censo secreto, a cuyo efecto se avistarán
con el presidente del partido D. Manuel Diges” (33).
Coherente con su ideología, fue director de Juventud Obrera, el periódico de
la UGT que apareció en Guadalajara entre 1911, cuando tomó el relevo de La
Alcarria Obrera, y 1920, cuando fue sustituido por Avante que fue el primer
órgano semanal del PSOE, demostrando la hegemonía adquirida por los
socialistas sobre la Federación de Sociedades Obreras arriacenses y
evidenciando la influencia perdida por los republicanos federales, como
Tomás de la Rica, sobre los trabajadores de la capital alcarreña.
Acabada la Guerra Civil se vio obligado a exiliarse, recalando en Méjico
donde, como tantos otros españoles, continuó desarrollando una importante
tarea cultural y pedagógica. De los refugiados oriundos de Guadalajara
destacó el núcleo de exiliados asentados en el Estado de Aguascalientes,
integrado entre otros por Miguel Bargalló Ardevol y su sobrina María Luisa
Bargalló o Aurelio Magro, que realizaron una labor meritoria que aún hoy se
recuerda (34).
CONCLUSIONES
La Fundación instituida por Felipe Nieto Benito en 1885 tenía una doble
inclinación. Por un lado, nacía de una fe ilimitada en la instrucción y la
cultura, tanto como un factor esencial para afianzar la libertad individual
como un elemento básico para la igualdad social. Pero, además, surgía con
una indudable vocación popular, más allá de los paternalismos al uso de la
época o de la inspiración caritativa residuo del Antiguo Régimen. Estas
características no eran fruto de la casualidad o de la improvisación, eran
consecuencia de la ideología personal de Felipe Nieto y de su activa
militancia en el Partido Republicano Federal, el segmento más progresista y
popular de las corrientes republicanas, que en Guadalajara tenía, desde los
años del Sexenio Democrático, estrechos lazos con el movimiento obrero
organizado, y muy especialmente con el proletariado de orientación
anarquista.
Para garantizar la fidelidad de la Fundación a los postulados teóricos de su
promotor, Felipe Nieto Benito puso su obra en manos de personas sobradamente
dotadas de capacidad y abiertamente identificadas con su ideario: Francisco
Pí y Margall, Ramón Chíes Gómez y Fernando Lozano Montes, que llegado el
momento de llevar la teoría a la práctica encontraron en Guadalajara
colaboradores eficaces y comprometidos, como Tomás de la Rica Calderón y
Manuel Diges Antón.
La Escuela Laica participó de los proyectos de renovación pedagógica
surgidos en nuestro país en las primeras décadas del siglo XX, y muy
especialmente de la labor de Francisco Ferrer Guardia, que Fernando Lozano
conocía y compartía a través de su relación personal con el fundador de la
Escuela Moderna, abierta en Barcelona pocos meses antes. La importancia que
se concedía a la Naturaleza, como lo demuestra el protagonismo que gozaban
el jardín y la huerta, la consideración que tenía el trabajo manual como
complemento imprescindible de la labor intelectual, como ponían de
manifiesto los amplios y bien dotados talleres, la relación con las escuelas
higienistas, que se refleja en la preocupación por ofrecer a los alumnos un
entorno saludable frente a las condiciones insalubres de otras escuelas
públicas y privadas, en fin, todo lo que sabemos de la Escuela Laica nos
habla de un proyecto pionero y modélico.
Sin embargo, para los sectores confesionales y los grupos más reaccionarios
de la ciudad todas estas virtudes quedaban oscurecidas por el carácter laico
de una institución que ni era atea, ni irreligiosa, ni tan siquiera
anticlerical. Pero para quienes detentaban un antiguo monopolio sobre las
conciencias cualquier disidencia debía ser rápidamente acallada. Los
intentos de cerrar la Escuela Laica por la vía legal o, como mal menor, de
rebajar su independencia y suprimir su secularización, se sucedieron a lo
largo de casi treinta años, arreciando en las épocas de gobierno
conservador, especialmente la Dictadura de Primo de Rivera.
