POR EL TAJO
La mejor forma de llegar a Cifuentes es por la autovía de
Aragón, con desviación a la altura de Almadrones. Tras bajar al valle del Tajuña, se
llega a poco a Cifuentes, que geográficamente está en el centro de la Alcarria. Villa
cargada de historia y de interesantes edificios, merece ser visitada con tranquilidad. De
una parte, porque reune el recuerdo de su importancia medieval y renacentista. Además de
los reyes, fue señorío de doña Mayor Guillén de Guzmán, la amante juvenil de Alfonso
X; del infante don Juan Manuel, que construyó su castillo, y finalmente de los Silva,
condes de Cifuentes, siempre miembros destacados de la Corte. Sede de ferias ganaderas, de
asentamiento de monjes dominicos y franciscanos, villa amurallada y finalmente paso de
Camilo José Cela en su «Viaje a la Alcarria», ¿qué más puede decirse de Cifuentes
para que quede claro que es un lugar de trascendencia, y corazón de la Alcarria?
El viajero llega a su plaza mayor, y en ella queda admirado de su fuerte sabor castellano.
Soportales presididos por el Ayuntamiento en el que se guarda un archivo magnífico,
completo, cuajado de pergaminos y sellos plúmbeos, que puede visitarse a demanda. Desde
esta plaza se sube a la llamada Plaza de la Provincia, en la que además de hermosas
vistas hacia el valle y el castillo, se abren los principales edificios de la villa. La iglesia
parroquial del Salvador, de la que es imprescindible admirar, al exterior, la
portada de Santiago, puesta sobre el muro de poniente, y que es un ejemplar soberbio de
escultura románica, con un conjunto de cientos de pequeñas figuras talladas
representando seres benéficos y maléficos, humanos en todo tipo de actitudes, y
apóstoles con ángeles. En el interior, que a pesar de numerosas reformas mantiene su
estructura y detalles góticos, debe admirarse el grupo de cinco tallas renacentistas con
escenas de la infancia de Jesús, que proceden de un retablo de la ermita de Nuestra
Señora de Belén. En esa misma plaza se abre el gran edificio, convento e iglesia juntos,
de Santo Domingo, que es de arquitectura manierista, con dos impresionantes
portadas cuajadas de escudos episcopales y dominicos, y muy especialmente la de poniente,
rematada en valiente y gigantesca espadaña. El convento se ha convertido hoy en centro
cultural, visitándose el claustro y un pequeño museo con temas de la villa. Todavía en
esta plaza se admira, además de un sencillo crucero, el palacio de los Gallos, un
caserón alcarreño con gran escudo de armas.
Por Cifuentes paseará el viajero admirando otros elementos curiosos: la vieja sinagoga
no es sino un caserón tradicional; el hospital de Nª Srª del Remedio ofrece
solamente su edificio religioso con portada gótica, interior cuajado de escudos, y un
jardín periférico en el que se han puesto los arcos de su antiguo claustro; en el
convento de las capuchinas se colocó la portada de otro hospital, el del Socorro, sobre
cuyo ingreso luce un gran escudo de los condes de Cifuentes. Y por aquí y allí surgen
restos de la muralla que rodeó completamente a la población en la Edad Media. En
lo alto del cerro, hoy rodeado de pinar denso, se alza el núcleo funamental de la gran
fortaleza cifontina: el que mandara construir Juan Manuel, cuyo escudo se ve a la entrada,
y que ofrece la característica de fortificación medieval guerrera, con altos muros
cerrados, torreones esquineros y gran torre del homenaje. Hoy está en proceso de
restauración para albergar Museo de temas locales y arqueológicos. Finalmente, en
Cifuentes el viajero no dejará de admirar el lugar donde surge, en manantiales
subterráneos, el río Cifuentes, que se remansa en una gran balsa formando un entorno
arbolado con agradable paseo y terrazas.
De Cifuentes viajamos a Trillo. Ahora es famosa esta localidad por la Central
Nuclear instalada en sus cercanías, y que ha permitido un desarrollo económico muy
notable, con servicios comunitarios y sociales muy adelantados sobre otros lugares del
contorno. Ese desarrollo ha supuesto, sin embargo, en cierto modo una pérdida del tipismo
que tenía Trillo como pueblo alcarreño. No obstante, merece una parada y admiración del
lugar en que el río Cifuentes desemboca en el Tajo, junto al gran puente de un solo arco,
reconstruido en tiempos de Fernando VII, y junto a la iglesia que ofrece ahora un precioso
retablo renacentista de pinturas y esculturas, traído desde Santamera. En Trillo debe
visitarse, de una parte, la altura de Villavieja, que ofrece restos arqueológicos de
época celtibérica, y la admiración de un cumplido paisaje con río, montes, Tetas de
Viana y torres de central incluidas. Lo mejor de Trillo, sin embargo, está en la zona del
antiguo Balneario, donde las arboledas dan cobijo a los antiguos edificios y espacios que
se destinaron al baño curativo, y que ahora están en trance de ser recuperados para uso
turístico. En el término de Trillo puede el viajero acercarse, por camino asfaltado,
hasta la antigua abadía de Ovila, cisterciense del siglo XII, que fue adquirida en
1931 por W.R. Hearst para ser llevada a América, donde finalmente se reconstruyó, a
medias, quedando aquí en la Alcarria algunos fragmentos de su claustro e iglesia.
