Mondejar, tan cerca

Mondéjar, en plena Alcarria de Guadalajara

Asienta este importante enclave alcarreño en poco pronunciada elevación del terreno, en las últimas estribaciones meridionales de las mesetas de la Alcarria que median entre los ríos Tajuña y Tajo. Su paisaje, de suaves y ondulados horizontes, lo constituyen amplios viñedos, olivares, cereal y huertos en los breves vallejos que corren buscando los mencionados ríos. Algún encinar o pinarilla aislados, y de vez en cuando un amplio caserío, algún molino, cualquier mesón en un cruce de caminos.

Su indudable importancia socio-económica de hoy (es el cuarto núcleo de población en cuanto a número de habitantes en la Provincia de Guadalajara) refleja la relevancia que en siglos pasados tuvo, y ello viene a explicar el cambio frecuente de dueños que sus anales históricos registran. Aunque hoy nada queda de él, tuvo en los siglos de la Baja Edad Media un imponente castillo, situado en lo más alto de la villa, que reforzaba el valor de la misma. Fue derribado por completo al mandato de los Reyes Católicos.

Tras la reconquista de la zona de la Baja Alcarria, ocurrida en los finales del siglo XI, quedó Mondéjar como aldea de la jurisdicción de Almoguera, y por lo tanto, en el dominio realengo de los monarcas castellanos. Así vemos que en 1285, el rey Sancho IV el Bravo concede un mercado franco los jueves de cada semana, y poco después obtiene Mondéjar el privilegio de celebrar una gran feria anual por San Andrés. Ambos datos subrayan la importancia económica que ya en el siglo XIII poseía este pueblo. En esos mismos años, Sancho IV hace donación del lugar, en señorío, a su merino mayor, el noble caballero don Fernán Ruiz de Biedma, en cuya estirpe permaneció varias generaciones (su hijo Alfonso Fernández Coronel, señor de Aguilar y Torija, a quien mató Pedro I el Cruel, en 1353). Este monarca se lo entregó en señorío a su propia hija, doña Beatriz.

Pero Enrique II, al subir al trono, decide donárselo a su propio hermano, don Sancho, conde de Alburquerque. Del matrimonio de éste con doña Beatriz de Portugal nació doña Leonor, también señora de Mondéjar, que casó con don Fernando de Antequera, más adelante Rey de Aragón. Este matrimonio, desentendido de su humilde territorio alcarreño, lo entregan en donación al caballero toledano, caballerizo mayor del rey, don Juan Carrillo de Toledo, quien con él fundó un mayorazgo, dejándoselo en herencia a su hija doña Juana Carrillo, que casó con don Pedro Lasso de la Vega, señor de Valfermoso de Tajuña, hijo del primer marqués de Santillana. Estos nuevos señores prometieron, en solemne acto celebrado en Mondéjar, en 1435, ante el Concejo de la Villa, respetar sus fueros, franquezas, costumbres, privilegios y libertadas, aun ostentando el señorío. De ellos lo heredó su hija mayor, doña Catalina Lasso de la Vega, quien, ya viuda de su primer marido, el duque de Medinaceli, se lo entregó en dote a su hermana menor doña Marina Lasso, cuando casó con don Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla. Tras varios pleitos familiares, en los que el segundo marido de doña Catalina (don Pedro de Castilla) se quiso apoderar de Mondéjar contra el derecho, tampoco muy claro, del conde de Tendilla, los Reyes Católicos zanjaron el asunto ordenando derribar el castillo mondejano, quedándose con la villa para sí, y vendiéndose 15 días más tarde, en la cantidad de doce millones de maravedíes al conde de Tendilla. El hijo de éste, en 1512, recibió el título de marqués de Mondéjar, y en esta rama de la casa Mendoza quedó ya la villa, acrecentando el marquesado de su título con otros muchos lugares y villas de la baja Alcarria (además de Tendilla y Valfermoso de Tajuña, poseían Almoguera con su tierra entera, Fuentenovilla, Loranca, Aranzueque, Armuña, Fuentelviejo, Meco, Anguix, Viana y Azañón). En esta familia cuyo mayorazgo lo ostentaron interesantísimos personajes de gran relevancia en la Historia de España, quedó Mondéjar hasta el siglo XIX, en que fue eximida de todo señorío y servidumbre. El escudo de la villa, según figuraba en un curioso manuscrito de su Archivo Municipal, muestra seis encinas verdes, con bellota de oro y en su campo la palabra MONDEJAR. Es villa desde el siglo XV.

