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HISTORIA MOLINESA
El Señorío de Molina es un territorio que, aunque dentro de la actual
provincia de Guadalajara, posee unas condiciones de originalidad paisajística, histórica
y patrimonial dignas de ser consideradas de forma independiente. Es un mundo, el molinés,
que cuaja en su propia luz, que tiene una dimensión lejana siempre, y que requiere
acercarse a él con los ojos de descubrir cosas nuevas.
En la capital del Señorío, la ciudad de Molina de Aragón, puede recordarse y
resumirse la historia de toda la comarca.
Junto al minúsculo río Gallo, y a 1.000 metros de altitud sobre el nivel del mar, Molina
es la capital del Señorío y eje de su ancha paramera, una comarca de acusados cambios
climáticos, pues en el invierno son extremas sus temperaturas, con heladas mayúsculas.
La superficie total del Señorío es de unos 3.000 Km2,
limitando al oeste con las serranías del Ducado [de Medinaceli], al norte con las
provincias de Soria y Zaragoza, lo mismo que al este, y ya por el sur tiene como frontera
natural el hondo foso del río Tajo, que discurre magnífico en sus paisajes bravíos de
bosques y sierras.
La historia de Molina es singular pues la tiene propia. Capital de una taifa islámica
durante siglos, fue recoquistada a los árabes en 1129 por la ofensiva aragonesa de
Alfonso I. Lugar fronterizo entre Castilla y Aragón, sus monarcas deciden finalmente
entregárselo en señorío a don Manrique de Lara, quien establece un sistema de gobierno
que le hace autónomo de ambos reinos. Entrega a sus habitantes un Fuero, en 1154, y
ofrece tal cantidad de ventajas a los repobladores, que en poco tiempo la comarca se
adensa de gentes, agricultores y ganaderos, llegados desde lugares norteños,
especialmente los territorios vascos y franceses. En 1293 el matrimonio de la sexta
señora de Molina, doña María, con el rey de Castilla Sancho IV unió políticamente a
Molina con el reino meridional, y desde entonces sus reyes tienen el título de «señor
de Molina» que es con el que gozan de la autoridad en este territorio.
En guerra permanente con castellanos y aragoneses desde su creación, el señorío de
Molina tiene ese aire de espacio defendido a través de sus múltiples castillos, de los
que se encuentran dos grupos bien delimitados: los alcázares centrales, en la capital y
lugares cercanos, que sirvieron de residencia y bastión último de resistencia a los
Lara, sus señores; y los castillos fronterizos, que frente a Aragón y Castilla tuvieron
que ejercer sus funciones de resistencia y/o ataque. En Molina de Aragón destaca sobre
toda la ciudad el gran alcázar o castillo, que se considera uno de los más
grandes de Castilla, estando muy bien conservado. Su mejor vista se consigue desde lo alto
de la carretera que lleva hacia Peralejos. Tiene dos recintos: el más grande, o castillo
propiamente dicho, está formado por una amplia muralla a la que se penetra por la «torre
del reloj», encontrando en su albácar o amplio espacio la planta de la iglesia románica
del Cinto, evidencia de que todo ese lugar estuvo ocupado por población. Y en su esquina
nororiental se alza el castillo propiamente dicho, también con altos muros almenados en
cuyas esquinas y comedios se levantan fuertes torres de bien tallados muros, con el color
rojizo típico de la piedra arenisca con que se forman. Además cuenta esta fortaleza con
una enorme torre albarrana, la «torre de Aragón» que está en lo más alto del cerro y
que desde la distancia parece formar parte integrante del alcázar, aunque realmente es
una estructura totalmente aislada, de varios pisos de altura, probablemente la fortaleza
original, y que luego estuvo unida al castillo a través de una coracha o camino
protegido.