Desde Trillo se sigue río arriba, y debe visitarse Azañón, con su conjunto
urbano en alto, y una plaza mayor de agradables perfiles rurales, más la interesante
iglesia renacentista. En las orillas del río pueden además visitarse Morillejo, y
Carrascosa, siendo obligado en esta llegarse hasta el antiguo puente romano, del
que quedan restos grandiosos a ambas orillas. Pueblos como Ruguilla, Sotoca y
Huetos, en los valles que bajan desde la meseta al Tajo por su orilla derecha, son
tambiçen merecedores de una visita.
Y luego recorrer el valle estrecho y pintoresco del arroyo de La Puerta, con villas
como la de este nombre, con su iglesia románica bien restaurada y un viejo puente
medieval; Viana de Mondéjar, en altura aguerrida, ofreciendo los restos de su
muralla y castillo, más la estupenda arquitectura de su iglesia parroquial románica en
la que destaca su portada y ábside; lo mismo que puede decirse del escondido enclave, en
la orilla alta del valle, de Cereceda, que tiene para ofrecer otro templo de
románico rural en el que aparece, entre otras sorpresas, un tímpano decorado a lo
francés, todo ello presidiendo una encantadora plaza mayor típicamente alcarreña.
EL ALTO TAJO
El camino desde Trillo hacia el Puente de San Pedro, una de las
estaciones fundamentales para abordar el Alto Tajo, se hace a través de sierras pobladas
de anchos pinares. Por ella podemos llegar a lugares como Arbeteta, donde se admira
el estupendo castillo medieval completamente ajustado a la roca, más la iglesia
parroquial que tiene una barroca torre firmada por el arquitecto Pando, que le puso el
remate de una gran veleta a la que llaman «el Mambrú» por parecer de lejos un extraño
soldado inglés. Se sigue el camino hacia el Tajo visitando, de una parte, el hermoso
enclave de El Recuenco, con paisajes fantásticos, bosques oscuros y limpias
cárcavas; de otra, Armallones, pequeño lugar que permite el acceso por caminos
señalizados hasta la orilla izquierda del Tajo, exactamente hasta el «Hundido» o
paisaje del Alto Tajo de impresionantes perfiles, en los que el pico de el Alar
preside el espacio en el que la tradición dice que hubo una especie de gran jardín de
plantas tropicales plantado por los caballeros templarios. Leyendas curiosas que se
solapan a la realidad de un paisaje espectacular. Y aún más arriba Villanueva de
Alcorón, en cuyo término merece visitarse la honda sima de la Zapatilla,
acondicionado su entorno como lugar de esparcimiento en medio del bosque. Zaorejas,
ya asomándose al Alto Tajo, ofrece su tipismo constructivo y en los alrededores la
grandiosidad de las ruinas colosales del acueducto romano. Desde allí puede
bajarse por carretera asfaltada hasta Huertapelayo, un simpático lugar para pasar
unos días de silencio y de excursiones inolvidables por las sendas que marcan el espacio
del Alto Tajo, estando en su término el famoso puente de la Tagüenza,
espectacular como todo el paisaje que le rodea.
También desde la altura de Zaorejas puede seguirse, por recta carretera que discurre
entre pinares, hasta las localidades de Peñalén y Poveda de la Sierra,
ambas en las proximidades del Alto Tajo, que conectan por Cueva del Hierro, con la
Serranía de Cuenca. Paisajes espléndidos, especialmente en las orillas del río, siempre
verde y limpio, sonoro y luminoso en sus vertientes de dorada roca, son meta de miles de
turistas que por aquí alcanzan este paraíso de la Guadalajara más brava.
El otro espacio de Alto Tajo que es accesible desde territorio cifontino es el que se
alcanza a través de la carretera que surge con dirección a Riba de Saelices. Por esta
carretera se llega a Sacecorbo, en la árida meseta, desde donde se coge la
carretera que lleva a Ocentejo y Valtablado del Río. En Ocentejo verá el viajero,
ya metido en honduras verdeantes, el pequeño castillo al que llamaron «liliputiense» y
que en realidad es un pequeño torreón vigía sobre el pueblo y el camino que le
atraviesa. Siguiendo ruta hacia el Tajo, enseguida se llega a la senda, no recomendable
para coches, que sube la orilla derecha del río, y alcanza a ofrecer una vista del Hundido
de Armallones en panorámica desde la orilla opuesta, y la visita de las Salinas de
la Inesperada, desde donde los caminantes podrán seguir río arriba hasta la
desembocadura del río Ablanquejo, y aún alcanzar las estrechuras del río por
Buenafuente, Huertapelayo y Puente de San Pedro. Los pescadores de trucha en estos tramos
saben bien de la belleza y fecundidad de las aguas del Tajo.
LA CUEVA DE LOS CASARES
A la Cueva de los Casares, que está en término de Riba de
Saelices, en el valle del río Linares, se llega desde Cifuentes. Es la Sierra del
Ducado un territorio de densos pinares, de hermosos paisajes solitarios, a través de los
cuales puede llegarse a pueblos de gran tipismo serrano, como son Ablanque, Luzón,
Ciruelos, y especialmente a Riba de Saelices, en el valle del río Linares, en el
cual, además de encontrar paisajes siempre hermosos, en especial los grupos de rocas
denominados «los Milagros», puede visitarse la Cueva de los Casares, el templo
del arte grabado del Paleolítico, un lugar de impresionante belleza y sobre todo de
interés arqueológico, visitado por miles de personas que desde remotos lugares vienen a
contemplar lo que se ha dado en llamar el equivalente a Altamira en grabados (que no
pinturas) prehistóricas.