La arquitectura negra serrana

La arquitectura negra serrana

Se denomina «arquitectura negra de la sierra de Guadalajara» al conjunto de edificaciones que forman poblados o inmuebles aislados distribuidos por la zona noroccidental de esta provincia, en un ámbito geográfico que se extiende al sur de la Cordillera Central, especialmente de las serranías del Ocejón y Alto Rey, en torno a la parte inicial de los estrechos valles de los ríos Bornoba, Sorbe y Jarama.

Pueden considerarse dos subgrupos en esta «arquitectura negra serrana«: el primero de ellos a occidente del Pico Ocejón, que incluye los lugares de Campillo de Ranas y Majaelrayo como más importantes, y los pequeños núcleos de El Espinar, Campillo, Robleluengo, Roblelacasa, La Vereda y Matallana, todos ellos en torno al Jarama. El segundo grupo es el que se encuentra al este del Ocejón, en la cuenca del Sorbe y Bornoba, y sus núcleos más importantes son Valverde de los Arroyos, Palancares, Almiruete, Umbralejo, La Huerce, Valdepinillos, Aldeanueva de Atienza, Prádena de Atienza, Gascueña de Bornova, Robledo de Corpes y La Miñosa.

Ese nombre de «arquitectura negra» le viene por el tono oscuro general tanto de sus conjuntos como de sus edificaciones aisladas, y ello debido a los materiales de construcción empleados, originarios de la zona, donde se encuentran en gran abundancia, y que son maderas de roble, piedras de gneiss y planchas de pizarra.

Aunque existen diferencias apreciables entre los dos grupos reseñados, la construcción general es similar en todos ellos. Los pueblos son agrupaciones de escasos edificios, en general muy amplios, constando de vivienda y corrales o almacenes anejos, pues al ser la economía de la zona fundamentalmente ganadera, se constituyen en conjunto como lugar de residencia de los hombres y sus animales. Estos pueblos no tienen una estructura o trama urbana definida, careciendo a menudo incluso de plaza. Las construcciones se agrupan en pequeños barrios de cuatro o seis edificios, quedando entre ellos a veces incluso amplias praderas.

Otro de los elementos, a contemplar en Recópolis hoy es el palacio real. El único que existe en la provincia, precisamente para albergar a la realeza visigoda. Era este el lugar donde radicaba el poder: donde vivían y actuaban los delegados gubernamentales, y donde ocasionalmente acudía la Corte. Se levanta, con una planta estrecha y muy alargada, en la parte más alta de la ciudad y en el borde del talud que esta forma sobre el río Tajo: un lugar, sin duda, privilegiado, por las vistas que desde su piso alto se alcanzaba, por el aire que siempre soplaría en sus salones, y por la belleza que tendría su masa sobre el resto de la ciudad.

Según nos cuentan los expertos arqueólogos que han estudiado la ciudad, este conjunto de edificaciones palatinas es el de mayores dimensiones hasta el momento conocido en Europa occidental para este periodo. Además de alojar a los altos dignatarios, este palacio albergaba servicios y funcionarios dedicados a la administración y gobierno de la ciudad y su territorio. Estos estarían en la planta baja, más lóbrega, mientras que la superior, más ornamentada y luminosa, sería lugar de residencia de gobernadores, príncipes y reyes. Al parecer esa planta alta estaba adornada con pavimentos de opus signinum y una importante decoración escultórica. Este edificio se construyó en los años finales del siglo VI, cuando la fundación de Recópolis, y fue recibiendo sucesivas reformas.

Hoy el viajero puede ver un largo espacio con fuertes muros, en algunos lugares reforzados por torreones de planta semicilíndrica, macizos, y en el interior los arranques de poderosos pilares que servirían para sustentar la planta alta.