Desde el siglo XVI, hasta el XIX, la mayoría de los titulares del marquesado de Mondéjar han sido muy señaladas figuras de la Historia de España, y por unas u otras razones han dejado junto a sus hazañas y virtudes, el nombre de Mondéjar grabado. El primero de ellos fue don Iñigo López de Mendoza, quien recibió el título del marquesado en 1512. Antes de él, fue su padre, de los mismos nombre y apellidos, señor de Mondéjar, aunque su título nobiliario era el de conde de Tendilla. Fundó el convento de jerónimos de Santa Ana, en su villa de Tendilla, y allí quedó enterrado en magnífico sepulcro gótico, traído en el siglo XIX a la iglesia de San Ginés de Gualadajara, donde hoy puede contemplarse. El primer conde de Tendilla fue uno de los más destacados colaboradores de los Reyes Católicos; participó activamente en la guerra de Granada, distiguiéndose siempre por su valentía y capacidad de mando. Por ello, luego de conquistada la ciudad del Darro, fue nombrado capitán general del Reino de Granada, y alcaide de su fortaleza, la Alhambra. El fundó el convento franciscano de San Antonio, y participó como embajador de los Reyes de España en diversos asuntos de política internacional en los albores del siglo XVI, estando considerado como uno de los más genuinos humanistas de nuestro Renacimiento. El segundo marqués, don Luis Hurtado de Mendoza, se ocupó de terminar de construir la iglesia parroquial de la villa, de comenzar la construcción del palacio, y fue también capitán general del Reino de Granada, y cabeza en la lucha del Estado contra la rebelión morisca de las Alpujarras. Murió en Mondéjar, en 1566, y fue sepultado en San Francisco de Granada, dentro de la Alhambra. También el tercer marqués, su hijo, fue a morir a Mondéjar (1587) y su cuerpo llevado a Granada.

El cuarto marqués, don Iñigo López, siguió en toda la línea de sus antecesores; su hija doña Catalina de Mendoza fundó en Alcalá de Henares el Convento de Jesuitas y el Colegio Universitario *de los Verdes+. Otro que ostentó el título fue don Gaspar de Mendoza Ibáñez de Segovia, marqués consorte, por casamiento con la novena marquesa, doña María Gregoria de Mendoza y Aragón. Este noble se dio a los estudios históricos, escribiendo una notable historia del reinado de Alfonso VIII de Castilla, y otra Historia de la casa de Mondéjar en tres volúmenes que se conservan manuscritos en la Real Académia de la Historia, con muchas noticias sobre los Mendoza, Mondéjar y su propia estirpe. Murió en 1708. Después de él, otros marqueses se retiraron a vivir a su villa de la Alcarria, y en ella murieron. Hoy ostenta este título un alto personaje de la Corte.

El Patrimonio

Llega el visitante a Mondéjar, y lo primero que le sorprende es su Plaza Mayor, de un clásico sabor castellano, con construcciones de fines del siglo XIX en tres de sus lados, soportalados todos ellos, y centro de la vida económica y social de la villa, siempre animada y bulliciosa. El costado meridional se cubre por la mole inmensa y gris de la iglesia parroquial, dedicada a Santa María Magdalena. Es una magnífica obra arquitectónica, de homogéneo estilo y carácter, realizada en los comienzos del siglo XVI, y por tanto una de las primeras y más tempranas obras del Renacimiento español. Se comenzó a levantar el templo en 1516, por expreso deseo y patrocinio de don Luis Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Mondéjar. Se encargó la traza y dirección de la obra a Cristóbal de Adonza, quien la concibió como un fiel trasunto, en cuanto a planta y estructura, de la Capilla Real de Granada. El marqués, alcaide de la fortaleza granadina y capitán general del nuevo reino, buscó en Granada a uno de los mejores arquitectos del momento para que levantara en Mondéjar un grandioso templo parroquial. Y así se hizo: tiene tres largas naves, de 35 metros de larga cada una, rematadas en elegantes techumbres de complicada tracería nervada, siendo más alta la central que las laterales. Solamente la capilla mayor alarga levemente la nave central.

