El poblado de Villaflores

Situado en el término municipal de Guadalajara, en el inicio de la meseta cerealista alcarreña en dirección al Tajo y Cuenca, se halla esta colonia agrícola, que fue creada en 1886 por doña María Diega Desmaissières y Sevillano, condesa de la Vega del Pozo, para cultivar los territorios de ese área que le pertenecían, y que sus padres y abuelos habían adquirido, en tiempos de la Desamortización, de lo que el Estado había tomado a los jerónimos del cercano monasterio de San Bartolomé de Lupiana.

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El nombre de Villaflores, que usaba desde el siglo XVII, le viene al lugar por herencia del que primitivamente había tenido el cercano pueblo de Iriepal, a cuyo término perteneció en un principio. La propiedad comprendía un enorme espacio de miles de hectáreas, incluyendo zonas de monte bajo, encinar y quejigar, más olivares en laderas, y amplias zonas de cultivo de secano. La finca estaba atravesada por la Galiana o camino principal de la Cañada Real Riojana, junto a la cual se alzó la colonia de Villaflores.

La propietaria decidió centralizar las actividades agropecuarias de aquella finca agrícola, que ella quería hacer modélica, junto a la referida Galiana, instalando un gran edificio que centralizara las actividades, y añadiendo en su entorno viviendas para los colonos, una iglesia para su asistencia espiritual, un enorme palomar que fuera también fuente de recursos, y diversas otras instalaciones en el entorno, como una bodega, dos norias o molinos de aceite, y almacenes diversos. Para hacer realidad ese proyecto, le hizo el encargo al arquitecto Ricardo Velázquez Bosco, quien hacia 1890 inició los trabajos de planificación y dirección de las obras, que concluirían poco tiempo después.

El conjunto de Villaflores siguió prestando sus esperados servicios de centralización de una continua actividad agropecuaria, desde 1890 hasta 1980, aproximadamente un siglo. A la muerte de la condesa, recibieron en herencia los edificios de la colonia y el conjunto de tierras en su torno la familia de los marqueses de Casa Valdés, quienes hacia el año 2000 se deshicieron de todo, vendiendo el conjunto al Ayuntamiento de Guadalajara y el edificio central a una empresa constructora que se comprometió a instalar en él un hotel y en su torno una urbanización de lujo. La crisis financiera de 2008 paralizó esas ideas, y la destrucción del conjunto, que había empezado a comienzos del siglo XXI, se acentuó, con vandalismo continuado e incontrolado por parte de misteriosos grupos destructivos, hasta llegar en 2020 al abandono total, la destrucción sistematizada, y el hundimiento propiciado por los agentes atmosféricos. El interés patrimonial el conjunto, no obstante, y gracias al empeño de algunos ciudadanos, hizo que el gobierno regional autonómico de Castilla-La Macha declarada el conjunto como BIC (Bien de interés cultural) en 2015, aunque ninguna actuación en su favor se produjo desde entonces.

El conjunto de Villaflores está formado por diversos edificios que merece la pena reseñar. Es el primero el “Edificio Principal”, que tiene en su centro una gran construcción de planta cuadrada, con un apoyo central cilíndrico realizado en ladrillo, y con cubierta a cuatro aguas sobre estructura de madera. El edificio principal tiene dos plantas, y se constituye por un cuerpo con dos crujías que configura la fachada principal y otros tres cuerpos de una crujía con apoyos intermedios que conformanun cuadrilátero que permite en su centro un gran patio en el que se levanta la construcción cuadrada dicha al inicio. La crujía frontal de la planta baja estaba destinada a uso residencial, y en su interior había habitaciones, salones, chimeneas elegantes y pavimentos hidráulicos. El resto de crujías se destinaban a usos ganaderos, y la planta alta de todo el edificio se usaba como gran almacén y secadero de grano de cereal.

La fachada principal ofrece un gran desarrollo horizontal, y la puerta de acceso al conjunto tenía sobre ella un frontón rematado por un campanario, apareciendo en él el escudo de la promotora, un reloj y el rótulo denominativo de la finca. Este gran campanario se hundió en el transcurso de una borrasca de viento y lluvia, propiciado por su previo deterioro, en 2016. La construcción, realizada en sus fachadas exteriores a base de mampostería de piedra caliza con rafas y verdugadas de ladrillo es de clara tradición mudéjar, muy en la línea de lo que Velázquez Bosco hizo en la ciudad de Guadalajara para delimitar con una elegante valla el conjunto de la Fundación “San Diego de Alcalá” encargado también por “la señora” doña Diega Desmaissières.

A levante de este edificio se alza una construcción religiosa que venía a ser la iglesia o capilla de la colonia. De planta rectangular ofrece un cajón formado por un muro de carga y precedido de otro cuerpo menor en anchura que hace de atrio,y otro similar en el lado opuesto que sirve de sacristía. En fotografías antiguas se ve que esta capilla, dedicada a San Diego de Alcalá, tenía un altar, y un conjunto de bancos para los fieles hechos de madera con decoración modernista de “art decó”. Un pequeño coro elevado a los pies al que se subía por escalera de caracol, todo ya hundido. La fachada principal es simple y ecléctica: muestra cuatro pilastras bajo la cornisa y en el centro surge un frontón sobre el que se eleva el campanario. El atrio se cubre a dos aguas y en el frente se abre la puerta mediante un arco semicircular. Y el conjunto de la iglesia se rodeaba por un pequeño muro bajo, creando un espacio que servía también de cementerio. La escueta decoración de fachada, cornisa y aleros ofrecía guiños evidentes a la tradición mudéjar de la zona.

También a levante del edificio central, y en alineación en forma de arco, se levantan cuatro bloques de viviendas que servían de alojamiento para las familias que trabajaban de forma permanente en la explotación. Sus muros son de mampostería, de piedra caliza, combinando con ladrillo en las esquinas, los cercos de los vanos, las impostas y las cornisas.

Excepcional es el edificio que en el extremo más oriental de la colonia servía para palomar. Muy llamativo, por sus dimensiones, y por su estructura de planta circular, que al verlo en detalle y en plano, se observa que está formado por dos círculos concéntricos, de volumen cilíndrico, que se dividen a su vez en dos niveles y estos en doce habitáculos donde se contienen los nidos de las palomas. El cilindro exterior, el visible a los visitantes, muestra un gran zócalo de piedra y ladrillo, con una escalera exterior que permite el acceso al interior, y se remata con una cúpula semiesférica, recordando todo ello al gran templo en forma de panteón que en Guadalajara alberga los restos de la fundadora y su familia. El conjunto de este palomar de Villaflores es singular y atractivo. Su formato inhabitual, su decoración exterior a base de mampostería de piedra caliza, con pilastras de ladrillo, su acabamiento superior con cupulilla, y hasta los detalles ornamentales con cerámica de arista y motivos geométricos de tradición mudéjar le hacen un edificio que se suma al conjunto y que adquiere valores patrimoniales incontestables.

En el espacio que rodea a estos edificios, se alzaron otros muchos accesorios. Entre ellos, almacenes de aperos, una gran bodega que permitía la producción de vino, su maduración y almacenaje, y dos norias gigantescas, también de cuidado diseño para la producción del aceite de oliva. De todo ello solo se ven hoy ruinas lamentables, y en algunos casos la evidencia de sus restos, denotados por montones de escombros.

Y todo ello, –y esto es lo más preocupante– abandonado, desmantelado y destruido sistemáticamente en los últimos veinte años.