Esta misma falta de comprensión se extendió a los cuerpos docentes de la
provincia, que ignoraron a la Escuela Laica y a su proyecto pedagógico.
Enredados en cuestiones corporativas de tono menor y enfrentados por motivos
ideológicos, los maestros de Guadalajara no prestaron la suficiente atención
a los aspectos educativos más innovadores que se aplicaban por entonces en
el centro escolar de la Fundación Felipe Nieto. Como en otros casos, el
ejemplo de Isabel Muñoz Caravaca es el más significativo, los profesores más
progresistas en lo político y más avanzados en lo social permanecían
alejados del mundo asociativo y gremial del magisterio de Guadalajara.
Si era importante el aspecto pedagógico de la Fundación no lo era menos su
especial dedicación a la clase trabajadora, puesta de manifiesto con su
colaboración con la Escuela Nocturna para adultos y, sobre todo, con su
contribución a la Escuela de Artes y Oficios de Guadalajara, que ni la
protección del Conde de Romanones, ni los desvelos de los políticos
liberales y conservadores que se sucedieron en el Ayuntamiento y la
Diputación pudieron sacar adelante. Pero, como en la fábula del perro del
hortelano, quienes no habían sido capaces de poner en pie la Escuela de
Artes y Oficios se disputaron el honor de derribarla, sin otro motivo que su
relación con la Escuela Laica, demostrando que su preocupación por la clase
trabajadora no buscaba la instrucción de los obreros sino mantener la
tradicional sumisión del proletariado.
La Guerra Civil provocó la desaparición de la Escuela Laica, tanto en lo
material, con el bombardeo de sus locales y el exilio de su personal, como
en lo ideológico, con la persecución de las ideas que la habían inspirado y
sustentado, aunque no hubo peor castigo que el silencio, prolongado durante
cuatro décadas. Un olvido que ni siquiera pudo aliviar la recuperación de
las libertades populares y la implantación de un régimen constitucional: en
1999 un ayuntamiento democrático aprobó la definitiva liquidación de la
Fundación Felipe Nieto.
(1) La Voz de España, 31 de octubre de
1900.
(2) Para comprobar el control del AIO por los republicanos, ver, por
ejemplo, La Crónica, 20 de octubre de 1897 y 19 de enero de 1898, y La Voz
de España, 31 de octubre de 1900.
(3) Archivo Municipal de Guadalajara, caja 2H383.
(4) Se puede consultar su testamento en el Archivo Histórico de Protocolos
de Madrid.
(5) Para estudiar los aspectos legales de este contencioso, ver el informe
del Director General de Primera Enseñanza del 20 de febrero de 1933. Archivo
Municipal de Guadalajara, caja 2H380.
(6) Libro de Actas del Ayuntamiento de Guadalajara, sesión plenaria del 1 de
julio de 1954.
(7) La Crónica, 28 de agosto de 1897.
(8) Archivo Municipal de Guadalajara, caja 2H384.
(9) Archivo Municipal de Guadalajara, caja 2H384.
(10) Los datos de la provincia de Guadalajara en Flores y Abejas, 27 de
marzo de 1904.
(11) Flores y Abejas, 24 de abril de 1910.
(12) La Paz Social, marzo de 1911.
(13) Archivo Municipal de Guadalajara, caja 2H380.
(14) El Republicano, 6 de abril de 1902.
(15) Emilio Oliver Sanz de Bremond, Castelar y el periodo revolucionario
español, página 106.
(16) Se puede estudiar el legado de Camilo García Estúñiga en el Archivo
Histórico Provincial. Para conocer la herencia de Francisco Cuesta ver la
prensa provincial del año 1911, por ejemplo, Flores y Abejas, 27 de agosto
de 1911..
(17) Todavía el 17 de septiembre de 1909 se publicaba en El Vigía de la
Torre, el periódico católico de Molina de Aragón, un poema satírico contra
la teoría darwinista firmado con el seudónimo de Carasol.
(18) Archivo Municipal de Guadalajara, caja 2H380.