En la población destacan algunos templos singulares. Y entre ellos cabe señalar la
iglesia románica de Santa Clara, con una portada bellísima, de arquerías
semicirculares, ábside de planta también semicircular, con haces de columnas adosados,
capiteles y canecillos de bella factura, teniendo en el interior una estructura de
perfecta armonía, al menos en su crucero y cabecera, que fue lo único que se terminó de
construir. Anejo está el edificio del monasterio de monjas clarisas. Otro templo
interesante es el de San Felipe Neri, de estilo barroco, con precioso altar mayor e
interesantes pinturas y esculturas. Por la población aparecen las iglesias de San Gil
(hoy la parroquia, con un espléndido retablo renacentista procedente de la iglesia de El
Atance); de San Martín, en proceso de restauración, con una portada de elementos
románicos; de Santa María del Conde, sencilla y aneja al Ayuntamiento; de San
Pedro, hoy aneja al colegio de Ursulinas, y finalmente el gran edificio conventual de San
Francisco, que al otro lado del río Gallo ofrece su templo renacentista de grandes
proporciones, con una torre barroca debida a Pando, un constructor de torres en la zona
oriental de la provincia, y en la que puso una gran veleta de chapa recortada imitando una
figura humana con escudo, a la que popularmente se le conoce como «el giraldo». En
Molina deben admirarse además el puente románico, sobre el Gallo, de perfecta
traza medieval. Y el urbanismo todo de la ciudad multisecular, en la que destaca su Plaza
Mayor, donde está el Ayuntamiento, la calle de las Tiendas, recta y estrecha,
y algunas colaterales en las que aparecen enormes palacios de tradición molinesa, con
profusión de escudos, portadas barrocas y, en una de ellas, la mejor, en la calle
Quiñoneros, pinturas en la fachada: es el palacio del virrey de Manila, don
Fernando Valdés, con portalada barroca espléndida.
En Molina de Aragón debe admirarse, si es posible, la procesión de la virgen del Carmen,
el 16 de julio de cada año, en la que desfila la Cofradía-Hermandad de Caballeros del
Carmen, en la que un gran número de varones forman el acompañamiento de la imagen
revestidos de trajes militares, muy vistosos, en rojo y blanco, con grandes gorros y
picas, al estilo del siglo XVIII.
En las cercanías de Molina se encuentra Corduente, en cuyo término el río Gallo
forma el fabuloso entorno paisajístico de la Hoz, que merece ser visitado sin excusa. A
lo largo de unos diez kilómetros, el río discurre por un estrecho cauce que le forman
altos murallones de piedra arenisca rojiza, con formas llamativas producto de la erosión
de siglos. A poco de comenzar la hoz del Gallo, en uno de sus más espléndidos rincones,
se encuentra el viajero la ermita de la patrona del Señorío, un templo excavado en la
roca que solo tiene construido el muro delantero, con una portada de estilo gótico y
algunos escudos. En el interior del templo, que es subterráneo/intrarocoso, aparece el
altar de la Virgen, talla románica revestida, a la que toda la comarca la tiene por
patrona, con una devoción de largos siglos. Junto a la ermita aparecen los edificios de
la antigua hospedería (venían durante el verano romerías de todos los pueblos del
Señorío) y hoy se alza un moderno y discreto hotel donde se puede comer y alojarse. En
ese plazal se representa, a principios de Junio, la Loa a la Virgen de la Hoz, un
espectáculo de tradición medieval que consiste en una representación de auto
sacramental en el que intervienen ángeles y demonios, pastores y santeros, que acaban con
unas danzas rituales guerreras y, por supuesto, con comida y bebida campestres. Bajando el
río Gallo (a pie o en coche) hasta el puente de san Pedro, en que se une al Tajo, los
paisajes son inolvidables. Se atraviesan pueblos como Torete y Cuevas Minadas,
siempre en un espectacular marco de roquedos, arboledas y altas cimas.
Si a Molina se llega desde el Oeste, por la carretera que de Alcolea del Pinar
(autovía de Aragón) va hacia Teruel, el viajero podrá admirar antes en Alcolea la Casa
de Piedra, esa singular obra que tallara Lino Bueno a comienzos del siglo XX, una
enorme roca que la fuerza de un pico y sus propios músculos consiguió transformar en
vivienda de dos pisos y «todas las comodidades» que entonces se precisaban. Fue visitada
de los reyes Alfonso XIII y Juan Carlos I.
