San Nicolás, en Guadalajara

En el centro de la ciudad, surge espléndido el edificio barroco de la iglesia de San Nicolás, que fue sede de los religiosos de “La Compañía de Jesús”, los jesuitas. La antigua iglesia de San Nicolás, sede del arciprestazgo arriacense, y obra primitivamente mudéjar, ocupó el solar donde hoy se ubica el Banco de España, y fue derribada por completo en el siglo xix, pasando su advocación y algunas, muy pocas, obras de arte en ella contenidas, a la frontera iglesia del colegio jesuita de la Trinidad, donde hoy tiene asiento esta parroquia.

La llegada de los jesuitas a Guadalajara se propició por un grupo de notables alcarreños a finales del siglo XVI, pero hasta 1619 no tuvo lugar la definitiva fundación, que corrió a cargo de la linajuda familia de los Lasarte. Lentamente se fueron abriendo el colegio y convento (1631) y la iglesia o capilla del mismo (1647). Fue primer rector de esta casa jesuítica el alcarreño Hernando Pecha, ilustre historiador de la ciudad, y acudieron con dádivas, fundaciones y obras de arte, varias familias arriacenses. Los jesuitas fueron desalojados de este lugar, como de toda España, en 1767, y unos años después fue destinado el edificio a hospicio de la ciudad, pasando en el siglo xix su capilla conventual a ser parroquia de San Nicolás, como hoy se mantiene.

Presenta este edificio una fachada de fábrica de ladrillo sobre zócalo de piedra, y un conjunto de fachada barroca realizado en piedra de Tamajón, consistente en arco semicircular escoltado de un par de columnas con capiteles corintios, sobre las que apoyan sendos inicios de un frontón partido en los que apoyan ángeles genuflexos, y en el centro del conjunto una talla de la Santísima Trinidad presidida por un Sol, y rematando el conjunto con hornacina en la que aparece estatua de la Fe, obra todo ello de finales del xvii. El interior, en la más pura línea de las construcciones jesuíticas, es de un arrebatado barroquismo; su planta es de cruz latina, con capillas a ambos lados del tramo de los pies, y tres naves separadas por anchísimos pilastrones; un crucero muy acentuado sobre el que apoya, sobre pechinas, una enorme cúpula semiesférica con balconada a su alrededor y prolija decoración de yeserías barrocas, en cornisa, chaflanes, frisos y pilastras. Sobre la pared del fondo del presbiterio, el altar mayor es una soberbia pieza barroca con columnas salomónicas cubiertas de pámpanos y uvas, y en el entablamento una serie de ángeles contorsionados que escoltan al grupo de talla, magnífico, de La Trinidad. En el centro del conjunto aparece un magnífico Crucifijo, obra del escultor Navarro Santafé, puesto allí en los años setenta del siglo pasado.

De los enterramientos de los fundadores, sus escudos, y la sillería gótica del monasterio jerónimo de Villaviciosa, que estaban a ambos lados de este retablo, nada queda. En el pavimento del crucero se encuentran las lápidas de algunos miembros de la familia fundadora, con leyendas alusivas y magníficos escudos nobiliarios tallados en la piedra. Así, vemos los de doña María de Encinas y Lasarte, que fundó una capilla de la antigua iglesia de San Nicolás; de don Juan Calderón de Mena y doña Juana de Valdés y Lasarte; y doña María Uzedo y Calderón, mujer de don Sancho de Lasarte y Obregón, patrón de la capilla de la antigua iglesia de San Nicolás donde estaban estas lápidas.

En la sacristía del templo se conserva, adosada a una pared, la enorme pila o lavabo, tallado en orden plateresco, rico de grutescos y ornamentación, que estuvo en la sacristía del monasterio de Lupiana.

Como pieza de especial interés, procedente también de la antigua parroquia de San Nicolás, encontramos en la actual, en la primera capilla de la nave de la epístola, el enterramiento del comendador santiaguista don Rodrigo de Campuzano, muerto en 1484, y cuya estatua yacente, obra gótica de la escuela arriacense del maestro Sebastián de Toledo, ejecutada en Guadalajara a finales del siglo XV, se enmarca por arcosolio del siglo XVIII puesto por sus herederos, lo mismo que la cama con tallados leyenda y escudo. Se trata de la imagen, tallada en alabastro, de un caballero que viste a la usanza militar castellana, cubierta la cabeza con simple bonete, y apoyado en gran almohadón que se eleva gracias a varios libros que aparecen debajo, en un detalle iconográfico inusual, y a sus pies aparece un pajecillo que apoya su cabeza melancólica sobre la mano que descansa en la guerrera celada del caballero.