Rezuma todo el conjunto un innegable aire gótico, transmitido por Cristóbal de Adonza a su obra. Pero ha de ser su hijo, Nicolás, quien con nuevos impulsos, ya claramente renacientes, complete el edificio. Así, a él se debe el coro alto a los pies del templo, sobre gran arco escarzano que muestra un par de enormes medallones de San Pedro y San Pablo en las enjutas, y una notable baranda de balaustres. Magnífico ejemplo este coro de Mondéjar, dentro del arte renacentista alcarreño. Al mismo Nicolás de Adonza se deben la sacristía, gran salón cuadrangular con pilastras adosadas y cúpula; las puertas de subida y entrada al coro, con estructura y detalles platerescos; y las dos portadas del exterior: la principal, en el muro norte, da sobre la Plaza Mayor; presenta un vano con arco semicircular, escoltado con cuatro columnas de orden compuesto, y rematado por un frontispicio angular y algunos candeleros. En el centro del frontis aparece una imagen de la Magdalena, de buena talla plateresca, aunque ya muy desgastada por los elementos. En las enjutas del arco aparecen sendos escudos del matrimonio patrocinador (don Luis Hurtado de Mendoza y doña Catalina de Mendoza). Tras las columnas de esta portada, exentas, aparece todo el muro completamente tapizado de grutescos, mascarones, y una riquísima decoración plateresca, que se completa con un cordón franciscano por orla, que viene a definir el espíritu reciamente católico de su fundador, miembros de la Venerable Orden Tercera.

Sobre el muro de poniente se abre una portada de también aceptable línea renaciente. Al mismo arquitecto se debe, finalmente, la torre del templo, trabajada en noble piedra sillar, firme y austera, con los relieves magníficos de los escudos heráldicos mendocinos sobre su muro norte. Se terminó hacia 1560. Dentro del templo, y aparte su magnificencia y elegante traza arquitectónica, muy poco más llama la atención del visitante.

Cuajada estaba la iglesia de obras de arte hasta 1936. Era, sin duda, el punto capital del arte alcarreño. El vendaval de la Guerra Civil de 1936-39 asoló casi todo cuanto contenía el templo. Sobre el muro de la nave del evangelio, se ve, bastante maltratado por golpes y repintes, el basamento del enterramiento de Marcos Díaz de Mondéjar, canónigo de Toledo y obispo electo de Sigüenza, que murió en 1473: presenta profusa decoración gótica de cardinas y tallos retorcidos, con los escudos familiares del sujeto. Muy destrozado y hoy tabicado, debe quedar algo de la estatua yacente y calvario que la coronaba. Era uno de los mejores enterramientos góticos en la provincia. En la nave de la epístola se abren algunas capillas, del siglo XVI en sus finales, que muestran detalles aislados y algunas laudas sepulcrales con leyendas y escudos.

En la sacristía se conserva todavía un regular acopio de obras de arte, escueta muestra de lo mucho que tuvo la parroquia, la mayor parte donadas por sus señores, los riquísimos marqueses de Mondéjar. En el capítulo de la orfebrería, cabe destacar su cruz procesional, de plata sobredorada, obra del platero toledano Juan Francisco, hacia 1550. En el centro de su anverso, talla de Cristo crucificado enmarcado con redonda placa avenerada, muy característica del autor; y en su reverso una escena de Descendimiento que asombra por su minuciosidad y delicadeza. En los extremos de los brazos se ven pequeños nichos, decorados prolijamente al modo gótico, con algunos santos en su interior. Y recubriendo toda la superficie de la cruz, un exuberante acopio de grutescos, monstruos, flores y cartelas del más puro estilo plateresco hispano. El pie o macolla tiene dos pisos, mostrando en pequeños nichos los doce apóstoles. Aparte de las navetas, incensarios, cubiertas de misal, bandejas, portapaces, cajas, etc., que en este tesoro se conservan, es pieza de indudable mérito, dentro del estilo barroco, la Custodia que en 1667 construyó el platero madrileño Damión Zurreño, quien cobró por ella 28.405 reales. Su parte central, cuajada de piedras preciosas, representa un sol, escoltado por dos angelillos de cuerpo entero, portando un incensario cada uno. La basa se compone de dos bichas enfrentadas, y el pie lo constituyen cuatro angelillos. Otras piezas del museo constituido en esta sacristía son una buena colección de prendas litúrgicas, entre las que destacan el terno del Ave María, de seda y brocado, blanco, con escudos de la familia Mendoza y el terno rico o de los apóstoles, que consta de casulla, capa y dos dalmáticas, de brocado y seda rojos con multitud de grandes medallones bordados representando apóstoles, mártires, padres de la Iglesia, y uno hermosísimo, en la capa, con la imagen de Santa María Magdalena. Es, sin duda, el mejor ejemplo del arte del bordado en la provincia de Guadalajara. También existe un buen archivo parroquial.