Más allá se cruza junto a Aguilar de Anguita, con bella estampa de pueblo surgido
a la sombra de una roca, y en cuyo término se encuentran las más importantes necrópolis
de la Celtiberia, y entre ellas el Dolmen del Portillo. Anguita, que
requiere un breve desvío, ofrece de singular el paso junto al pueblo del río Tajuña, en
cuyos roquedales o cuevas dice la tradición y el «Cantar» que descansó el Cid
Campeador en su viaje al destierro. Maranchón luego ofrece el aspecto de un pueblo
señorial, de grandes casas y espacios urbanos amplios. Aparte de por el frío que hace en
el invierno, Maranchón lleva la fama por haber sido lugar de ferias mulares y tráfico de
ganaderías durante largos siglos. La carretera llega luego a Mazarete, donde medio
derruido aún se ve el edificio de la fábrica de resinas. Desde aquí podremos iniciar el
recorrido hacia los pueblos pinariegos de Luzón, Ablanque y Riba de
Saelices, este último con el atractivo del valle de los Milagros y la Cueva
de los Casares.
Todavía en medio de esos pinares que parecen no acabar nunca, territorio histórico de Cobeta,
donde se alza un torreón circular sobre el pueblo, debe llegarse a visitar el Monasterio
de monjas cistercienses de Buenafuente del Sistal, enclavado en una vaguada del
sabinar, en lo alto de un estrecho valle que llega, alborotado de vegetación y rocas (el barranco
de los cuchillos le llaman) hasta el río Tajo. En Buenafuente se admira el templo,
románico, del siglo XII, que fue la época en que caballeros canónigos franceses
fundaron aquí cenobio. Con puertas de estilo románico francés, el interior del templo
es de una sola nave, con bóveda apuntada de bien tallado sillar, en su interior destacan
los retablos barrocos dedicados a la Virgen y a San Bernardo, y el Cristo de la Salud, una
talla románica de intenso dramatismo.
El norte del Señorío molinés está separado de la paramera central y el valle del Gallo
por una alargada Sierra que llaman de Aragoncillo y Caldereros. Amplios campos donde crece
el cereal, constituyen la sesma del Campo, en la que destacan pueblos como Rueda de la
Sierra, con un templo de arquitectura románica muy interesante, con gran portada;
Hinojosa, donde se alzan numerosos palacios y casonas nobles que lucen en sus fachadas
enormes escudos de armas, y que recuerdan la sociedad de hidalgos y ganaderos ricos que
pobló este territorio en los siglos XVI al XVIII. Lo mismo ocurre en Tartanedo,
donde destaca junto a la iglesia de portada románica y profusión de altares barrocos, el
palacio del Obispo Utrera, hoy convertido en Alojamiento Rural imprescindible para vivir
con intensidad esta zona. También debe admirarse Labros, con su portada románica
perfectamente conservada, y Milmarcos, otro pueblo de altura en el que quedará
sorprendido el viajero al contemplar sus anchas calles, sus numerosos palacios barrocos,
su iglesia magnífica presidida por un gigantesco y bello retablo de talla, debiendo
visitar, o intentarlo, el Teatro Zorrilla, un pequeño y humilde edificio en el que
a comienzos del XX se representaba teatro habitualmente, lo que da una pista sobre la
densidad de población de estos territorios. Entre Labros y Milmarcos, aislada en medio
del sabinar, debe visitarse la iglesia de Santa Catalina, precioso edificio
religioso de arquitectura románica completa, con galería al sur, portada de arquivoltas
enormes, y un interior de nave única y banco corrido de piedra en los muros: una joya
románica imprescindible.
También en el norte del Señorío, hacia oriente, se abre en amplios horizontes la sesma
del Pedregal. En esta destacan lugares como Tortuera, con su gran iglesia, las
casonas nobiliarias de los López Hidalgo y los Romero, y el rollo o picota a la entrada
del pueblo, y más allá La Yunta, término limítrofe con Zaragoza, donde se puede
admirar el torreón del centro de la villa y la iglesia con símbolos de la Orden de San
Juan, a la que perteneció en Señorío, más la imagen del Cristo del Guijarro, patrón
del pueblo, una curiosa simbología de Jesucristo en forma de vetas sobre un canto de
río. Embid también está en el límite del Señorío, y aparte de sus casonas y
templo parroquial, todo grandioso y admirable, sorprende su castillo, fronterizo con
Aragón, del que quedan en pie los altos muros y unas cuantas torres.