(19) El Briocense, 15 de diciembre de 1905 y 15 de enero de 1906.
(20) Seguramente no por casualidad, Eduardo Contreras recibió de Francisco
Pí y Arsuaga, hijo de Francisco Pí y Margall, varios libros para el Museo
que sobre los yacimientos de Hiendelaencina había montado en Jadraque con
los materiales recogidos por su padre, Bibiano Contreras, que fue médico y
alcalde de la localidad minera, ver Flores y Abejas, 29 de julio de 1905.
Siendo Eduardo Contreras director del periódico Atienza Ilustrada se recibía
en esa redacción La Revista Blanca, ofreciendo una prueba más de su relación
personal con el republicanismo federal y el anarquismo.
(21) Francisco Ferrer Guardia, La Escuela Moderna, página 129.
(22) Carta de Pedro Mayoral a Miguel Fluiters. Archivo Municipal de
Guadalajara, caja 2H380.
(23) Por lo menos, desde el año 1910 se estaba gestionando su apertura,
siendo alcalde de la ciudad Miguel Fluiters. Ver La Crónica, 17 de noviembre
de 1910.
(24) De la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona fue director Carlos Pí y
Sunyer, político republicano y familiar de Francisco Pí y Margall.
(25) Carta de Pedro Mayoral a Miguel Solano del 22 de noviembre de 1922.
Archivo Municipal de Guadalajara, caja 2H380.
(26) Carta de Pedro Mayoral a Luis Cordavias del 22 de enero de 1919.
Archivo Municipal de Guadalajara, caja 2H380.
(27) Archivo Municipal de Guadalajara, caja 2H380.
(28) Carta del alcalde fechada el 23 de marzo de 1928. Archivo Municipal de
Guadalajara, caja 2H380.
(29) Archivo Provincial de Guadalajara, Fondo de la Diputación, D-281.
(30) Se puede ver su Currículum Vitae profesional en el Archivo Municipal de
Guadalajara, caja 2H380.
(31) Flores y Abejas, 27 de agosto y 10 de septiembre de 1911.
(32) Luis Enrique Esteban Barahona, Masones en Guadalajara. Una primera
aproximación.
(33) Flores y Abejas, 9 de abril de 1911.
(34) Consultar el artículo Los maestros españoles de Agua Caliente, de
Salvador Vizcarra Schumm en www.baja.gob.mx/organizacion/om/ah/siner13/maestros.html.
ARCHIVOS
Archivo Histórico de Protocolos de Madrid
Archivo Histórico Provincial de Guadalajara
Archivo Municipal de Guadalajara
PUBLICACIONES PERIODICAS
La Alcarria Ilustrada. Brihuega, 1902. (Hemeroteca Municipal de Madrid)
El Atalaya de Guadalajara. Guadalajara, 1889. (Archivo Municipal de
Guadalajara)
Atienza Ilustrada, Atienza, 1893. (Biblioteca Provincial de Guadalajara)
El Briocense. Brihuega, 1905. (Biblioteca Provincial de Guadalajara)
La Colmena. Guadalajara, 1902. (Hemeroteca Municipal de Madrid)
La Crónica. Guadalajara, 1884. (Biblioteca Provincial de Guadalajara)
El Eco de la Alcarria. Guadalajara, 1903. (Biblioteca Provincial de
Guadalajara)
Flores y Abejas. Guadalajara, 1894. (Biblioteca Provincial de Guadalajara)
La Orientación. Guadalajara, 1907. (Biblioteca Provincial de Guadalajara)
La Paz Social. Madrid, 1911. (Fundación Pablo Iglesias)
El Republicano. Guadalajara, 1902. (Fundación Anselmo Lorenzo)
El Vigía de la Torre. Molina de Aragón, 1908. (Hemeroteca Municipal de
Madrid)
La Voz de España. Guadalajara, 1900. (Hemeroteca Municipal de Madrid)
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El ocaso de la burguesía republicana de Guadalajara. Revista Wad-al-Hayara.
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Guadalajara en la historia del magisterio español (1839-1939). Servicio de
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