Lo más espectacular, hoy, del templo de Santa María Magdalena, es su retablo, reconstrucción fidedigna, exacta, del que tuvo desde el Renacimiento hasta 1936. Esta obra, hoy rehecha por  obra del talento escultórico de Martínez, de Horche, y de la gracia y maestría pictórica de Rafael Pedrós, de Yélamos, nos retrotrae a los años en que los marqueses de Mondéjar se podían pagar el gasto de acudir a los mejores artistas de la archidiócesis. El original se construyó, entre 1555 y 1560, interviniendo en sus trazas Alonso de Covarrubias, el más grande arquitecto del Renacimiento castellano; con Nicolás de Vergara y Juan Bautista Vázquez, que corrieron con la parte escultórica, mientras que la pintura estuvo a cargo de Juan Correa de Vivar. Todo ello realizado en Granada. Rematado con los escudos de los marqueses de Mondéjar. En su parte central inferior, había un magnífico sagrario realizado en el siglo XVIII por Juan de Breda.

Es este retablo, costeado por todos los vecinos de la villa, durante años de aportaciones, una inmensa locución bíblica, con escenas de la infancia, vida y pasión de Jesús, acompañados los cuadros de esculturas de apóstoles y evangelistas. Todo ello cuidadosamente elaborado, tallado y sobredorado.

Quedan algunos restos del palacio de los marqueses de Mondéjar, a espaldas de la iglesia parroquial. Muy posiblemente se inició con algunas perdidas trazas de Machuca, y de lo construido sólo queda un muro con portón, todo él revestido de prominente y elegante almohadillado, al estilo de lo florentino, y de lo que dicho autor usó en Granada. El palacio sufrió reformas y destrozos posteriores, y sólo quedan destartaladas estancias, un triple escudo de Mendoza, Figueroa y Velasco rematado por corona marquesal, y un inexpresivo patio, hoy de vecinos.

Por la villa, diseminados por sus calles, se muestran numerosos ejemplos de antiguas casonas y palacios, la mayoría del siglo XVIII, pertenecientes a linajudas familias mondejanas. En la calle mayor destaca el de los López Soldado, con soberbio escudo heráldico. Pero son otros varios, también blasonados, los que se ven, por sus calles y plazas.

De las murallas que rodearon a Mondéjar en la baja Edad Media, sólo quedan algunos maltrechos fragmentos, un par de cubos, y la traza de una puerta de entrada a la villa, por el sur de las cuatro o más que tendría. Del castillo, ni rastro.

En las afueras del pueblo, al norte del mismo, y en una pequeña vaguada, aparecen las ruinas del convento de San Antonio, que fue construido a fines del siglo XV por decisión y con el patrocinio de don Iñigo López de Mendoza, primer conde de Tendilla, quien en una de sus estancias en Roma, en 1487, a donde fue como enviado de los Reyes Católicos para solucionar las diferencias surgidas entre Fernando de Nápoles y el Papa Inocencio VIII, consiguió de éste el Breve y las licencias necesarias para fundar en su querida villa de Mondéjar, recién adquirida de los Reyes Católicos, un convento de frailes franciscanos.