En esa zona, en término de Campillo de Dueñas pero con mejor acceso desde Hombrados,
el viajero ha de llegar hasta el castillo de Zafra, la fortaleza de los Lara que se
construyó, sobre anterior edificio arábigo, para residencia y defensa en caso de ataque,
como ocurrió en 1222 en que don Gonzalo de Lara fue acorralado por el ejército real de
Fernando III. Sobre las altas praderas, siempre húmedas y verdeantes, y en lo alto de un
empinado y orgulloso roquedal rojizo, se elevan al cielo los muros de este castillo, y el
torreón del homenaje que parece un reto a la ley de la gravedad, altísimo sobre agudo
peñón. Una estampa inolvidable para quien se anime a llegar hasta Zafra.
Por el oriente, el Señorío de Molina ofrece parte de la sesma del Pedregal, y en ella
villas de interés como Setiles, al pie de la sierra Menera en la que siguen
existiendo minas de hierro al aire libre. En el pueblo deben admirarse sus antiguos
palacios y caserones medievales, todos ellos con escudos de armas y viejas leyendas de
caballeros fronterizos. Más al sur, hacia la frontera con Teruel, se llega hasta Alustante,
donde el viajero quedará asombrado de lo interesante de su patrimonio, especialmente en
su iglesia parroquial, en la que luce un impresionante retablo mayor, de la escuela de
Giraldo de Merlo, con tallas extraordinarias, así como la famosa escalera de caracol que
asciende por el interior de su torre, que le enseñarán con gusto los vecinos. Más
allá, camino ya de Orihuela del Tremedal, puede verse Motos y los restos de su
castillo que recuerda la leyenda del «caballero de Motos», un tipo del Medievo con toda
la barba. Volviendo hacia Molina, debe pararse en Prados Redondos, donde además de
diversos palacios y la gran iglesia parroquial con retablos barrocos, se admirará el
templete que para mostrar la reliquia de la santa Espina de la Corona de Cristo se alzó
en siglos pasados en el centro de la Plaza.
La zona sur del Señorío molinés está ocupada por la sesma de la Sierra, y es en ella
donde surgen los mejores paisajes y espacios naturales, los que conforman el Parque
Natural del Alto Tajo. En este lugar, que merece detenida visita, reposo en el andar y
mirar, y varias jornadas para entenderlo y disfrutarlo, destacan pueblos como Checa y
Orea, en el límite más oriental, con bonitas perspectivas urbanas de tipo
meridional, pues sus gentes se dedicaron largos siglos a la trashumancia de ganado hacia
Andalucía. En sus calles y plazas, el blancor de los muros entrega al viajero otro manojo
de luces diversas. Junto a Checa está Chequilla, un enclave de sorpresa, rodeado
de aisladas rocas rojizas que surgen entre los verdes prados, los bosques y el blancor
profundo del caserío. En Chequilla se debe admirar la Plaza de Toros, natural
espacio formado por altas y cerradas rocas.
Desde Molina muchos viajeros se dirigen al Alto Tajo en Peralejos de las Truchas.
Ciertamente es un lugar perfecto, el caserío cercano al río, las altas montañas y
cantiles calizos semiocultas por los densos bosques, y las sendas que a un lado y otro del
río están habilitadas para la marcha, la pesca y el disfrute de la Naturaleza. En
Peralejos puede visitarse su iglesia, con una importante serie de apostolado sobre lienzo,
y hacer la excursión a la ermita de Ribagorda, la patrona, alargándola si se
desea hasta el entorno del río Hoceseca y la herrería, todo ello con sorpresas a cada
recodo del camino. Por el puente del Martinete cruza ahora la carretera hacia la Serranía
de Cuenca, y la pista que admite coches sigue bajando junto al río, para poder alcanzar
espacios como el Salto de Poveda, la laguna de Taravilla (a la que mejor se
llega por la pista que se inicia desde este mismo pueblo), la Fuente del Brezo, el puente
de Poveda, la Escaleruela y finalmente el puente de San Pedro, donde le
llega por la derecha el río Gallo.
El Alto Tajo, que puede calificarse de joya de la naturaleza, tiene un recorrido total de
64 kilómetros por la provincia de Guadalajara, desde su nacimiento en los altos de Casa
de Fuente García (Teruel) hasta Trillo. El trayecto inicial lo hace en frontera con
Cuenca, y su territorio pertenece al Señorío de Molina, como acabamos de ver, y a la
serranía de Cifuentes, en cuya Ruta se describe lo correspondiente a ella. |