Su fundación es de 1489, y muy poco después comenzó a levantarse el convento y su iglesia, que se concluyó hacia 1508. El monasterio quedó deshabitado en la desamortización de 183S, y demolido casi por completo (lo que no se había hundido ya) en 1916, para sacar piedra con que construir la Plaza de Toros de la villa. Aún con todo, lo poco que queda en pie de esta Institución, posee el mérito suficiente para haber sido declarado, en 1921, Monumento Nacional, y poder en sus ruinas estudiar los primeros pasos de la arquitectura renacentista en España. Era su fábrica de mediano sillarejo, con muros lisos reforzados por contrafuertes. De una sola nave, con coro alto a los pies. En el muro del testero, que queda en pie, se ven cómo los apeos superiores se constituyen por pilastras finísimas, recuadradas con molduras, y corrido encima un entablamento muy pobre y sin talla; los capiteles llevan estrías, volutas acogolladas y una flor en medio. Los tímpanos, de arcos muy apuntados, del testero, aparecen ocupados por grandes escudos dentro de láureas: el central muestra la cruz de Jerusalem, recuerdo del cardenal Mendoza que ostentó ese título cardenalicio; y a los lados, las armas del fundador, don Iñigo López, que son las de Mendoza sobre una estrella y con la leyenda BVENA GVIA adoptada por los Mondéjar, más las de su mujer doña Francisca Pacheco.

La portada se mantiene como por milagro. Consta de un gran arco semicircular con varias arquivoltas cuajadas de fina decoración de rosetas, hojas, bolas, etc., apoyadas en casi desaparecidas jambas con similar ornamento, en las enjutas del arco, y acompañados de plegada cinta, los escudos del matrimonio fundador. Todo ello se escolta por dos semicilíndricos pilastrones cubiertos de talla vegetal y rematados en compuestos capiteles. El entablamento es riquísimo, ocupado por un friso con delfines, atados en parejas por sus colas, y cabezas de alados querubines, más series de bolas y dentellones. Encima va un amplio arco, que no llega a ser semicircular, con candeleros a sus lados y por frontispicio se ve una especie de gablete con molduraje de cornisa. El arco está ocupado por una pequeña imagen de Nuestra Señora con el Niño en brazos, sedente, sobre gran medallón avenerado circular, al que ciñen cornucopias con estrías y cintas plegadas. El fondo del gablete se llena de robusto follaje que orla el aro del tímpano; se trata de una especie de cardo espinoso, muy revuelto y con gran palmeta en medio, cargada de grano, quizás una mazorca de maíz, similar en todo a las que circuyen el arco de la puerta en el palacio ducal de Cogolludo. El autor de esta maravillosa iglesia de Mondéjar es, con mucha probabilidad, el arquitecto Lorenzo Vázquez.

Por bien asfaltado y cuidado camino se llega hasta el otero en que se alza la ermita de San Sebastián, desde la que se contempla en panorámica todo el pueblo. Fue construida esta ermita a principios del siglo XVI y a costa del primer marqués de Mondejar, aunque indudablemente sufrió reformas y ampliaciones posteriores, pues lo que hoy se ve es obra de siglos posteriores. Su interés reside en una amplia cripta que posee a la cabecera, obra de la misma centuria, pues consta que ya en 1580 existían en ella los “Pasos” o Judíos que hoy constituyen su atracción primera y de obligada contemplación para el visitante de Mondéjar. Luego, en 1719, fue todo reconstruido por un monje jerónimo de Lupiana, fray Francisco de San Pedro, a costa de don Alonso López Soldado. En la Guerra Civil española de 1936-39 fue casi totalmente destruido este conjunto curioso, y en el verano de 1973, gracias a la generosa aportación económica de todos los vecinos del pueblo, con la colaboración de la Cofradía del Santo Cristo, han sido totalmente restaurados, tanto los grupos y figuras, como la cripta, bien ambientada de luces y sonido. Consta este conjunto de los Judíos de Mondéjar de diversos pasos o escenas de la Pasión de Jesucristo (el Lavatorio de Pies, la Ultima Cena, la Oración del Huerto, el Camino del Calvario, la Crucifixión y el Sepulcro) así como una interpretación de la Virgen María recostada, todo ello hecho con yeso, a tamaño mayor del natural, y ahora pintado con vivos colores que prestan al conjunto un efecto sorprendente, inusual.

Libros para saber de Mondéjar

Dos destacaríamos, uno el que escribió Antonio Herrera Casado en 1999 titulado “Mondéjar, cuna del Renacimiento” y que es el que ilustra más ampliamente sobre la historia de la villa y su patrimonio, y “El Renacimiento en Guadalajara” del mismo autor, en el que se incluyen muchos elementos mondejanos en el contexto general del movimiento renacentista alcarreño.

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